Sin noticias
de Dios es una película Hispano-mejicana
de Agustín Díaz Yanes escrita por él mismo sobre la llegada de un ángel a la
Tierra y la posterior reacción a ello desde el Infierno.
Desconozco si en la vida real hay emisarios del más
allá entre nosotros, pero si aceptamos la definición de Dios cono la del ser
superior que mueve los hilos de nuestro destino lo cierto es que yo también
estoy sin noticias de dios (con minúscula, eso sí). De un dios llamado Ricard
Pérez Braña y que, siguiendo con el símil religioso, ha tomado el rol de Ángel
caído al convertirse de editor amigo a empresario desaparecido.
Un escritor, uno auténtico, al menos, lo que más desea
es escribir. Pero también ser leído y saber que sus ideas son capaces de llegar
a la gente e influir en sus ánimos. Y para lograrlo debe vender. Así que no es
una cuestión de dinero. No sólo eso, al menos. El escritor necesita vender para
conseguir que le publiquen más libros y con ello seguir escribiendo.
Pero, por lo visto, el editor Ricard Pérez Braña no lo
entiende igual.
Conocí a Ricard en el maravilloso año del señor del
2020, meses antes de esa plaga bíblica llamada Covid, y todo eran alabanzas y
pensamientos optimistas hacia Mundo
Muerto, una novela que «lo iba a petar» y de la que se hizo una edición y
distribución algo desproporcionada. Luego llegó la pandemia y Sanguijuelas y con El hombre de trapo mataba por amor, la primera novela original que
me publicaba Célebre Editorial, hubo
que rezar a la Virgen de los milagros para conseguir ejemplares suficientes
para la presentación del libro (spoiler: no hubo).
El hombre de
trapo iba a ser mi consagración, pero
se vendió muy poco. O mucho, según como se mire, pues la edición (partida en
dos tandas) se agotó (sin contar con una tirada que sigue pérdida en los
almacenes de una imprenta porque nadie los quiere pagar).
Cuando entré en la familia de Célebre Editorial esta era una empresa pequeña que resurgía, bajo la mano autoritaria de Ricard Pérez, de un proyecto anterior del que dos socios salieron huyendo. Pese a la juventud de la empresa, eran tiempos de bonanza, con Jesús Vera organizando presentaciones y eventos, Carolina Bensler haciendo portadas maravillosas e incluso con la inauguración de una librería en la que dar visibilidad a las novelas.
Pero los buenos tiempos duraron poco. La pandemia y el
encarecimiento de los materiales a raíz del conflicto ruso-ucraniano
influyeron, desde luego, pero fue una pésima gestión lo que arruinó el sueño.
El mío, el de Ricard Pérez y el de cientos de escritores que colgaban sus
ilusiones en la editorial.
Al final, la calidad de las portadas (con Carolina
Bensler fuera de la ecuación) brillaba por su ausencia, las correcciones eran
inexistentes y había que cumplir penitencia para conseguir libros que vender. Jesús
Vera, otra víctima del célebre desastre, huyó con más pena que gloria cuando
vio que no había nada que pudiera hacer por defender al autor, convirtiéndose
en el injusto blanco de las iras, justificadas por otro lado, de los escritores
abandonados. Ricard se convirtió en un predicador en el desierto, empeñado en
huir hacia delante, aumentando su deuda con la esperanza, quizá, de que un
golpe de suerte arreglara lo que con su trabajo no era capaz de solucionar.
Puede que, siguiendo el instinto del friki que sé que es, lo dejara todo en
manos del mítico «lo ha hecho un mago».
No es mi intención crucificar al editor Pérez, pues no
es cuestión de convertirlo en mártir, pero tampoco me apetece demonizarlo como otros
escritores han hecho llevándolo a juicio. Primero, porque de donde no hay, no
se puede sacar nada. Y seguro, porque sigo pecando de buena fe y creyendo que
mi editor (¿puedo seguir llamándolo así?) no es un estafador, simplemente un
mal gestor y, a raíz por su reacción, algo cobarde.
Tenemos en la editorial un grupo de wasap donde se
supone estamos todos los autores (y digo se supone porque cada poco tiempo van
eliminando números, quizá por no ser muy afines al régimen), en el que sólo
pueden publicar los administradores. Sirve para anunciar novedades editoriales,
ferias, eventos, etc. ¿Última publicación? El dieciocho de marzo. Casi cinco
meses. Durante ese tiempo, tras insistentes llamadas y correos he conseguido
que un tal David Martínez, la aparente mano derecha actual (y única, creo yo,
aunque hay quien llega a dudar de su existencia) me diga, al fin, mi cifra de
ventas y las regalías pendientes de cobrar (una pista: no he cobrado ni un duro
de los tres libros publicados). Eso fue el 26 de abril y quedó pendiente que me
indicara cómo se realizaría el pago. No ha habido más respuesta desde
entonces. Ese mismo día 26 me escribí con Ricard. Me confirmó que ha aceptado
las regalías calculadas por David Martínez. Le pregunté cómo fueron las ventas
de Sant Jordi y su respuesta fue que estaba en el médico y que al salir me
llamaría.
Silencio.
Nada más.
No contesta al teléfono. No responde wasaps. No le
entran los correos. No hay actualizaciones en Instagram ni Twitter y las escasas
aportaciones en Facebook son para promocionar una nueva línea editorial
destinada a reeditar clásicos libres de derechos de autor (última actualización:
18 de mayo).
Ante esta situación, las dudas son claras: ¿Existe aún
Célebre Editorial? ¿Está Ricard Pérez
Braña en activo y dispuesto a afrontar sus deudas? (Al menos sé que sigue vivo
y sano, y no secuestrado por algún cárter colombiano, pues desde hace unos días
le ha dado por actualizar mucho su Instagram; el personal, me refiero) ¿Hay
futuro para los escritores con contrato en vigor?
Para un escritor, el editor es como un dios. Y, como
Jesucristo en la cruz, no puedo evitar preguntarme: «Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?
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ResponderEliminarMi nombre es Jordi Manzanares. Soy escritor y es bueno saber que pasan cosas así
ResponderEliminarEnhorabuena por el artículo, sin embargo, diré que con absoluta certeza que el señor Pérez va a seguir manteniendo su ausencia durante largo tiempo. Durante más de medio año estuve implicada en dicha editorial y gracias a dicha experiencia, no he vuelto a publicar ni confiar en ninguna editorial, aún teniendo varias obras en el cajón de los accidentes. Tres años de todo aquel suceso, Titanic tuvo un final fatal pero con mejores oportunidades.
ResponderEliminarSaludos