Steve Soderbergh es un director brillante pero harto irregular. Capaz de películas pequeñas pero engrandecidas por su calidad, como Traffic o Erin Brockovich, títulos puramente comerciales de gran éxito como la saga de Oceans Eleven, cosas discretas como Magic Mike o Efectos secundarios o experimentos rarunos como Solaris o las dos películas sobre el Che, cada poco tiempo anuncia que se retira de la dirección para desdecirse al poco tiempo.
Es por eso que cada nuevo estreno suyo ha dejado de llamar ya la atención, y fruto de ello es la escasa repercusión que ha tenido La suerte de los Logan, apenas publicitada y con una distribución bastante reducida. Y es una lástima, porque este último título es quizá una de sus mejores películas, quizá no a causa de su extrema profundidad reflexiva pero sí como brillante entretenimiento no falto de inteligencia.
Muchos han definido La suerte de los Logan como una especie de Oceans Eleven en versión paleta, y no les falta razón. De nuevo estamos ante una peli de atracos en el que un variopinto grupo se organiza para orquestar un golpe maestro, situando al espectador del lado del bribón. Sin embargo, estos no tienen ni la elegancia ni el estilo de la cuadrilla de George Clooney, aprovechando Soderbergh para hacer un retrato de la América profunda, de perdedores a los que la vida ha tratado mal y que aspiran a devolverle la jugada en busca de una especie de justicia poética que equilibre la balanza.
Gran parte del buen sabor de boca que deja el film se deba agradecer al reparto, donde de nuevo Channing Tatum ejerce de su actor fetiche (es la cuarta colaboración entre ambos), con un solvente Adam Driver y donde sobresale Daniel Craig en un papel bastante más caricaturesco de lo que nos tiene acostumbrados.
La suerte de los Logan narra el atraco a la cámara acorazada del circuito de la Nascar en Carolina del Norte por parte de Jimmy Logan y sus hermanos junto a unos nada recomendables compinches. Lejos de abordar la crónica social más amarga, la película tiene un tono de comedia casi absurda que la acerca al estilo de los hermanos Coen en su mejor época y aporta con apenas cuatro pinceladas la emotividad justa para poder funcionar sin apenas altibajos. Podría ser que, puestos a buscarle alguna deficiencia, en ocasiones lo narrado sea demasiado increíble teniendo en cuenta el aparente nivel intelectual de los protagonistas, pero basta un ligero ejercicio de suspensión de la incredulidad para dejarse llevar y disfrutar con una película de atracos muy divertida y emocionante.
Valoración: Siete sobre diez.
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