En
esta época tan cargada de remakes, secuelas y reboots parecía inevitable que
tarde o temprano le llegara el turno a una película que no me suena que fuese
un tremendo éxito en su época pero que con el tiempo se ha convertido casi en película
de culto.
Rodada
en un tiempo en que Kathryn Bigelow aún estaba casada con James Cameron y sabía
hacer películas entretenidas, Point Break,
el título original que aquí se tradujo por Le
llaman Bodhi, era una película de corte policiaco donde el protagonista, un
primerizo y algo menos apergaminado que ahora Keanu Reeves se infiltraba en una
banda que atracaba bancos para poder costearse su pasión por el surf en el que
un Bodhi interpretado por un Patrick Swayze es la cúspide derrochaba carisma
hasta el punto de hacer tambalearse las convicciones del tierno agente del FBI.
Poco
ha quedado de eso en esta nueva Point Break, más allá del tema de la infiltración del
agente del FBI. Ahora el protagonista no es ya un novato en todas las facetas
de la vida sino que, aun siendo su primera misión en el cuerpo, tiene un pasado
tan alucinante como los propios deportistas con los que tiene que lidiar, con
lo que poco puede aprender de ellos más que un mensaje de hipismo modernillo.
Hay, además, un trasfondo dramático (desvelado en la primera secuencia de la
película) que recuerda tanto a mil películas ya vistas (quizá Máximo riesgo sea la primera que viene a
la mente) que casi resulta hasta de vergüenza ajena.
Partiendo
de la base de un mensaje naturalista casi místico inventado para la ocasión
(los ocho de Ozaki es un ficticio desafío contra la naturaleza con el que
alcanzar un grado de iluminación cercano al nirvana), la película es
tremendamente plana, con unos personajes sin profundidad a los que dan vida
unos actores que para nada tienen el carisma del reparto original. Solo Teresa
palmer tiene algo de bagaje en el desconocido casting, aunque su personaje no
tiene ni de lejos la relevancia que tenía el de Lori Petty en la cinta de 1991.
Además,
la pasión por el surf de aquella banda de atracadores que utilizaba máscaras
con los presidentes americanos en sus robos ha sido aquí sustituida por todo
tipo de deporte de riesgo, sin importar la modalidad ni el género, consiguiendo
que el mensaje ecologista que proponen (un respeto por la naturaleza casi
sagrado) resulte tan hipócrita como simplista cuando no tienen reparos en
utilizar motocicletas para correr por la montaña o todo tipo de aparato a motor
que, por lo visto, no saben que contamina.
Así,
la trama es tan estúpida como irrisoria y no hay nada ni novedoso ni atractivo
en este juego del gato y el ratón entre el novato agente que resulta del todo
insoportable y el presuntamente molón líder de la banda que es pura prepotencia.
¿Qué
puede justificar el visionado de esta película e incluso su recomendación? Pues
si quitamos todos los elementos que hacen que sea una película (el guion, los
actores, la dirección artística…) lo que queda es una pura maravilla.
Me
explico: ¿conocéis las típicas películas documentales confeccionadas
expresamente para ser exhibidas en cines IMAX? Hay casi un subgénero de ellas
(entre descubrimientos arqueológicos egipcios y paisajes submarinos) dedicado a
mostrar las maravillas de la naturaleza o los deportes extremos que en ella se realizan. Si tomamos
como referencia esas obras, Point Break
es un gran espectáculo. Las escenas de surf son impresionantes, los momentos de
escalada provocan vértigo y con los saltos al vacío se dispara la adrenalina.
Point break no tiene muchas virtudes sobre el papel, pero puesta
en imágenes proporciona casi dos horas de deleite visual que, pese a parecer
patrocinada por alguna marca tipo Red Bull, consiguen transmitir toda la emoción
y espectacularidad que se propone. Y solo por ello ya merece el precio de la
entrada.
Lástima
que luego nadie pensara en el guion…Puntuación: 6 sobre 10.
No hay comentarios:
Publicar un comentario