sábado, 23 de enero de 2016

EL HIJO DE SAÚL: terror en primera persona.

El hijo de Saúl, de László Nemes, es la gran apuesta del año de la cinematografía húngara, aclamada en Cannes, reciente ganadora del Globo de oro y máxima favorita en los Oscars como mejor película de habla no inglesa.
¿Y qué es eso que tiene El hijo de Saúl que tanto está gustando? Pues a nivel argumental poco, o nada, que no conozcamos ya. Un nuevo episodio sobre un prisionero cualquiera de un campo de exterminio nazi. Una historia que no tiene nada novedoso con respecto a las muchas historias que nos ha contado ya el mundo del cine sobre esa época tan terrible y descorazonadora de la humanidad.  El secreto está en la dirección de nemes, que hace dos arriesgadas apuestas y ambas le funcionan perfectamente bien.
En primer lugar, la película se proyecta en un formato de 1.33:1, lo que significa que la pantalla es prácticamente cuadrada. El segundo truco que se inventa Nemes es conseguir personalizar la trama en la figura de Saúl de una forma tan extrema que casi toda la película son primeros planos suyos, ya sea frontales o de espaldas, quedando difuminado todo a su alrededor.
La falta del espacio visual a ambos lados del actor, algo a lo que el cine nos tiene acostumbrados como si fuese algo tremendamente cotidiano, consigue desconcertar al principio e incomodar más adelante, contagiando en el espectador la asfixia y la claustrofobia que, imagino, debía sentirse en las entrañas de una aterradora Auschwitz de la que llegamos a conocer sus mayores atrocidades sin necesidad de mostrar apenas nada.
Durante la película, nosotros somos Saúl, y tener un objetivo, que en semejantes circunstancias puede parecer menor (conseguir dar un funeral judío a su hijo muerto), se convierte en el último recurso para no enloquecer entre los muros del campo.
Con unos efectos de sonido muy inteligentes (ruidos y voces que nos llegan de alrededor, sin saber nunca muy bien lo que sucede), Nemes nos sumerge en esta historia de terror y supervivencia sabiendo estremecer el corazón del espectador sin necesidad de recrearse en escenas de truculencia gratuitas ni buscar el horror por el camino fácil. Alguien ha dicho que, al lado de El hijo de Saúl La lista de Schindler parece una versión de Disney, y sin llegar a ser tan exagerada la comparación, ciertamente por ahí van los tiros.
Puede ponerse en duda algunas de las acciones que se ven en la película (en ocasiones parece que Saúl campa demasiado a sus anchas por los distintos escenarios del campo) y ser necesaria cierta suspensión de la incredulidad para un argumento que se torna previsible en su desenlace final (y es que evidentemente se han vista ya muchas películas sobre las atrocidades nazis como para que nos puedan sorprender demasiado), pero ni el guion es lo verdaderamente  importante ni Nemes (que firma el libreto junto a Clara Royer) lo pretende. No es Saúl (impresionante en su contención Géza Röhrig, un poeta húngaro afincado en Nueva York y admirador de Unamuno que debuta aquí como actor) lo verdaderamente importante aquí, sino la excusa para movernos por Auschwitz siguiendo sus pasos como podríamos haber seguido los de cualquier otro judío encerrado. O tal y como podríamos ser nosotros mismos. Y ahí reside el horror y la dureza de una película desgarradora y perturbadora totalmente imprescindible.

Valoración: 9 sobre 10.

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