La
nueva película de Tom Hooper, ese realizador que destacara con The dammned united y que desde entonces
cada película suya ha sido más floja que la anterior, aunque ha conseguido
seducir a la crítica especializada de Hollywood que parecen fijarse siempre en
sus trabajos a la hora de realizar las candidaturas para los Oscars, podría
haber sido muchas cosas: un drama de época, una película reivindicativa y
revolucionaria sobre el derecho a decidir, un ensayo sobre arte… Hooper parece
querer tocar todos los palos a la vez y eso hace que su proyecto cojee por
todas partes. Dijo en la presentación el artista que las tres primeras veces
que leyó el guion no pudo evitar ponerse a llorar, pero no parece haber sido
capaz de plasmar ese sentimiento en pantalla.
La chica danesa cuenta (aparentemente) la historia de Lili Elber,
personaje histórico real considerado como el primer transexual reconocido.
Lili, que en el film tiene el rostro y las muecas de Eddie Redmayne, nació como
Einar Wegener, un aclamado pintor danés casado con la también artista Gerda
Wegener. Lo que parece comenzar como un juego, un simple disfraz femenino para
acudir a una fiesta sin ser reconocido, despierta deseos reprimidos en el
interior de Einar que derivan en el convencimiento de que, pese a haber nacido
con atributos masculinos, era en realidad una mujer. Sobre su transformación
física y emocional en Lili se supone que versa esta película.
Y
digo se supone porque, con evidentes similitudes con La teoría del todo, aquella edulcorada semibiografía de Stephen Hawking
que también interpretó Redmayne, es también aquí el personaje de la mujer quien
consigue dar el tono de la película. Alicia Wikander, actriz casi desconocida
hace apenas un año y que en 2015 nos ha seducido con Ex machina, Operación
U.N.C.L.E. y La chica danesa, es quien
lleva en realidad el peso de la narración, por más que Hooper se empeñe en
recrearse con escenas que muestran los cambios en la personalidad de
Einar/Lili, algunas desgarradoramente hermosas y descriptivas, pero otras reiterativas
y colmadas de una expresión demasiado exagerada por parte de Redmayne.
Un
claro problema de la película es que es tanto la sutileza con la que está
realizada, está tan edulcorada, que está más cerca de la comedia que del drama
(esto no es sólo cosa mía; el público de la sala donde yo la vi reía en diversas
escenas), tal y como sucedía en La teoría
del todo, un humor y “buenrollismo” que va desinflándose hacia el final
para devenir en un melodrama simple y previsible que carece de la fuerza
necesario para emocionar. Así, La chica
danesa fracasa en su intento de transmitir el sufrimiento de Lili por su
dualidad con un Redmayne que roza la parodia (¿o será sólo que yo no trago al
actor, nominado al Oscar como mejor actor y al Razzie como peor en el mismo
año?).
¿Qué
es lo que salva a La chica danesa y
que justifica su visionado? La verdadera historia que oculta, desgarradora y
cautivadora. Una historia no sobre la libertad y la tolerancia, como pretende
Hooper, sino sobre el amor verdadero, incondicional y sacrificado, que una
mujer puede llegar a sentir por su marido, aceptando con dignidad y sufrimiento
el cambio y apoyándolo aun cuando ello conlleva su propio perjuicio. Un amor,
dicho sea de paso, mucho más épico y férreo que el de la historia auténtica. Pero
bueno, así es el cine.
Quizá
porque Gerda es mucho más interesante y generosa que Einar/Lili, quizá porque
Vikander tiene más talento que Redmayne o quizá porque la historia real no sea
suficiente sustento para una película (siendo perfecta como carne de
documental), La chica danesa no
funciona en lo que tiene que funcionar, aunque consigue sostenerse con dignidad
sin llegar a aburrir, aunque amenaza con hacerlo en un par de segmentos. Es como si, tal y como la protagonista, la misma película andase en busca de su propia identidad.
Puntuación:
6 sobre 10.
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