domingo, 20 de septiembre de 2020

Visto en Disney+: MULÁN

A priori, se podría decir que la nueva versión de Mulán tiene la virtud de no ser una simple fotocopia de la película animada original, como sucede con otras live actions, día de la que me he quedado amargamente en ocasiones anteriores. Sin embargo, en Disney parece no haber comprendido la raíz del problema, volviendo a fallar a la hora de adaptar uno de sus clásicos.

Puestos a hacer remakes (algo, por otro lado, sin ninguna justificación artística, más allá del deseo de ganar dinero sin demasiado esfuerzo), lo que deberían hacer es tratar de mantener la esencia de la historia y los personajes sin por ello estar limitados a repetir un guion de manera casi textual. Lo que la directora Niki Caro hace en esta nueva versión es alterar el concepto que rodeaba a la protagonista para crear un personaje nuevo que no consigue igualar la magia de la original para, al final, volver a contar casi la misma historia.

Puede que la culpa de ello sea esa mal entendida moda de remarcar el poder femenino y dar un tono de empoderamiento muy sano (incluso necesario) que cuando se hace de manera natural pero que roza el ridículo cuando se pretenden forzar las cosas. Qué se lo pregunten si no a Elizabeth Banks y sus Ángeles de Charlie. La Mulán animada ya era, efectivamente, una chica triunfando en un mundo de hombres, pero era mucho más. Representaba el triunfo del débil, la muestra de que con empeño y esfuerzo podía estar a la altura de cualquiera. En la película de Caro la protagonista, con la excusa del poder del Chi, es casi una super heroína, alguien fuera de lo común, cuya única preocupación es la de esconder sus poderes previamente como discurso contra las convicciones machistas que, dado la época y el lugar tampoco es fácil extrapolar a la sociedad actual.

Otra diferencia importante entre ambas versiones, y esta, a priori también debería haber sido positiva, radica en el intento de ser más realista. Por lo menos eso vendía su directora ante las preguntas sobre la ausencia del dragón Mushu o de los números musicales. Pero tampoco eso se traduce en acierto, ya que ese realismo choca con la escena de los villanos de la historia subiendo por las murallas como si la gravedad no existiese, los poderes mágicos de una bruja inventada para la ocasión o las propias piruetas imposibles en combate de Mulán. Puede que llegados a este punto alguno de vosotros pueda quejarse de que estoy cayendo demasiado en la comparativa, y que la Mulán de 2020 merece ser valorada por sí misma, pero es que tampoco así se salva completamente. Esa mezcla de magia y realismo que busca la directora nunca llega a funcionar del todo, provocando una irregularidad terrible, y el buen aporte interpretativo se ve empañado por el poco provecho que se saca de los actores más reconocibles, léase Jason Scott Lee, Jet Li o Donnie Yen.

Es en el apartado visual donde mejor luce el film, que sin llegar a las cotas de títulos como Tigre y dragón (en quien se quiere inspirar), al menos ofrece una hermosa plasticidad y un brillante colorido. Y aquí la pega es que Disney nos haya castigado quitándonos la posibilidad de ver el film en pantalla grande.

Dicho todo esto, no es que la película sea un horror, pues pese a lo plano de su protesta resulta entretenida y es fácil simpatizar con la protagonista, pero está claro que después de estar llamada a ser la gran producción Disney del año es innegable que el resultado final es decepcionante y que sus problemas pueden más que sus virtudes. Una propuesta extraña que no parece saber nunca a quien va dirigida, demasiado bélica para un público infantil, demasiado blanda para uno adulto.

En resumen, y dejando de lado polémicas políticas que no vienen al caso ni deben influir a la hora de valorar la calidad de un film, estamos ante un entretenimiento sin alma que, pese a los esfuerzos por ser diferente termina siendo como todas las demás live actions de Disney. Réplicas vacías de títulos inolvidables.

 

Valoración: Cinco sobre diez.

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