El hijo de Saúl, de László Nemes, es la gran apuesta del año de la
cinematografía húngara, aclamada en Cannes, reciente ganadora del Globo de oro
y máxima favorita en los Oscars como mejor película de habla no inglesa.
¿Y
qué es eso que tiene El hijo de Saúl
que tanto está gustando? Pues a nivel argumental poco, o nada, que no conozcamos
ya. Un nuevo episodio sobre un prisionero cualquiera de un campo de exterminio
nazi. Una historia que no tiene nada novedoso con respecto a las muchas
historias que nos ha contado ya el mundo del cine sobre esa época tan terrible
y descorazonadora de la humanidad. El
secreto está en la dirección de nemes, que hace dos arriesgadas apuestas y
ambas le funcionan perfectamente bien.
En
primer lugar, la película se proyecta en un formato de 1.33:1, lo que significa
que la pantalla es prácticamente cuadrada. El segundo truco que se inventa Nemes
es conseguir personalizar la trama en la figura de Saúl de una forma tan
extrema que casi toda la película son primeros planos suyos, ya sea frontales o
de espaldas, quedando difuminado todo a su alrededor.
La
falta del espacio visual a ambos lados del actor, algo a lo que el cine nos
tiene acostumbrados como si fuese algo tremendamente cotidiano, consigue
desconcertar al principio e incomodar más adelante, contagiando en el
espectador la asfixia y la claustrofobia que, imagino, debía sentirse en las
entrañas de una aterradora Auschwitz de la que llegamos a conocer sus mayores
atrocidades sin necesidad de mostrar apenas nada.
Durante
la película, nosotros somos Saúl, y tener un objetivo, que en semejantes circunstancias
puede parecer menor (conseguir dar un funeral judío a su hijo muerto), se
convierte en el último recurso para no enloquecer entre los muros del campo.
Con
unos efectos de sonido muy inteligentes (ruidos y voces que nos llegan de
alrededor, sin saber nunca muy bien lo que sucede), Nemes nos sumerge en esta
historia de terror y supervivencia sabiendo estremecer el corazón del
espectador sin necesidad de recrearse en escenas de truculencia gratuitas ni
buscar el horror por el camino fácil. Alguien ha dicho que, al lado de El hijo de Saúl La lista de Schindler parece una versión de Disney, y sin llegar a
ser tan exagerada la comparación, ciertamente por ahí van los tiros.
Puede
ponerse en duda algunas de las acciones que se ven en la película (en ocasiones
parece que Saúl campa demasiado a sus anchas por los distintos escenarios del
campo) y ser necesaria cierta suspensión de la incredulidad para un argumento
que se torna previsible en su desenlace final (y es que evidentemente se han
vista ya muchas películas sobre las atrocidades nazis como para que nos puedan
sorprender demasiado), pero ni el guion es lo verdaderamente importante ni Nemes (que firma el libreto
junto a Clara Royer) lo pretende. No es Saúl (impresionante en su contención Géza
Röhrig, un poeta húngaro afincado en Nueva York y admirador de Unamuno que
debuta aquí como actor) lo verdaderamente importante aquí, sino la excusa para
movernos por Auschwitz siguiendo sus pasos como podríamos haber seguido los de
cualquier otro judío encerrado. O tal y como podríamos ser nosotros mismos. Y
ahí reside el horror y la dureza de una película desgarradora y perturbadora
totalmente imprescindible.
Valoración:
9 sobre 10.
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