jueves, 16 de abril de 2020

Visto en Netflix: ESTA MIERDA ME SUPERA

Seguimos viendo los años ochenta con una nostalgia que ya empieza a ser enfermiza, prueba de lo olvidables que fueron las décadas posteriores y de la desidia que sentimos ante nuestra sociedad actual. Series como Stranger Things (de los mismos productores que esta de la que toca hablar hoy) o el díptico de películas de It son buena prueba de ello.
Esta mierda me supera sigue la línea de aquellas, compartiendo también muchos paralelismos con otra serie de Netflix del año pasado, The End of the F***ing World, con quien comparte director y autor del comic en que ambas se basaban. Sin embargo, la diferencia entre ambas está en la labor de sus guionistas, que saben la historia que nos quieren contar, pero no atinan en el camino a seguir.
Esta mierda me supera nos presenta a Syd, la clásica adolescente que se siente atrapada en un pueblo pequeño donde apenas puede haber aspiraciones y con el trauma de haber presenciado el suicidio de su padre. Todo parece el clásico relato sobre la pubertad, con sus amoríos, sus cambios hormonales, sus conflictos familiares y su baile de fin de curso cuando Syd empieza a manifestar una serie de poderes que irá descubriendo al mismo ritmo que el espectador, lo cual apoya el cariño y desconcierto que se siente hacia ella.
Además, el personaje principal está interpretado por Sophie Lillis, que ya era de lejos lo mejor de las películas de It y que aquí, en un papel relativamente paralelo, nos vuelve a enamorar a todos. Ella es, una vez más, la gran baza de la serie, sin desmerecer al resto del reparto que también brilla en el breve espacio del que dispone, pero no es suficiente como para que la serie pueda ser todo lo apasionante que debería.
El camino por lugares demasiado comunes (hay muchas referencias a Carrie, pero también nos recuerda a clásicos como El club de los cinco o a historias mucho más actuales como Por trece razones) y un desarrollo demasiado lento de la trama puede lastrar algo el resultado final que, sin embargo, se dispara en la impactante resolución del último capítulo y deja las puertas para una segunda temporada (ya confirmada) que obligatoriamente debería ser bastante diferente.
Al final, el hecho de que se vea en un suspiro (son siete episodios de apenas veinticinco minutos cada uno), su toque nostálgico y lo entrañable que resulta tanto Syd como su entorno, la hacen una serie bastante recomendable, siempre que aceptemos pagar el peaje de regresar a terreno (demasiado) conocido.

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