Está
a punto de cumplirse una semana exacta de lo que debería haber sido un
acontecimiento inolvidable, algo digno de celebrar y recordar con los años y
por lo que, ¿por qué no?, presumir al salir de nuestras fronteras. Y en lugar
de eso, tenemos otro episodio de vergüenza ajena, con el mundo entero
mirándonos con un dedo acusador en una mano mientras con la otra tratan de
ocultar una mal disimulada sonrisa de sorna.
Sé
que mis opiniones pueden resultar polémicas y que a lo mejor me gano algún que
otro enemigo con ellas, pero a estas alturas poco me importa ya. No voy a
meterme, eso sí, en el charco de criticar o defender al señor Rubiales. Lo que
hizo me pareció feo y su reacción más fea todavía, pero es que este hombre
carga con un currículo detrás que poco nos puede sorprender ya. Por otro lado,
los cambios de opinión de Jenni Hermoso tampoco me parecen muy sensatos,
mientras que definir lo que pasó (muy reprobable, insisto) como agresión me
parece algo exagerado. Su reacción en el momento, al menos, no tuvo punto de
comparación a la cara de incredulidad y asco de Halle Berry tras la entrega del
Oscar a Adrien Brody. Aquello si habría sido un escándalo de haber sucedido en
esta época. Pero insisto, no quiero opinar más sobre el tema porque nadie más
que la implicada sabe lo violento que le resultó o no, y cada minuto que pasa
hay declaraciones o acusaciones nuevas que dan giros propios de una peli mala
inspirada en Agatha Christie.
Inciso: ¿Qué pasaría si alguna jugadora de sentimientos republicanos o independentistas se hubiese sentido violentada por los efusivos abrazos no consensuados de la Reina de España? ¿Sería más o menos lo mismo?. Fin del inciso.
El
caso es que, más allá del beso, todo lo que vino después del levantamiento de
la copa me dio mucho asco, desde las feminazis sacando pecho por méritos ajenos
hasta los machirulos que van a aprovecharse de todo esto para sacar los colores
a los que de verdad luchan por la igualdad.
Me
explico: lo de Rubiales pudo estar mal, muy mal, ser delito incluso. Pero,
¿había tanta prisa por condenarlo y ejecutarlo? (¿sospechas de que tiene muchos
enemigos en las sombras afilándose los dientes?). En Tailandia todavía están
buscando celda para Daniel Sancho y aquí ya se ha dictado veredicto. Así, tras
cinco minutos hablando de deporte, todos los telediarios (cada vez más
parecidos a programas del corazón) se han volcado en ondear banderas feministas
y machacar al agresor, olvidando a quién deberían apuntar los focos. Casi desde
el minuto uno personajes como Irene Montero han errado el tiro y han empezado a
aprovecharse de la situación para colgarse una medallita a todas las mujeres y
una condena a todos los hombres muy fuera de lugar. Y luego, viviendo en
tiempos de un correccionismo político absurdo, han salido cientos de palmeros
acusando al villano, indignados y heridos en su honor, aunque apuesto a que
hasta anteayer no sabían ni quien era la Hermoso en cuestión.
Ojo,
que nadie me malinterprete. Apoyo el feminismo como el que más, si es que esto
se traduce en luchar por una igualdad salarial y laboral y luchar por defender
unos derechos que no deberían distinguir
entre sexos, razas o religiones. Pero no el feminazimo en el que todo vale por
el bien de la causa. Lo del domingo, lo miren por donde lo miren, no fue un
éxito del feminismo. Fue un éxito de un equipo de fútbol (femenino en este
caso) que ha ganado muy merecidamente un campeonato. Recuerdo, por si alguien
lo había olvidado, que ganase quien ganase el título lo iban a levantar unas
mujeres, ¿o es que las inglesas no tenían derecho a demostrar su feminismo?
Otra cosa es que con el título se aproveche para dar más visibilidad al fútbol
femenino y dar un paso más para echar del mundo del fútbol (por algo se
empieza) a esos energúmenos que iban a los campos solo a insultar. Mucho se ha
avanzado desde la época del mítico anuncio de Guaraná, ¿lo recordáis? Y aún
queda camino por recorrer.
¿Y
por qué me molesta que sean las mujeres y su empoderamiento quienes se estén llevando
todos los méritos y elogios? Os daré once razones: Cata Coll, Ona Batlle, Irene
Paredes, Laia Codina, Olga Carmona, Aitana Bonmatí, Teresa Abelleira, Jenni
Hermoso, Alba Redondo, Salma Paralluelo y Mariona Caldentey. ¿Queréis más
razones? Ahí van alguna más: Misa Rodríguez, Enith Salón, Ivana Sanz, Oihane
Hernandez, Rocío Gálvez, Irene Guerrero, Alexia Putellas, María Pérez, Claudia
Zorzona, Esther González, Eva Navarro y Athenea del Castillo. ¿Os suenan? Las
once titulares y las suplentes que el domingo ganaron la copa del Mundo de
Fútbol y de las que poco o nada se habla ya. Y no, no me las quiero dar de
listo. Yo, como la mayoría de vosotros, no conocía a casi ninguna. Pero lo triste
es que va a seguir siendo así. Era inevitable que su gloria durase un puñado de
días. O hasta que a Barça y Madrid les tocase jugar sus partidos de liga, pero
gracias a las feminazis y los machirulos ni siquiera eso se han podido llevar.
Un día, a lo sumo, duraron las alabanzas. Los medios las han vuelto a condenar
al ostracismo. Y todo por no saber disfrutar, por una vez, de una sufrida y
meritoria victoria y, una vez homenajeadas como es debido, ponerse a limpiar la
casa. Y entonces sí habría aplaudido a quien quisiera ejecutar a Rubiales, si
es lo que al final merece.
Porque
a la postre, lo que han conseguido Irene Montero y compañía, en su absurda
exaltación del feminismo y la justicia, es que tras la victoria más grande de
la historia de un grupo de mujeres sólo se hable de un hombre.
Y
así no vamos bien.
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