Mucho he tardado en publicar la entrada correspondiente a Blade Runner 2049, pese a haberla visto el mismo fin de semana de su estreno. Primero, porque durante su primer visionado el sopor me venció más de una vez, culpa tanto del ritmo de la película y la monótona voz de Ryan Gosling como de haber ido a verla justo al regresar de mi primer fin de semana en el festival de Sitges, lo que me ha forzado a verla de nuevo para poderla valorar en su justa medida. Segundo, porque la cantidad de cosas positivas de la película es casi proporcional a las cosas negativas, tras lo cual he querido dejarla reposar un poco antes de reflexionar sobre la misma.
Blade Runner 2049 debería ser la película del año, por encima incluso de títulos tan esperados como La liga de la Justicia o Star Wars: Los últimos Jedis. No en vano es la secuela de una película de culto que cambió muchos de los parámetros del cine en general y de la ciencia ficción en particular. Y puestos a valorar eso, independientemente de que uno pueda opinar sobre si la película de Dennis Villeneuve es superior o inferior a la de Ridley Scott lo que es innegable es que no va a convertirse en un mito como fue aquella, más allá de la taquilla que pueda tener (que a estas alturas no parece que vaya a ser para tirar cohetes).
El primer detalle a tener en cuenta hay que buscarlo en la elección del director encargado de asumir el reto de recuperar el mundo de Blade Runner. Villeneuve es uno de los mejores realizadores actuales, y prueba de ello es la excelente factura del film, pero no es un director de blockbusters. Ya lo demostró en La llegada, magnífica película que no arrasó precisamente. Por ello, esta Blade Runner 2049 es casi un film de autor, una película intimista más interesada en profundizar en materias filosóficas como la inmortalidad o la propia existencia que en el espectáculo pirotécnico que, por otra parte, correspondería a una película de semejante presupuesto (se estiman unos ciento cincuenta millones) y despliegue promocional. No es una película para todos los públicos, y si Villeneuve triunfa en el aspecto visual fracasa sin embargo a la hora de imponer el ritmo adecuado a las excesivas dos horas cuarenta y cinco minutos que dura su obra. Me consuela, por tanto, descubrir que no soy el único que pecó de cabecear en algún momento durante la proyección. Hay que ir preparado para ver esta película, bien conocedor de a qué nos vamos a enfrentar, y es por eso que se disfruta más tras un segundo visionado sin importar que no hayan giros capaces de sorprendernos ya.
Blade Runner 2049 avanza treinta años con respecto a su antecesora. En ese tiempo el mundo a cambiado, pero no lo suficiente como para que no lo reconozcamos. Villeneuve se ha asegurado de actualizar esa ciudad de los Angeles sin distanciarla demasiado de la que imaginó Scott, manteniendo la esencia de los replicantes, a los que también ha modernizado hasta el punto de que alguno de ellos, como el propio protagonista, llegue a ser incluso un blade runner (recordad que blade runner es el nombre de los policías encargados de perseguir a replicantes rebeldes). En ese sentido, es importante mantener las bases de lo establecido (quizá incluso demasiado atadas a ese pasado nostálgico, ya que se me antoja poco evolucionada una ciudad para haber pasado tres décadas) pero sin caer en la tentación de que nos de la sensación de estar ante un remake encubierto, como sucediera, por ejemplo, con Star Wars: El despertar de la Fuerza. Por ello, el primer truco es dejar claro que el personaje de K, al que da vida Gosling, es un replicante, evitando caer en el juego de la incertidumbre como sucediese en el pasado (y continua sucediendo) con el anterior protagonista, el Deckard de Harrison Ford.
Existen unos cortometrajes que hacen de puente entre ambas películas que, si bien no son imprescindibles para comprender esta Blade Runner 2049 sí ayudan a ubicarse mejor en el contexto de la trama (truco al que ya jugó el productor Scott en Alien Covenant). Ahí es donde se presentan a los dos personajes que van a ejemplarizar los conflictos que mueven esta película: Sapper Morton, interpretado por Dave Batista, y Niader Wallace, al que da vida Jared Leto. Ambos, por separado, plantan las semillas de la búsqueda de la verdad que va a protagonizar K, el “milagro” de la creación y el poder de crear vida.
