Por motivos que aquí no vienen al caso, parece que, en cuestiones de motor, los estadounidenses siempre han sido más aficionados de las pruebas al límite y los desafíos extremos que suponen competiciones como las 24 horas de Le Mans que de las multimillonarias carreras de Formula 1. Esas pruebas eran menos profesionales y mucho más peligrosas (que le pregunten a Steve McQueen o a Paul Newman) y eso las hacía de mayor interés para el pueblo llano, ya que aun teniendo poderosas escuderías detrás, un simple mecánico de taller podría ser piloto.
En los albores de 1966 Ferrari era la líder indiscutible del sector y en la Ford, marca americana por excelencia, que habían sido los primeros en fabricar coches en serie pero nunca se habían preocupado de participar en eventos deportivos, se les ocurrió desafiar al gigante italiano, contratando para ello al único yanqui que había ganado Le Mans hasta la fecha, retirado de los circuitos por problemas de corazón, como jefe de equipo.
Así comenzaba el duelo entre Ford y Ferrari que tendría su punto çalgido en la carrera de Le Mans de 1966 y cuya historia (más o menos real) refleja la película.
Le Mans ’66 cuenta con James Mangold como director, un tipo bastante competente pero que había perdido mucho crédito con Lobezno: inmortal, pero lo había logrado recuperar con Logan. Con Matt Dammon como el jefe de equipo Carroll Shelby y Christian Bale como el piloto Ken Miles dando lo mejor de si mismos, Mangold ha reconstruido una historia épica y de superación con un estilo narrativo que recuerda al Hollywood clásico, cuando se hacían películas deportivas con cierta continuidad antes de que los blockbusters semanales lo coparan todo.
Aunque parece que no hay que tomarse la historia con una verosimilitud milimétrica (al fin y al cabo, esto es cine, recuerden si no a Bohemian Rhapsody), parece que la traslación fílmica es bastante precisa, reflejando la pugna entre las dos compañías sin importarles a quien se llevaran por delante. Puede que en ese sentido Mangold peque un poco de demonizar a Henry Ford II y Enzo Ferrari, a los que casi convierte en villanos de opereta, pero lo hace para servirse de ellos al querer contar una pugna empresarial donde todo vale por la victoria y lo único que lo puede justificar todo es el dinero.
En esas se encuentran los protagonistas, dos rivales y amigos hermanados por su amor hacia los coches y, pese a sus diferencias, obligados a entenderse. Así, esta es, después de todo, una película sobre una amistad, sobre el sentido del honor y el orgullo y sobre el reconocimiento de un héroe más allá de sus ideas o su conducta.
En el aspecto técnico, Mangold está también impecable, siendo tan preciso en los momentos más familiares como en las espectaculares carreras automovilísticas, y aunque puede que no llegue la película al nivel de Rush, es un buen complemento para los amantes del mundo del otor. O incluso para los que, como yo, no lo sean.
En resumidas cuentas, interesante película deportiva de fondo reflexivo sobre la amistad y la ambición, con grandes interpretaciones y un ritmo que permite que las dos horas y media de metraje pasen como un suspiro.
Valoración: Siete sobre diez.
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