No es ninguna noticia que me gusta el género del terror. Me encanta. Pero, generalmente, más en la literatura que en el cine o la televisión, porque una cosa es jugar con la propia imaginación y otra muy diferente asustarse por lo que imaginan otros.
Por eso, mi gran problema con la ficción audiovisual de terror es que, por lo general, no me asusta. Me sobresalta esporádicamente, sí, pero poco más.
Sin embargo, hoy quiero hablaros de una serie que apareció en HBO en la primera mitad del 2019 y que no había tenido tiempo de ponerme a fondo con ella hasta la llegada del dichoso confinamiento: Years & Years, una serie a medio camino entre la ficción costumbrista y la distopía que, siendo lo más alejado posible a una producción de terror, me ha dado un miedo increíble.
Y es que la serie nos presenta a una familia convencional de clase media de Manchester, los Lyon, y nos va a llevar de su mano a conocer los próximos quince años de aquí en adelante. Así, mientras disfrutamos de los conflictos internos de cuatro hermanos y sus ramificaciones familiares, vemos como en una sociedad terriblemente real y reconocible se van produciendo una serie de cambios que, si bien tomados a la ligera pueden parecer algo tramposos, resultan completamente verosímiles.
Las nuevas tecnologías, crisis bancarías, virus sanitarios, revoluciones, conflictos políticos con lanzamiento de misiles incluidos… Todo visto desde la distancia, en formato de noticias en un informativo televisivo cualquiera, tal y como apreciamos el día a día desde la seguridad de nuestras propias casas, hasta que esa distancia se rompe y pasamos a formar parte de la noticia.
Con una Emma Thompson magnífica en el papel de una líder política extremista que gracias a su manejo de los medios pasa de ser una simple desconocida a aspirar a presidir el gobierno, toda la serie sabe tocar la fibra de los miedos a los que nos enfrentaremos en un futuro que no se presentará en los próximos años, como en muchas distopías futuristas del montón, sino que va a dar comienzo apenas en cinco minutos, quizá justo cuando vosotros terminéis de leeros esto. Y puede que ni nos demos cuenta hasta que sea demasiado tarde. O que sí nos demos cuenta y no hagamos nada por evitarlo. Por eso me ha dado tanto miedo.
Debo decir, en honor a la verdad, que el último tercio del capítulo final me dejó algo desinflado, tomando un camino peligroso por sus dosis futuristas con el que ya no conecté tanto (por eso quizá la idea de una segunda temporada no me seduzca demasiado), quizá deseando hermanarse en exceso a series como Black Mirror, pero dejando de lado ese pequeño detalle, la nueva apuesta de Russell T. Davies, responsable de la “resurrección” de Doctor Who, es una joya de la televisión actual, a todas luces imprescindible.
No se trata de una serie sobre el fin de la humanidad, pero, muy probablemente, sí nos avise de como empezó todo para llegar al fin de la humanidad. Fantástica, ciberpunk, distante, y a la vez totalmente intimista y cotidiana. Una serie de contradicciones que no pueden más que disfrutarse.
Y asustarse con ellas, insisto.
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