No estoy seguro de si el concepto de sleeper (un éxito en cines repentino e inesperado) es aplicable a las plataformas de streaming, pero el caso es que hace poco más de tres años, cuando parecía que Netflix triunfaba con algunas de sus series, pero aún tenía mucho que demostrar en el campo de las películas, un título pequeñito apareció de la nada y copó todas las miradas.
McG, ese director sin apellidos
que se dio a conocer con Los Ángeles de Charlie y al que habíamos
perdido la pista tras Terminator Salvation (a la que por lo menos hay
que reconocerle el mérito de ser la única secuela de los dos filmes de Cameron
que trataba de apostar por un camino diferente), presentaba The babysitter,
una gamberrada muy divertida más propia del festival de Sitges que de otra
cosa. Con mucha sangre y gore del más aparatoso, contaba la historia de un niño
enamorado de su niñera y como debe enfrentarse a la amenaza de una secta
satánica, mezclando las homme invasion (con Solo en casa como
principal referente) con los slashers propios del Wes Craven más
desatado.
Como siguiendo el paradigma que
el maestro Craven asentó para las secuelas del cine de terror, The babysitter: killer queen, la esperada continuación, apuesta por multiplicar
todo lo que funcionaba en la película original, sin miedo a caer en el exceso y
coqueteando con el ridículo sin rubor.
Cole, el chaval protagonista, ha
crecido, pero sigue traumatizado por los sucesos de la primera entera. Cómo
nadie cree en su relato, todos (incluidos sus propios padres) lo toman por
chiflado. Peo lo más puñetero de los fantasmas es que tienen la molesta manía
de regresar, y esta vez lo hayan de la mano de quien Cole menos se podía
esperar.
Aprovechando la mancha ancha que Netflix
le ha dado, McG se ha desmelenado, pariendo una absoluta locura con todos los
excesos imaginables. Una de esas películas que de ser estrenada en cines habría
provocado aplausos y carcajadas en los festivales del género pero que la
crítica habría vapuleado.
Y es que, en el fondo (reconozcámoslo),
la película podría describirse como una basura, excesiva, descreída y de un
humor negro (o casi mejor rojo, vista la hemoglobina que se gasta) tan burdo
que en ocasiones roza el cartoon. Pero le salva el hecho de ser tan
autoconsciente, tan intencionadamente desvergonzada, que es imposible tomársela
en serio en ningún momento, tal y como no lo hacen ninguno de sus autores. Esto
es cachondeo puro y como tal se ha de interpretar, con todo lo bueno y lo malo
que eso conlleva.
Está claro que no es una película
del gusto de todo el público, pero aquel que comulgue con la casquería más
banal, con los referentes cinematográficos frikis y con el aroma a serie
B ligeramente añejo, podrá disfrutar de esta propuesta que, ojalá, tenga
continuidad.
Valoración: Siete sobre diez.
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