domingo, 22 de octubre de 2017

GEOSTORM: el arte de destruir.

Desde que deslumbrara al mundo con Independence day, Roland Emmerich se ha convertido en todo un especialista en destruir el mundo de las más diversas maneras, llegando a rozar el ridículo con Independence day 2: Contraataque. Precisamente en ambas películas, al igual que en Godzilla, había un tal Dean Devlin metiendo mano al guion (junto a otras de su amigo Emmerich como Soldado Universal o Stargate).
Ahora, después de haber cogido algo de rodaje en el mundo de la televisión, Devlin ha decidido saltar a la realización cinematográfica moviéndose allá por donde se encuentra como pez en el agua. Por eso, Geostorm es una colección delirante y absurda de todos sus tics como guionista, con unos niveles de destrucción que supera todo lo parido por él hasta ahora, con el presidente de los Estados Unidos con un papel relevante y, por supuesto, con un héroe solitario con dificultades para relacionarse con su hija que se las apaña para salvar al mundo casi sin despeinarse.
Bueno,a lo que queda de mundo después de que Devlin juguetee con él.
La ventaja que tiene Geostorm es que tanto su punto de partida como sus primeros trailers eran tan horrendos que la total ausencia de hype no ha hecho más que beneficiarla. Había tan pocas esperanzas en esta historia futurista sobre un satélite capaz de controlar el tiempo que era pirateado por unos terroristas que al final consigue hasta entretener, teniendo en cuenta que siempre hay una parte de placer culpable en eso de ver saltar en pedazos monumentos emblemáticos de otros países.
Puestos a glorificar los excesos, Geostorm lo tiene todo: tsunamis, congelaciones, tormentas de rayos, explosiones debido a las altas temperaturas... Y a nivel algo más terrenal: conspiraciones, persecuciones en coche, tiroteos, cuentas atrás que se solucionan en el último segundo... Nada parece limitar a la imaginación de Devlin, que quizá no tuvo en cuenta a la hora de escribir que todo eso cuesta dinero, y los ciento veinte millones de presupuesto (parece mentira que alguien se atreva a invertir tanto dinero en algo así) son insuficientes para conseguir que tanta destrucción resulte creíble, viéndose el cartón (o mejor dicho, el ordenador) a las escenas supuestamente más espectaculares.
Aparte de un tremendo error de casting que anticipa el desenlace final (es lo que tiene permitir que algunos actores se encasillen), la mayoría de los protagonistas, por más populares que sean, no parecen creerse en ningún momento a sus personajes. En concreto, esa improbable pareja de hermanos que componen Gerard Butler (que evidentemente ha vivido tiempos mejores) y Jim Sturgess, que, como buenos hermanos, parecen competir para ver quien interpreta peor. Algo de profundidad aspira a aportar Abbie Cornish, mientras que la pequeña Talitha Eliana Bateman (que ya me gustó en Annabelle: Creation) es la única que parece tomárselo en serio. Casi da hasta lastimica ver a tipos como Ed Harris o Andy García metidos en estos fregados.
Poco más se puede decir de una película que al menos no engaña y da justo lo que promete: Destrucción sin sentido, inverosimilitud total, chascarrillos en los momentos más inadecuados, desenfreno visual, fuegos de artificio y ensalzamiento del macho, aunque también se le debe reconocer el saber apuntarse a la moda de las protagonistas duras y activas.
En fin, película de palomitas, consumo rápido y olvido inmediato. No es que llegue a destruir también nuestras neuronas, pero poco le faltará.

Valoración: Cinco sobre diez.

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