martes, 30 de agosto de 2016

CUERPO DE ÉLITE: tronchante e inteligente.

Resulta extraño, a la vez que estimulante, encontrarse con una película de estas características en nuestra filmografía. Sabiendo que el género de las comedias de acción están muy de moda actualmente, faltaba una muestra de ello en el cine español, donde Anacleto, agente secreto o la saga de Torrente es lo que más se le acercaba.
Para empezar, Cuerpo de élite tiene el mérito de no esconder sus intenciones. Es imposible ir a ver esta película y salir diciendo que no era lo que uno se esperaba, pues más claro no puede estar todo. Los referentes se intuyen desde lejos y las intenciones también. En el fondo, no deja de ser una nueva vuelta de tuerca a la comedia de tópicos que funcionó estupendamente bien en Ocho apellidos vascos y algo peor en Ocho apellidos catalanes, aunque es cierto que las burlas regionales, al final, terminan siendo poca cosa con lo que cabría esperar.
La película comienza con una especie de prólogo al más puro estilo Bond para enseguida presentarnos a nuestro grupito de perdedores que deberán dejar de lado sus diferencias para hacer piña contra un mal menor. Nada nuevo bajo el sol desde luego, pero contando con un interesante elenco actoral nutrido sobretodo del mundo televisivo, el invento funciona francamente bien. Haciendo bandera del absurdo, Cuerpo de élite homenajea sin disimulos a películas como Misión Imposible, James Bond o Mentiras Arriesgadas, se inspira en sátiras como Loca academia de Policía, Arma Fatal o cualquier película con Leslie Nielsen al frente y, aun perdiendo la batalla comparativa con todas ellas, roba de aquí y allá logrando algo tan difícil como conseguir su propia identidad.
Para ser justos, deberíamos decir que es muy inferior a casi todos los ejemplos mencionados, aunque por lo menos sabe hacer una mezcolanza de clichés y tópicos sin afectar al ritmo (ni de la acción ni del humor) que tiene mucho mérito. Pese a las referencias evidentes, no pude evitar durante el metraje compararla con otra película de rabiosa actualidad por más que sus diferencias sean también abismales. Repasemos: tenemos un grupo formado por una chica guapa y varios tipos más o menos duros. Cada uno experto en algo diferente. Unidos por un poder superior pese a sus diferencias. Alternando chistes más o menos tontos con acción. Y que encima, antes del clímax final, se definen ellos mismos como a punto de embarcarse en una misión suicida…
Efectivamente, veo yo en Cuerpo de Élite a una versión cañí y mucho menos elegante del Escuadrón Suicida, pero con la salvedad de que en esta ocasión si gana en la comparativa. Para bien o para mal, Cuerpo de élite cuenta con una presentación de personajes, se toma su tiempo para preparar y conectar a sus miembros entre ellos y da tiempo a que se conozcan y los conozcamos. Plantea la misión correctamente y ofrece los suficientes giros argumentales para mantener el interés. Joaquín Mazón acierta en todo aquello en lo que David Ayer fracasaba, logra que los ojos azules y la ingenuidad sureña de María León me hagan olvidar los shorts de Margott Robbie y permite que me crea que, pese a todo, estos tipos tan ridículos y estrafalarios son capaces de actuar como equipo.
Luego hay ciento setenta y un millones de presupuesto de diferencia, y eso a la fuerza se tiene que notar. Pero tampoco tanto, la verdad.
Así que, con todas la limitaciones que ofrece la simple idea de formar un equipo de idiotas (en el buen sentido de la palabra) con sus tics autonómicos algo exagerados (aunque tampoco tanto), Cuerpo de Élite termina resultando una divertidísima comedia de acción, que funciona en casi todo su metraje, con algunas escenas impagables y cameos muy celebrados y que supone un colofón perfecto a un mes de agosto que, cinematográficamente hablando, ha tenido de todo, desde grandes decepciones hasta interesantes títulos.
Cuerpo de élite merece sin duda estar entre el segundo grupo, ya que de lo que no tengo ninguna duda es de que yo me dejé los complejos en la puerta y me lo pasé en grande. Y por eso va a ser una de las películas que voy a recordar de este verano.

Valoración: siete sobre diez.

HEIDI, nostalgia de altura.

