En
sus comienzos, Guy Ritchie era un cineasta de estilo barriobajero, conocedor de
las buenas historias de los bajos fondos británicos, que cautivó a propios y
extraños con películas como Lock&Stock, Snatch o RocknRolla.
Sin embargo, tras su desembarco en Hollywood (y no hay nada más americano que
una boda con Madonna), su estilo parecía hacer aguas. Aún quedaba algo
reconocible en sus aproximaciones al personaje de Sherlock Holmes, aunque estas
señas quedaban más confusas en Rey Arturo y desaparecían definitivamente
en ese producto de consumo, artificial y sin alma, que era Aladdin.
El
enfant terrible, el nuevo niño malo llegado de las islas parecía haberse
domado, y no quedaba nada de ese estilo canallesco, violento y algo excesivo
que parecía hermanarlo en algo con el Tarantino de sus primeras películas. Por
eso la llegada de un film como The Gentlemen, los señores de la mafia,
es una alegría doble. Por un lado, porque estamos ante una película estupenda,
muy divertida y trepidante. Por otro, porque con ella recuperamos el brío de
este realizador de Hatfield en un glorioso regreso a sus raíces.
No
solo eso. The Gentlemen es un elegante ejercicio de estilo que demuestra
su madurez (algo habrá aprendido haciendo cine comercial) que permite que esta
última película sea más accesible y brillante que sus primeros títulos,
resultando ser una película coral que funciona en todos sus sentidos, con un
reparto sobresaliente y un montaje magistral.
La
historia es lo de menos. Y no porque no sea importante, sino porque conviene
acercarse a este film sabiendo lo menos posible de su trama para poderla
disfrutar mejor. Baste decir que estamos ante un enfrentamiento entre poderosos
mafiosos no ya por ver quien se queda con el trozo más grande del pastel, como
suele ser habitual en estos casos, sino por hacer que su propio ego sea mayor
que el de su rival. En medio de este Juego de Tronos de la droga
británica se encuentra el personaje de Hugh Grant (sencillamente magistral),
una especie de narrador poco fiable que en manos de otro director podría caer
en el ridículo y que en cambio ofrece aquí un sobrio ejercicio de autoparodia
brutal.
Con
un humor muy negro, la violencia adecuada, giros argumentales imposibles y un
montaje endiablado con falsas realidades y saltos en el tiempo, The
Gentlemen es un espectacular divertimento, capaz de acercarse en varias
ocasiones al abismo de los excesos, pero sin precipitarse en ningún momento al
vacío, recuperando al mejor Ritchie y haciéndonos disfrutar de un buen puñado
de actores que saben pasárselo en grande sin renunciar por ello al compromiso
de realizar grandes interpretaciones.
Valoración:
Ocho sobre diez.
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