Bendita calamidad es, antes que nada, una novela humorística de Miguel
Mena que podría haber encontrado su fuente de inspiración en el secuestro del
futbolista del F.C.Barcelona Enrique Castro González “Quini”. Al fin y al cabo,
trata de unos pobres desgraciados que, acosados por las deudas, deciden
secuestrar a un personaje importante para poder subsistir.
Es
Bendita calamidad también la última
participación de Álex Angulo ante las cámaras. Volvía precisamente de ese
rodaje cuando sufrió el accidente que le costó la vida y aunque su personaje tuvo
que ser filmado de nuevo por su sustituto Luis Varela, toda la película es un
homenaje hacia la figura de este gran actor.
Pero,
por encima de todo, Bendita calamidad
es la demostración de que querer es poder. Gaizka Urresti, ganador de un Goya
al mejor cortometraje por Abstenerse
agencias, ya se había basado en los textos de Mena para su corto Un Dios que ya no ampara y se enfrentaba
ahora al desafío de levantar una película con un presupuesto casi irrisorio,
prácticamente autoproducida, y que ha debido sortear la desgracia en forma de
la perdida de Angulo antes de ver la luz. Ver la luz, eso sí, de forma muy
limitada, ya que fuera de su Zaragoza natal es casi un periplo poder disfrutar
de esta película en una sala de cine.
Pero
palabrerías aparte, y ya entrados en materia, ¿qué es en realidad Bendita calamidad? Pues sin duda alguna
una desternillante comedia que sigue las desventuras de dos perdedores, Anselmo
y Ricardo, que ahogados por una deuda con unos matones y dejándose llevar por
un manipulador (aunque tampoco demasiado espabilado) abogado secuestran a un
importante arquitecto aprovechando las fiestas del pueblo para solucionar sus
vidas gracias al rescate que esperan cobrar. Pero todo se complica cuando en
lugar del arquitecto terminan llevándose al obispo de la región.
Aparte
de la novela de Mena, se pueden notar en la película influencias cervantinas,
siendo los hermanos protagonistas una suerte de Quijote y Sancho muy
caricaturescos, aunque también podríamos asociarlos con la mayoría de personajes
de los tebeos de Bruguera, que sin duda marcaron la infancia de Urresti igual
que a toda una generación. De hecho, no son pocas las referencias al mundo del
comic que se aprecian en la película.
Si
nos fijamos en la pareja protagonista puede que los rostros de Jorge Asín y
Nacho Rubio no resulten demasiado reconocibles (aunque el primero estuvo en Justi&Cía, donde estaba precisamente
Álex Angulo, y al segundo lo hemos podido ver en varias apariciones en series
de televisión), aunque junto a ellos hay un plantel de secundarios de mucho
nivel, como Luis Varela, que realiza un trabajo impecable en el papel del
obispo secuestrado, Carlos Sobera, en la piel del arquitecto de sospechosas
intenciones, Enrique Villén, el abogado
que lo lía todo, o Juan Muñoz que interpreta a un policía determinante en el
tramo final de la historia. Carmen Barrantes y Gorka Aguinalde (este último
también con bastante recorrido televisivo) cierran el reparto.
La
película, debido a su modesto presupuesto, se enfrena a la tesitura de
estrenarse en salas aisladas y, mayoritariamente periféricas, un estreno casi
marginal como corresponde a la mayoría del cine independiente de este país.
Pero sería un error asociar cine independiente con cine de autor. Por más que
la personalidad de Urresti esté tras la obra (el propio director es autor del
guion), la película tiene todo lo necesario para ser un dignísimo producto
comercial, una película sin más pretensiones que la de hacer pasar un rato
estupendo a base de un humor blanco muy saludable y unos personajes torpes y
algo idiotas pero con lo que resulta muy fácil encariñarse. Bueno, quizá una
cosa si le falta para ser considerado un producto comercial: tener una
televisión produciendo y, sobretodo, promocionando detrás.
Espero
sinceramente que, como pasó con otros títulos invisibles como El mundo es nuestro, el boca/oreja ayude
a hacer conocido este gran divertimento para que pueda llegar a más gente. No
solo de palmeras y apellidos debe nutrirse el cine patrio, digo yo…
Puntuación:
8 sobre 10.
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