Aprovechando que gracias al festival de Sitges este fin de semana ya tenía la mitad de los deberes hechos (recordad buscar la opinión sobre El secreto de Marrowbone en los especiales de Sitges), en lo que a estrenos importantes se refiere, recupero una sección que tenía bastante olvidada, la de aquellas películas que recupero en formato doméstico o que, como en esta ocasión, han sido diseñadas directamente para televisión. O para streaming, mejor dicho. Y no será porque no tenga títulos pendientes.
El caso es que el estreno de Fe de etarras por parte de Netflix no podía ser más apropiado. Primero, porque vio la luz (sin contar con su polémico paso por San Sebastián) el día 12 de octubre, fiesta nacional. Segundo, porque coincide con un momento turbulento en Catalunya por culpa de sentimientos nacionalistas, que es de lo que trata la película, aunque a Dios gracias la situación no es ni de lejos tan aterradora como sucediera en el País Vasco.
Más allá del buen o mal gusto que pudiesen tener con la campaña publicitaria (recordad el cartel gigantesco que llegó a ser objeto de denuncia cuando todavía no se sabía que esto era una comedia), la duda estaba es saber si ya había pasado suficiente tiempo como para poder hacer comedia sobre un asunto tan delicado como el del terrorismo de ETA.
Personalmente creo que dar un tono de comedia a la vida, por dura que pueda resultar, siempre es positivo, bajo la condición de que se haga con respeto y buen gusto. Y Borja Cobeaga (director) y Diego San José (guionista) saben cumplir con esas cualidades. Bien conocedores del conflicto, que ya retrataron alguna vez en el programa de humor televisivo Vaya semanita, no han buscado un humor fácil de gags simples como en su mayor éxito, Ocho apellidos vascos, en la que también se permitían alguna broma con el tema. Han optado por un humor más sutil y corrosivo que en ningún momento puede llegar a ofender a las víctimas (que es lo más importante) y que ridiculiza a los fanáticos capaces de asesinar en nombre de una bandera o unos ideales sin duda obsoletos.
Fe de etarras cuenta como el veterano Martín, después de una traición del pasado, tiene la oportunidad de redimirse liderando un comando compuesto por los convencidos Álex y Ainara y por el aspirante a terrorista Pernando (ese es su nombre de combate, aunque a lo largo de la película lo va cambiando por Van Damme, Stallone...). El objetivo es esperar en un piso franco a que les indiquen el momento de poner una bomba en plena capital para reivindicar los ideales de la banda terrorista justo en el momento en que se está negociando su rendición, coincidiendo además con el Mundial de Fútbol que España logró ganar.
Con un reparto en el que destaca el siempre sobresaliente Javier Cámara, la película se nutre de diversos chistes a consta de la pasión/fobia por los símbolos nacionales (y para esto nada mejor que el fútbol) y la obsesión de los terroristas por cumplir su misión lidiando para ello con las situaciones más esperpénticas posibles. No hay, en mi opinión, nada que deba ofender a nadie, siendo mi principal queja de la película que no alcanza el tono de humor necesario para funcionar correctamente. No es que los chistes no hagan gracia, que la hacen, sino que son demasiado escasos, habiendo demasiados momentos en los que se podría dudar si es una comedia o un drama costumbrista. Esta indecisión, junto a una subtrama romántica que tampoco aporta demasiado, es la principal traba para una película que, por otra parte, es necesaria para recordar una época que conviene dejar atrás en cuanto a los hechos pero no en cuanto a la memoria. Siempre conviene recordar los errores del pasado para tratar de aprender de ellos, y resulta más sencillo y agradable hacerlo desde la comedia (me viene a la mente la similar Four lions, en este caso sobre el extremismo islámico) que desde el dolor, sin que por ello deba acusarse de frivolizar.
Interesante propuesta de Cobeaga y San José y valiente apuesta de Netflix, que sigue sin conseguir grandes obras maestras pero que poco a poco va ampliando un interesante catálogo de películas de producción propias. No es perfecta, quizá incluso inferior a 7 años, pero al menos marca el camino a seguir.
Valoración: Seis sobre diez.
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