Se emitía en estados unidos la quinta temporada de una sitcom llamada Happy Days. Pese a ser una comedia costumbrista y de corte familiar, en el episodio emitido el 20 de septiembre se veía a uno de los personajes secundarios, Fonzie, saltando acrobáticamente por encima de un tiburón, un truco de guion para repuntar una audiencia ya agotada y que ha sentado las bases para una expresión que desde entonces se haría muy popular en el mundillo televisivo.
No es que La casa de papel acuse agotamiento alguno, al menos en su faceta de fenómeno popular, pero sí noto un cierto cansancio argumental que provoca que en esta cuarta temporada se abuse demasiado del jumping the shark mencionado.
Confieso que no me llamó mucho la atención la serie cuando se estrenó en Antena 3, teniendo que subirme al carro de los fanáticos cuando se convirtió en un fenómeno mundial gracias a Netflix y famosos de todo el mundo, como el propio Stephen King, compartían imágenes suyas con la icónica careta de Dalí puesta. Acabo de ver (devorar más bien) la recién estrenada cuarta temporada, que ha caído como un regalo del cielo e pleno confinamiento, y la experiencia ha sido verdaderamente muy grata. Ha sido un disfrute volver a reencontrarse con la banda del Profesor y ver hasta donde nos llevaban sus andanzas, esta vez en el Banco de España.
Es difícil valorar la calidad de la temporada en relación a las anteriores. Cierto es que se sigue la misma línea que en la temporada Tres, y la entrada de Netflix y sus cheques en blanco han servido para dar un aire de superproducción a la propuesta creada por Álex Pina (recomiendo ver el documental sobre la serie disponible en la propia Netflix) con lo que todo es más grandioso, lujoso y espectacular. Sin embargo, como suele ocurrir en muchas ocasiones, más dinero no implica más calidad, y mientras que la diversión está más que garantizada se nota un cierto agotamiento argumental, una sensación de que se está estirando demasiado el chicle y que, ante la falta de recursos narrativos, se ha apostado más por el impacto visual que por el emocional. Sí, hay momentos muy emotivos, no lo voy a negar, pero los personajes están algo desdibujados, se han perdido en sus identidades, algo que era de lo más destacable en las dos primeras temporadas, y el juego de estar constantemente saltando al tiburón empieza a chirriar un poco.
Desde el comienzo de la seria había que hacer muchos saltos de Fe con el argumento y tragarse el sentido del realismo para aceptar muchos de los giros de guion, pero creo que en esta cuarta temporada han abusado tanto del querer sorprender al espectador y ponerlo todo tan patas arriba para sacarse un as de la manga en el último momento que quizá la suspensión de la credulidad que se exige al espectador pueda llegar a ser demasiada. Sobre todo, y esta va unida a ciertas decisiones que toman algunos de los personajes que no puedes llegar a creerte nunca y que pueden resultar poco menos que absurdos.
Recuerdo una conversación que tuve con un amigo hace poco tiempo en referencia a Star Wars: el ascenso de Skywalker, en la que se me ocurrió comparar la película como un partido de fútbol entre el Barça y el Atlético de Madrid de la época de Cruyff, esos partidos tan locos que solían acabar con un aluvión de goles y que hasta el último minuto no sabías hacia qué lado se iba a inclinar la balanza. Eran partidos muy divertidos y disfrutables para el espectador, pero un desastre si decidías verlos con una mente analítica. Así me sentí al ver la última película de J.J. Abrams y algo parecido me está pasando con La Casa de Papel. Que la he disfrutado mucho durante su visionado, teniendo la necesidad de ver un nuevo capítulo tras el cliffhanger del anterior, pero que como me de pon pensarla un poco…
De todas formas, lo que no se puede negar en ningún momento es que el entretenimiento nunca baja el listón. La serie no da apenas un respiro (quizá le sobra algún flashback, pero tampoco molestan mucho) y la adrenalina va a mil por hora, mientras que la producción sigue siendo impecable, con una dirección elegante, una música impecable y los actores totalmente mimetizados con sus personajes. Así que si lo que uno quiere es pasárselo bien y zamparse ocho episodios de un tirón, disfrutando como un enano, esta es la serie adecuada para ello. Si se le busca mucho la lógica la cosa puede llegar a fallar, pero mientras nos mantengamos en la ilusión de que esto es todo un cuento sobre Robin Hoods modernos y que el profesor es una especie de ser todopoderoso, todo irá bien.
Al fin y al cabo, ¿a quién no le gustaría saltar alguna vez por encima de un tiburón?
Otra cosa es como termina la cosa, pero, en fin, de eso ya hablaremos en otro momento y lugar… para el estreno de la quinta temporada, por ejemplo, que espero que nos pille ya fuera del confinamiento.
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