De
vez en cuando aparecen directores que, de la noche a la mañana, son encumbrados
y parece que todo lo que toquen se convierta en oro. Sin embargo, tarde o
temprano se les termina por ver el plumero.
Algo
así es lo que sucede con David O. Russell, un tipo con películas interesantes
pero no excesivamente llamativas como Extrañas
coincidencias o Tres Reyes al que
se le abrió las puertas dela fama y los premios con El luchador y que no ha parado de repetir la fórmula de su éxito
desde entonces.
Apoyado
básicamente en el equipo formado por Jennifer Lawrence, Bradley Cooper y Robert
de Niro, quienes protagonizan (más o menos) sus tres últimas películas, Rusell
ha demostrado ser un gran director de actores, sabiendo sacar el máximo
rendimiento de sus estrellas y permitiéndoles hacer unas interpretaciones
intensas y emotivas. El caso más evidente es el de la Lawrence, actriz que
compagina blockbusters como las sagas de X-men
o Los juegos del hambre con las
nominaciones a los Oscars que le reportan las películas de Russell. De su
trabajo como director o guionista ya es otro cantar.
El lado bueno de las cosas resultó un soplo de aire fresco al trillado género de
la comedia romántica, desde luego, pero desde entonces la cosa ha ido perdiendo
fuelle. La gran estafa americana
hacía honor a su título, siendo su setentero estilo visual lo único destacable
del film, y esta Joy no pasa de ser
un melodrama televisivo muy bien maquillado.
Casi
se podría entender la película como un regalo a la propia Jennifer Lawrence.
Fue lo mejor de La gran estafa americana
pese a tener un rol muy secundario y ahora Russell le ha dado el máximo
protagonismo, en una película hecha para su exclusivo lucimiento en el que, en
un manido ejercicio pseudofeminista, su Joy debería dar voz a todas las mujeres
luchadoras e independientes a este lado del universo.
Pero
analizada a fondo, escarbando entre la basura de vida que tiene esta muchacha
ahogada en un caos familiar demasiado rebuscado para resultar creíble (vive en
la misma casa con sus padres separados, sus dos hijos, su abuela y su ex marido),
Joy no deja de ser una versión choni de la propia Katniss Everdeen, una chica
anónima que se rebela contra la sociedad y, apoyada por los focos y el
maquillaje que reflejan su determinación y personalidad, termina convertida en
un símbolo.
No
es Joy una mala película, pero ni
mucho menos se acerca siquiera a la excelencia que se supone debería tener una nominada
al Globo de Oro. Seguro que en los próximos Oscars Lawrence volverá a tener
acto de presencia, y puede incluso que la película asome su cabeza en alguna
nominación más. Pero si La gran estafa
americana ya fue la gran derrotada de hace dos años esta no va por mejor camino.
Russell
se ha acomodado y cuenta unas historias demasiado planas, con un
convencionalismo mal disimulado donde al final solo cuenta el buen trabajo
actoral y la cuidada ambientación. Demasiado poco para una película de
pretensiones sociales como esta que coquetea en demasiados momentos con el
tedio.
Al
final, todo se reduce a Jennifer Lawrence y poco más…
Puntuación:
5 sobre 10.
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