Hoy es un día extraño. Lo que debería ser una jornada de regocijo y reunión familiar, quizá postergada hasta el próximo sábado por motivos laborales, va a ser otro día más, un simple tachón en el calendario que define eso que hemos dado a llamar “confinamiento por el Coronavirus”.
Hoy es diecinueve de marzo, festividad de San José y, por extensión, el Día del Padre. Sin embargo, pocos son los que podrán pasar este día con sus padres. Sí lo podrán hacer los niños (aquellos que vivan con ellos, que hoy en día tampoco es una garantía), pero no podrán disfrutar plenamente de ese día, ni entregarles el regalo que han hecho en la escuela para ellos porque, simplemente, llevan días sin ir a la escuela. Ni podrán ir a pasear al parque e invertir el sentido del regalo, permitiendo que, para conmemorar el día, sea el padre quien lo celebre comprando un helado o un buen puñado de chucherías a sus pequeños.
Sin embargo, para muchos de nosotros, el simple hecho de felicitar a nuestro “viejo” con un beso y un abrazo es un lujo que no nos podemos permitir. El confinamiento hace que la mayoría vivamos separados de ellos y nos esté prohibido ir a verlos, pero, aún si nos enfrentamos al destino y acudimos a sus casas con el pretexto de llevarles compra o, simplemente, comprobar cómo se encuentran, la distancia de un metro (yo ampliaría a dos si hablamos de padres muy mayores) es más crucial que nunca.
Seguramente muchos de los que me leéis tengáis esta fecha olvidada ante la ausencia del progenitor. Es doloroso, pero forma parte de la vida el tener que enfrentarse al día del Padre o al día de la Madre una vez ha fallecido uno de estos. Pero eso es algo contra lo que no se puede luchar. Solo aceptarlo sin más. Pero que se nos niegue el derecho a celebrarlo cuando lo tenemos, posiblemente, a tan solo unas manzanas de nuestra propia casa es, sin cabe, más cruel todavía.
Son los tiempos que nos ha tocado vivir, y puede que a muchos esto le parezca sentimentalismo barato. Está muriendo gente. Hay empresas que pueden tener que cerrar y familias que no van a poder pagar sus hipotecas cuando la crisis sanitaria se supere. Enfurruñarse por no poder abrazar o besar a un padre el día que el calendario así lo marca es un mal menor. Y sí, estoy de acuerdo con los que piensen así. Pero, en tiempos de confinamiento, el derecho al pataleo es de lo poco que nos queda.
Así pues, sirva esto como homenaje en general a todos los padres que hoy no puedan recibir la merecida visita de sus hijos y a mi propio padre en particular, aunque sé que probablemente no llegue a leer nunca esto (él no es muy de Internet).
Te quiero, papá. Y pese al miedo, pese a la soledad y el tedio, te deseo un feliz día.
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