De la mano de Netflix, que parece empeñada en eso de fichar a los directores más llamativos de cada filmografía, llega el nuevo film de los hermanos Pastor, esos que debutaron en inglés con la interesante Infectados y que después nos mostraron algo tan absurdo como una Barcelona con todo el mundo confinado en sus casas (sig) en la no menos estimable Los últimos días.
Para su nueva propuesta, este equipo de guionistas y directores han contado con el talento de Javier Gutiérrez, la principal baza del film y en cuyo trabajo se basa buena parte del éxito del film. Javier es un publicista de éxito en horas bajas que ve como no ha sabido amoldarse a los nuevos tiempos y siente que toca fondo cuando debe abandonar su lujoso apartamento para trasladarse con su mujer y su hijo a su antiguo pisito en un barrio humilde. Es ese apartamento de lujo el símbolo de todo lo que Javier anhela y aquello que cree que merece más que nadie, y por ello no dudará en luchar y dar lo mejor de si mismo para recuperar esa vida que está perdiendo y a la que se niega a renunciar.
Hogar es un thriller retorcido que juega con la manipulación y el robo de identidad de una manera que podría recordar a títulos como De repente, un extraño o Mujer blanca, soltera, busca. Sin embargo, los Pastor apuestan por un ritmo pausado y dejar que sea la propia transformación del personaje de Javier la que nos transmita el descenso a los infiernos del protagonista atrapado en una vida que no es la suya, pero llegando a un punto en el que tampoco le es posible recuperar esa identidad original.
Con un elegante (aunque algo rancio) anuncio de electrodomésticos con el que se abre el film, la metáfora queda servida para hablar sobre el deseo y la ambición mal entendida, pasando de tener a un Javier en horas bajas, con un personaje que consigue captar la empatía del espectador recordando a interpretaciones anteriores de Gutiérrez como en Vergüenza o Campeones, para dar paso, lentamente, a una transformación cruel y retorcida pero aterradora por lo creíble y sencilla que resulta.
Si acaso hay algo que lamentar en la película es el poco espacio del que dispone Mario Casas para componer su personaje, un analcohólico del que nos gustaría conocer más y cuyo desenlace se me antoja algo precipitado. Comulgo muy bien con la idea de los Pastor y la manera de ejecutarla, pero me habría gustado algo más de mala baba, un poco de oscuridad en su tramo final que complicara algo más las cosas y terminara por culminar ese descenso a los infiernos que, a la postre, no llega a ser para tanto.
Por eso, no estamos ante una sátira perfecta, insuficientemente ácida, pero que sí es un estupendo pasatiempo, un entretenimiento que logra acongojar y que atrapa al espectador, ya sea identificándose primero con el protagonista como despreciándolo más adelante.
Lo mejor, la atmósfera creada por los hermanos Pastor, ayudada por una eficaz música de Lucas Vidal o con recursos tan básicos pero funcionales como el sonido de una simple gota de agua de un grifo mal cerrado.
Valoración: Siete sobre diez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario