miércoles, 27 de noviembre de 2019

FROZEN II

Seis años después de la maravillosa Frozen: el reino de hielo Disney ha estrenado (con un atronador éxito de taquilla) su secuela. La primera reflexión que conviene hacer sobre Frozen II es la de: ¿era necesaria? Rotundamente no, yo mismo quedé enamorado de la primera entrega y no esperaba que se pudiera repetir la jugada, pero ya se sabe que el dinero manda, y Frozen dio mucho dinero.
Con un tono continuista (se ha apostado por los mismos directores y guionistas), lo que más destaca de Frozen II es el intento desesperado por no ser una secuela más, por no limitarse a realizar un producto con el piloto automático puesto y esperar solo a contar los billetes. En lugar de eso, tenemos un muy buen desarrollo de personajes y una impecable factura técnica que por momentos nos permite obviar el que la historia resulte un poco impostada y que las canciones, aunque maravillosas, no alcancen a ese hito que fue Let it go.
Cierto que se ha apostado por una aventura un poco más oscura y madura y que el discurso feminista (sin llegar a rechinar) sigue estando presente, pero es imposible repetir la magia que se produjo al encontrarse por primera vez con estos personajes que reinventaban los cuentos de princesas y combinaban la magia Disney con el tono Marvel (siempre he visto a Elsa como a una especie de mutante, a medio camino entre Emma Frost y el Hombre de Hielo). En ese sentido, quizá lo mejor de todo, lo que más nos pueda hacer disfrutar (y termine por quedar en la memoria) sean fragmentos aislados donde brillan los personajes secundarios, como esos torpes intentos de Kristoff por declararse a Anna, la parodia de videoclip ochentero durante su balada o casi todo lo referente a Olaf (el personaje que, curiosamente, menos me gustó en la primera película).
Así, podríamos decir que Frozen II es una digna sucesora, que contiene todo lo que gustó de la primera película y que va a volver a enamorar y emocionar, pero nunca llega a estar al mismo nivel y debe considerarse como un punto inferior. Al final, esto es como un buen truco de magia: por muy bien que se repita, nunca nos asombrará tanto como la primera vez.


Valoración: Siete sobre diez.

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