Una vez más, desde la casa madre de Walt Disney company están demostrando que, al alejarse de dos franquicias más exitosas, como la división animada (y aquí sumo a Pixar), a Marvel o a Star Wars, que sin grandes alardes al menos apuestan por una línea propia con más o menos riesgo, en lo que se refiere a productos 100% Disney Studios el factor riesgo es cero.
Hace ya unos años, aprovechando con esa moda de adaptar cuentos infantiles que hubo con Blancanieves y la leyenda del Cazador, Mirrow, mirrow, Hansel y Gretel, cazadores de brujas o Jack el caza gigantes, ninguna de ellas bajo el amparo de la casa del ratón, ellos, que eran pioneros en el asunto, decidieron subirse al carro de la manera más fácil y efectiva: adaptando sus propias películas.
Más concretamente, lo que hicieron es fotocopiar plano por plano y chiste a chiste los clásicos animados y transformarlos a cine en acción real. Esta fórmula es efectiva en algunos casos, como La Bella y la Bestia, por aquello de dar vida a cosas tan inanimadas que parecía magia, o la que nos ocupa, ya que el colorido de la cultura árabe y sus paisajes siempre lucirán mejor en imagen real que en dibujos, pero aún así se refleja un cansancio hacia ese trabajo en piloto automático que convierte el remake en una fotocopia tan plana y falta de personalidad que la magia apenas logra aparecer, si no es mediante la nostalgia y el recuerdo.
Lo más lamentable es que para ello han recurrido a directores de gran renombre, verdaderos autores con sello propio que se han visto sepultados por las necesidades de hacer un producto con la marca Disney donde no cabe ni un solo atisbo de su propia locura. Solo en La Cenicienta se puede intuir algo del talento de Kenneth Brannagh, mientras que Tim Burton parecía tan perdido en Dumbo como e sus últimas producciones como sin duda le pasó en esta ocasión a Guy Ritchie, antaño “enfant terrible” del cine reaccionario y aquí un corderito tan manso como el tigre que parece en pantalla.
Hay que reconocer, por eso, el éxito alimenticio de estos trabajos, ya que Aladdin está siendo todo un éxito y, tras los fiascos de Richie con la infravalorada Operación U.N.G.L.E. y la extraña Arturo, la leyenda de Excalibur, consigue al menos un pelotazo que animar su marchito currículo, aunque poco de ese éxito tiene que ver con sus méritos.
¿Qué nos encontramos, pues, en Aladdin? Pues ni más ni menos que lo mismo que había en la versión de 1992 pero con actores de escaso bagaje y a un Will Smith en sus horas más bajas intentando competir con el monete digital a ver quién hace más monerías.
Al final, la satisfacción que deje la película dependerá no ya de sus méritos (que no son muchos) como del tipo de espectador que se enfrente a ella. Quien desconozca la película original podrá disfrutar bastante con una historia de aventuras muy blanca, sin apenas giros argumentales y de inevitable final feliz. Los que, como yo, no hubiesen vuelto a ver el film original desde la fecha de su estreno, podremos disfrutar sin más, añorando, eso sí, el trabajo del gran Robin Williams (Smith ni se le acerca), mientras que los sufridos padres que hayan visto día sí día también el clásico animado poco tendrán a lo que agarrarse, a no ser de la química entre Mena Massoud y Naomi Scott y la arrebatadora (y perdonen si suena demasiado machista) belleza de la segunda. A Guy Ritchie, insisto, no lo busquen. No lo van a encontrar.
Estamos, en fin, ante un entretenimiento más, una fantasía amable y divertida, de nuevo con canciones maltratadas por el doblaje, donde se notan los esfuerzos (antinaturales en algunos casos) por evitar alejarse del original que hace que casi todas las escenas del genio Smith (sobre todo cuando está de color azul) sean tan grotescas como se presagiaba en los tráileres, pero que tampoco llega a ser el desastre anunciado que más o menos terminó siendo Dumbo, mientras que la magia de Alan Merkel sigue funcionando tan bien como el primer día.
No será Aladdin la que acabe con la racha de adaptaciones absurdas (sigo sin entender porqué no pueden acercarse a la historia de Aladino y la lámpara maravillosa, que al fin y al cabo es más antigua que Disney, sin tener que seguir el guion exacto de la predecesora), pero tarde o temprano veremos la caída de Disney.
Entretenimiento vacuo y buenas intenciones para niños sin pasado o adultos sin memoria. Pero poco más.
Valoración: Seis sobre diez.
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