Aunque se huye conscientemente del tono de cine negro de la película original, Seguimos teniendo un caso policíaco en toda regla, una investigación que llevará a K a plantearse preguntas sobre su propio pasado y que mantiene la línea espiritual de la saga. Ahora los replicantes ya no son “ángeles caídos”, pero seguimos teniendo un conflicto entre ángeles y demonios con la intervención directa se un aspirante a Dios que podría ocultar más de lo que parece a simple vista.
Hay tiempo en Blade Runner 2049 para la nostalgia, recuperando personajes del pasado, aunque el uso de Deckard quizá recuerde demasiado a la recuperación de Han Solo en la ya mencionada película de J.J. Abrams y Ford vuelva a actuar con el piloto automático. Sin embargo, pese a todas las reflexiones a las que el guion de Blade Runner 2049 invita, y el desarrollo del personaje de K y su interacción con Deckard, es quizá la parte más interesante de la película una de sus tramas (aparentemente) secundarias, la relación amorosa (o no) entre K y Joi, esa inteligencia artificial que al final resulta ser el mejor personaje de todos y encumbra a Ana de Armas en el gran descubrimiento (y no hablo de su aspecto físico, que nadie me malinterprete) de la historia. Y, por atractiva que esta parte pueda resultar, ese debe contarse como un error del guion, que no sabe cautivar lo suficiente cuando se aleja de esa ramificación de la historia. Quizá por la ausencia de un villano a la altura (la Luv de Sylvia Hoeks, por contundente que sea, está más cerca de la T-X de Terminator 3 que del magnífico Roy Batty al que encarnó Rutger Hauer.
Creo sinceramente que, de nuevo, nos encontramos con un problema de base: la falta de originalidad en sus reflexiones más intimistas. Sí, la película plantea preguntas tan interesantes como su antecesora, tales como la capacidad de amar de una inteligencia artificial, la presencia o no de un alma en un ser creado, la búsqueda de la inmortalidad, etc., preguntas que eran muy revolucionarias en 1982 pero que hoy en día ya se han planteado de forma magistral en películas como Her o Ex Machina y de manera mucho más torpe en Ghost in the Shell. Temas planteados también en series como WestWord y que incluso películas tan comerciales y palomiteras como Desafío Total de Paul Verhoeven o Terminator 2 de James Cameron ya se atrevieron a acariciar hacer años sin renunciar por ello a la acción y el espectáculo.
Hay demasiados agujeros de guion, demasiadas situaciones forzadas como para aplaudir lo suficiente el guion, que da pie a una historia que a la postre deja una triste sensación de vacío, pero Villeneuve sabe envolverlo todo de una imaginería visual tan magnífica que uno hasta puede llegar a olvidarse de esas carencias. Todo, a nivel técnico, es perfecto, sin que haya ni un solo plano al que poder ponerle pega alguna, desde los preciosos espacios abiertos en el desierto, las escenas de vuelo o (quizá la escena más impactante) el “ménage à trois” virtual entre K, Joi y Mariette (Mackenzie Davis). También la música es la adecuada, demostrando que Hans Zimmer es el mejor haciendo música a base de ruidos (¿o era al revés?) al servicio e la historia, como hiciera ya en Dunkerque, aunque quizá se podría pedir algo de originalidad, fotocopiando prácticamente el tema de Tears in rain de Vangelis.
Blade Runner 2049 es, en resumen, una película visualmente preciosa, perfecta en su diseño pero irregular en su contenido, que acierta en su invitación a reflexionar sobre la existencia y la eternidad pero al precio de unos personajes y situaciones algo carentes de fuerza narrativa, dejando tras su conclusión al espectador con una sensación de insatisfacción que desluce el espectáculo.
¿Habría sido mejor Blade Runner 2049 si la hubiese dirigido Scott en lugar de Villeneuve? Eso nunca lo sabremos, pero si la taquilla alcanza para evitar la palabra fracaso no me extrañaría nada que hubiese un tercer episodio que nos permitiera adivinarlo. Semillas plantadas han dejado, eso desde luego.
Valoración: Siete sobre diez.
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