lunes, 25 de marzo de 2013

UNA BALA EN LA CABEZA (6d10)

Resulta curioso lo que está pasando últimamente en el cine americano. Ante la constante escasez de ideas han echado la vista atrás y centrado su interés en las películas de los años 80, esa época gloriosa de sesiones dobles, cine B de calidad y videoclubes donde recuperar en VHS aquellos subproductos que no llegaban a los cines pero todo el mundo estaba deseando alquilar. Hablo de la década que encumbró a Spielberg y Lucas, donde las comedias juveniles eras frescas y alocadas y donde el culto al cuerpo tuvo su máximo exponente en dos actores: Arnold Schwarzenegger y Silvester Stallone, aunque también andaban por ahí Willis, Van Damme o Seagal. Y, por supuesto, el 3D se veía (por decir algo) gracias a unas gafas de cartón con unos plásticos verdes y rojos a la altura de los ojos. ¡Ah, qué tiempos aquellos! ¡Cómo los añoramos todos! ¿O no? P
ues va a ser que no.

Cada vez que Hollywood ha querido copiar el esquema se ha pegado un batacazo, a excepción de los remakes pésimos de pelis de terror que siempre tendrán su público fiel y poco exigente. Quitando Super 8 (ese maravilloso homenaje a la generación Goonies, que tampoco es que rompiera taquillas precisamente) hemos visto recientemente (o, mejor dicho, no hemos visto, ya que prácticamente nadie fue a verlas) los fracasos de Conan, Desafío total, Dreed o El último desafío, y la película de la que toca hablar hoy, Una bala en la cabeza, es el último ejemplo.
Y eso que a priori lo tiene todo para triunfar: una historia interesante con aires de redención y usando una técnica que siempre gusta: la de compañeros que no se parecen en nada y están obligados a colaborar;  un actor antaño rompetaquillas, Stallone, que había desaparecido de la escena (seguía haciendo películas, pero todas eran carne de videoclub, digo, de emuler, quitando las apuestas seguras de Rocky y Rambo) sin contar con Los Mercenarios (que en realidad no son más que verbenas de verano del Imserso, y mientras los abuelicos se lo pasen bien, ¿qué importa lo que recauden?); un villano con presencia (Jason Momoa ha sido el nuevo Conan y ya había destacado en Juego de Tronos); unos secundarios de lujo como Christian Slater (otro superviviente de los 80 que últimamente vive de hacer series de televisión que le cancelan a las primeras de cambio), Sung Kang (visto en La Jungla 4.0 y en las entregad 5 y 6 de Fast&Furious) o Adewale Akinnuoye-Agbaje (Thor, La Cosa, G.I.Joe, pero recordado para la eternidad como el Señor Eko de Perdidos); y como maestro de ceremonias un director de prestigio y demostrada calidad en este tipo de producciones, Walter Hill (director de clásicos como The Warriors, Límite: 48 horas, Danko).
Todo este cóctel tendría que dar como resultado un éxito seguro, pero como ya comenté cuando analicé El último desafío,  el público de hoy ni conocen a Stallone ni les importa un pepino.
Y después de todo este rollo, ¿la película qué tal?, os preguntaréis. Pues la película francamente bien, quizá no tan redonda como El último desafío (ya habréis deducido que comparten muchos rasgos) pero todos y cada uno de los elementos anteriormente mencionados cumplen con su cometido a la perfección,  incluyendo a un creíble Stallone en el papel de un asesino retirado que debe formar equipo con un detective de la policía para detener a un peligroso mafioso -aunque para él hay un tema personal de venganza-, aportando a su interpretación un sentido del humor y una ironía que lo acercan más a sus compinches Schwarzenegger y Willis que a sus míticos Rocky o Rambo.
Por poner alguna pega, encuentro el guion algo poco trabajado, demasiado lineal. No seré yo quien le pida a una película de estas características unos diálogos shakespearianos, pero algún giro argumental no le habría ido nada mal. Se presentan los personajes de Stallone y Kang, forman equipo, se pelean, vuelven a unirse y a comprenderse mejor el uno al otro, van a casa del malo, hay una pelea final y adiós. Se echa en falta alguna sorpresa, algo que no deje con la sensación de que todo ha sido demasiado fácil.

Aun así, la película entretiene,  y al final Stallone y Momoa se lían a tortas, que en resumen es de lo que va la cosa. ¿Para qué pedir más?

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