Tras su alabado paso por el festival de Toronto, El Hoyo fue una de las grandes triunfadoras del último Festival Internacional de Cine Fantástico de Cataluña, cosechando cuatro premios importantes. Sin embargo, como suele suceder con las películas más destacadas de Sitges, su estreno en cines fue muy discreto y pasó casi desapercibida hasta que Netflix la recuperó y la convirtió e la película de la que todo el mundo habla y uno de los éxitos internacionales del cine español, algo parecido a lo que sucedió con Verónica, de Paco Plaza, o con la misma La casa de papel.
El hoyo es una película extraña, ambigua, aunque nada sutil en algunos momentos, que conforma una amarga metáfora sobre la sociedad en la que vivimos. Cuenta la historia de un hombre, aparentemente de buena casta, que entra voluntariamente en confinamiento en el Hoyo, un edificio con un número indeterminado de pisos donde una plataforma desciende cada día con comida. La peculiaridad es que la plataforma está rebosante de suculentos manjares en el piso superior y a medida que desciende los ocupantes de cada nivel deben apañarse con lo que los de arriba les vayan dejando, de manera que se pueden imaginar lo que les llega a los de los niveles inferiores. Para terminar de redondear la cosa, los motivos del protagonista para entrar en semejante lugar son tan mundanos como el conseguir dejar de fumar y tener tiempo para leerse El Quijote.
Muchas son las comparaciones que se han hecho al respecto de la película de Galder Gaztelu-Urrutia, siendo la más reiterada la del cortometraje de Denis Villeneuve Next floor, así como otros modelos metafóricos sobre las diferencias de clases visualizadas en edificios (la insulsa High-Rise) o en trenes (la brillante Snowpiercer). Sin embargo, y pese a los evidentes puntos en común con estos ejemplos u oros más clásicos como La gran comilona, de marco Ferrelli o El sentido de la vida, de los Monty Python, mi corazón friki quiere buscar otro referente muy alejado del estilo y del concepto que nos plantea Gaztelu-Urrutia y su guionista David Desola: el díptico sobre Thanos de Vengadores: Infinity War y Vengadores: End Game.
Antes de me lancéis por un barranco, permitidme que me explique. En las películas de los hermanos Russo lo que era un genial hecho diferenciador del plan de Thanos para “salvar” a la humanidad mediante el exterminio del 50% de los seres vivos era el concepto de la aleatoriedad. En la película no se planteaba la opción de salvar a los ricos machacando al pobre, sino que todo iba a depender de una causalidad puramente arbitraria. Eso mismo sucede en El hoyo, donde cada mes los dos inquilinos de cada nivel son cambiados al azar y puede pasar de estar en un piso intermedio, más o menos acomodados a uno de los de arriba, con gran opulencia, o de los inferiores, donde no morirse de hambre es su única preocupación.
Con este concepto es con el que más juega la película, que no pretende dar una moralina sobre las diferencias de clases, habiendo sido así una película más generalista, sino que pone hincapié, sobre todo en su enigmático (y para muchos sin duda cabreante) final, en las posibilidades de cada uno como individuo, promoviendo que el cambio, cualquier cambio, debe venir de uno mismo.
Con un aspecto visual desagradable, muy violento por momentos, acompañado de una magnifica fotografía para nada amable y una música que incomoda constantemente, El hoyo pretende reflexionar más sobre lo que cada uno puede o debe hacer para cambiar las cosas que en la comodidad de culpar de todo “a os de arriba” y eludir las responsabilidades propias. Un problema que no es solo hijo de nuestro tiempo, sino que es tanto el tiempo que llevamos excusándonos en el “¿y yo solo qué puedo hacer?” para no hacer nada que al final, la clave de todo el mensaje del film, cabe encontrarlo en una cita de Cervantes.
Película difícil de digerir pero que va muy bien para el debate y la reflexión.
Valoración: Siete sobre diez.
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