Ha
querido la casualidad que en mi propósito de aprovechar las escasas horas que
me quedan de vacaciones navideñas para recuperar alguno de los títulos que me
quedaron pendientes del año pasado, haya disfrutado de una sesión doble con dos
películas que se me han antojado tener muchas
similitudes pese a lo diferente de sus argumentos. Y por eso, de forma
totalmente excepcional, he decidido unir las dos opiniones en una sola entrada.
Macbeth
y La novia supone dos revisiones extremadamente fieles a dos clásicos de la
literatura europea: Shakespeare para los británicos y Lorca para los españoles.
Casualmente han coincidido casi en cartelera (y también en diversos festivales,
Sitges sin ir más lejos) dos producciones que han decidido respetar el texto
original para componer a su alrededor dos películas hipnóticas y de gran poderío
visual.
Apoyándose
en sendas grandes interpretaciones protagonistas (Michael Fassbender e Inma Cuesta), ambos
directores han decidido centrar los relatos clásicos en mundos cargados de surrealismo
onírico. La Escocia de principios del milenio pasado destaca en la película de Justin
Kurzelm tiene un tono infernal que casa a la perfección con el descenso a los
infiernos que sufre el protagonista, un Macbeth que tras asesinar a su rey
movido por las manipulaciones de su propia esposa, termina enloquecido por sus
propios remordimientos y las visiones de los muertos que ensucian sus manos de
sangre.
De
igual manera, aunque por causas diferentes, la locura de la novia (la
adaptación de la obra Bodas de sangre de Federico García Lorca que ha dirigido
Paula Ortíz) queda muy bien representada en los parajes desérticos y áridos
que, en un toque irreal pero muy efectivo, están filmados en la Capadocia
turca.
Macbeth
es un poderoso guerrero cegado por el ansia de poder. Unas apariciones
femeninas le advertirán de su destino, pero como suele suceder con los oráculos
la interpretación de los mismos pueden devenir en la tragedia que se quería
evitar.
La novia también es avisada de su funesto futuro por una aparición fantasmal en forma de mendiga. Ella cae también en la
locura, aunque en su caso lo que le mueve es el deseo y la falta de fortaleza
para resistirse a sus propios instintos.
Como
sea, ambas películas terminan siendo una reflexión sobre la obsesión y la
venganza, agonizando sus historias en sangre y violencia desmedida, y aunque pueda resultar algo difícil entrar en ellas, una vez se
acepta el juego que ambos directores proponen la experiencia resulta
perturbadora y envolvente.
Dejando
claro que las propuestas visuales son totalmente antagónicas (Macbeth es todo
fuego y oscuridad, La Novia es luz y cielos infinitos), ambas propuestas
parecen haberse puesto de acuerdo en el uso de planos ambientales, ralentización
de imágenes y el uso de una omnipresente banda sonora que, aun radicalizando
las diferencias culturales entre ambos países, suponen un buen complemento la
una de la otra.
Una
estupenda manera de empaparse de literatura fílmica clásica en una sesión doble
muy interesante y alejada del clasicismo de otras épocas.
Puntuación:
8 sobre 10 (ambas).
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