Después
de un año 2012 sobrecargado de películas de Blancanieves,
este 2013 comienza repartiéndose un poco más las cosas en lo que adaptaciones
de cuentos se refiere. Y es que no podemos negar que los personajes de
historias infantiles forman parte de la nueva moda en Hollywood, después de
saturarnos con vampiros, superhéroes y extraterrestres. Sin embargo, la
película que abre la veda es claramente atípica, alejada de los tópicos
previsibles y con un público potencial que nada tiene que ver con niños (tanto
es así que en los USA ha sido estrenada solo para mayores de 18 años), a
diferencia de las adaptaciones de El mago
de Oz y Jack, el cazagigantes que
están al caer.
Ya
con ver quién es su director podemos intuir por donde van a ir los tiros, ya
que el trabajo más reconocible del noruego Tommy Wirkola es Zombis nazis, aquella extraña película
sobre muertos vivientes con uniformes alemanes llena de homenajes al cine
americano como Posesión Infernal y
similares. Así pues, ¿qué podemos esperar de su primera incursión en tierras
yanquis? Pues una gamberrada monumental, una broma que quizá no tenga una gran
calidad y cuyo guion sea tan absurdo como simple pero que propone una hora y
media de diversión palomitera con chistes burdos, desmembramientos y escotes de
vértigo.
Encabezada
por Jeremy Renner (que tras meterse en la saga Bourne, en la de Misión
Imposible y en Los Vengadores
parece obsesionado por conseguir una franquicia que le asegure generosos
dividendos en el futuro) y la ex chica Bond Gemma Artenton y con una recuperada
Famke Janssen (la Jean Grey de X-men),
la película nos cuenta en cinco minutos la tradicional historia de Hansel y
Gretel, los niños que son abandonados en el bosque y se enfrentan a una bruja
con una casita de chocolate (o de chuches, en este caso), para saltar
inmediatamente quince años en el tiempo y presentarnos a una pareja de hermanos
bien crecidita que se ganan la vida como caza recompensas, especializados, como
no, en brujas. A partir de aquí todo es posible: brujas ninjas, siamesas, seductoras,
armas de fuego inverosímiles, ballestas automáticas… Mil y un sinsentidos con
una sola premisa: que no pare el ritmo. Como una versión casposa y barata
(apenas ha costado cincuenta millones) del Van
Helsing de Stephen Sommers, es todo una sucesión de gadges, persecuciones,
tiroteos y sangre, mucha sangre, con un desquiciante sentido del humor.
Qué
duda cabe que, una vez se enciende la luz y abandonamos la sala del cine, la
película es totalmente olvidable, pero durante la proyección la diversión ha
estado asegurada. Y dudo que Wirkola aspirase a mucho más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario