Hace un par de años Bone Tomahawk, aquel extraño western con caníbales que protagonizó Kurt Russell, supuso el impactante debut como realizador de S. Craig Zahler. Era aquella una cinta violenta y con toques de gore muy apropiada para un festival como el de Sitges, y su segundo trabajo tras las cámaras, ocupándose también del guion no iba a ser menos.
Brawl in cell block 99 recuerda a una de aquellas películas de tipos duros de los ochenta, cuando el musculoso de turno acababa, generalmente sin merecerlo demasiado, en una cárcel y se las tenía que ver para poder sobrevivir. Con un Vince Vaughn enorme y un look que recuerda en algo al Bruce Willis más socarrón, la película arranca como un drama carcelario más, pudiendo venirle a alguien a la mente títulos como Brubaker o Cadena perpetua, pero Zahler pronto se encarga de poner las cartas sobre la mesa. No es el drama lo que aquí quiere hacer primar, y al fin estamos más cerca de los excesos artificiosos de Encerrado o Libertad para morir que de una crónica realista sobre los penales.
Se reúnen aquí todos los componentes del género: alcaides retorcidos, celdas asquerosamente sucias, capos mafiosos controlando todo el cotarro... Zahler, es evidente, no busca la originalidad en su historia, sino más bien el homenaje cariñoso a una generación, la de finales de los setenta y principios de los ochenta, que crecieron con un cine de serie B, carne de videoclub, de sangre, sudor y testosterona. Con semejante excusa, Zahler puede dar rienda suelta a sus excesos, haciendo que las peleas que se prometen en el título sean dolorosas y sangrientas. Es esta una película de huesos rotos, sangre a mansalva y caras destrozadas, en la mayoría de las ocasiones casi hasta el ridículo. Nada importa. Hasta el metra je es excesivo. De eso va Brawl in cell block 99, del exceso por el exceso, del cuanto más, mejor. Aunque ese exceso se traduzca en ocasiones en un maquillaje o unos efectos especiales demasiado cutres para esta época o una imagen algo plana e insuficiente.
Vaughn, pura fuerza bruta muy alejado de los papeles de comedia a los que nos tiene acostumbrados, es el alma de la fiesta, aunque se agradece la presencia de algún rostro conocido como Jennifer Carpenter y, sobretodo, el siempre glorioso Don Johnson. Es cierto que interpretativamente Vaughn tiene muchas limitaciones, y su imponente cuerpo rivaliza con sus escasas aptitudes para el combate, pero poco importa todo eso si de lo que se trata es de verle totalmente desatado.
Estamos ante una película violenta, muy violenta, tanto, que la carcajada se sucede constantemente y nada puede ser tomado demasiado en serio. Ese es el secreto de Zahler, que por un lado mejora lo presentado en su primera película pero por otro amenaza peligrosamente con quedarse encasillado en la casposidad de una serie B que ya pertenece al pasado. Hasta ahora, le podemos reír las gracias. En el futuro, ya veremos...
Valoración: Seis sobre diez.
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