De vez en cuando aparecen películas como esta Heidi de las que uno apenas conocía su existencia hasta toparse de repente con el primer tráiler y no puede más que decir: ¿En serio? Para los que pertenecemos a una generación que creció con el anime japonés dejándonos atados al televisor sufriendo por la relación entre esa niña huérfana y su taciturno abuelo, por la jovencita inválida o por la antipática institutriz de Frankfort  se nos antojaba absurdo querer dotar de imagen a unos personajes tan icónicos que quedarán para siempre grabados en nuestra memoria, siendo además poco menos que imposible condensar en una película la historia que la suiza Johanna Spyri repartió en dos tomos o los cincuenta y dos episodios de la serie animada. Sin ir más lejos, ¿alguien recuerda esa versión titulada Más allá de la aventura en la que Heidi era Juliette Caton y Pedro Charlie Sheen?
El caso es que el realizador suizo Alain Gsponer se ha atrevido con la propuesta y ha logrado filmar una de las películas alemanas de más éxito en los últimos años, consiguiendo llegar hasta las nuevas generaciones (para las que el clásico de los años setenta quedaba ya muy lejano) con una historia sencilla y muy bien narrada.
Corría el peligro de que la aventura de la niña huérfana que es llevada a la fuerza a vivir a una casa perdida en lo alto de los Alpes con su huraño abuelo resultara en exceso empalagosa o lacrimógena. Sin embargo, Gsponer ha tenido el acierto de limpiar de paja casi toda la trama decidido a ir al grano, permitiéndose algunas elipsis que perjudican gravemente al desarrollo de personajes, que quedan retratados de manera muy simplista, pero favoreciendo con ello al ritmo narrativo.
En las casi dos horas me metraje pasan tantas cosas que uno no puede aburrirse en ningún momento, con las idas y venidas de Heidi a los Alpes, su estancia en Frankfort y el descubrimiento de lo que significa la amistad en manos de Pedro y Clara. No hay tiempo para más y uno quizá echa en falta más interacción animal (no busquéis aquí ni a Niebla ni a Pitchi, mientras que a las cabras se las llama por su nombre y poco más) o un poco de pausa para entender mejor los sentimientos de los personajes, pero ello haría que la obra se inclinase peligrosamente hacia el melodrama. Gsponer tenía muy claro lo que quería, una comedia simpática, familiar, alegre y que dejara a los niños con un buen sabor de boca y con alegría en sus corazones, sin que ello llegue a resultar en ningún momento demasiado indigesto para el público adulto.
Sí, como ya sucediera en la reciente Peter y el dragón, Heidi peca un poco (o quizá incluso demasiado) de ingenua y contiene un optimismo algo pasado de moda, pero de vez en cuando conviene ver alguna película así en la que enseñar a los más pequeños a disfrutar del cine sin necesidad de violencia i grandes catástrofes.
No es una obra perfecta ni pasará a los anales de la historia (posiblemente ni de nuestra memoria a corto plazo), pero se disfruta con simpatía y es un buen pasatiempo para despedir el verano con buen humor.

Valoración: seis sobre diez.

CAFÉ SOCIETY, pequeño gran Allen

El estreno de un Woody Allen siempre es una buena noticia para las carteleras, por más que su cine sea más apetecible con el dorado de las hojas del otoño que sufriendo el último empujón del calor veraniego, donde apetece más refrescarse al amparo de estupideces palomiteras de rápido olvido.
Café Society no está entre lo mejor de la filmografía del Sr. Allen, que en lo que llevamos de siglo solo ha hecho dos películas realmente memorables: Match point y Midnigth in Paris (Blue Jasmine no estaba nada mal, pero eso era más mérito de Cate Blanchett que de él), pero tampoco está entre lo peor. Se mueve más bien en un terreno intermedio, marcado por la comodidad, en la que el neoyorquino parece estancado desde hace muchos años.
Café Society, como la mayoría de sus títulos recientes se limita a realizar un copia y pega de sus tics más habituales, configurando una comedia triste donde la genialidad de los diálogos sólo asoma muy esporádicamente y en la que la cámara se mueve acompasadamente pero sin grandes virtuosismos. Eso sí, es la primera vez que Allen filma en digital y eso embellece la fotografía, sobretodo en la parte correspondiente al Hollywood clásico.
Leí una vez que muchos autores (el artículo comparaba demencialmente a Allen con Stephen King) escribían sobre perdedores a los que les pasaban grandes cosas hasta que la vida sonreía a estos autores y entonces se dedicaban a hablar sobre triunfadores a los que les pasaban malas cosas. En ese término, Café Society nos enseña como un don nadie, Bobby, vuelve escaldado de su intento por comerse el mundo en el Hollywood de los años 30 para terminar regentando el local más cool de todo Nueva York, pero, como suele suceder en el cine de Allen, el amor se cruzará en su  camino y será ese amor, imposible por definición, lo que marcará el ritmo de la historia, una historia, eso sí, regada de lujo y glamour por doquier.
Con toques humorísticos más dedicados a las tramas paralelas que a la principal, Café Society es una historia triste y reflexiva que deja un regusto amargo tras su visualización y desaprovecha las muchas posibilidades que la mítica meca del cine podía ofrecer.
Nuevamente es en el reparto donde se encuentran las mejores bazas de la película mostrando Eisenberg y Stewart la gran química que hay entre ellos (es su tercera película juntos) y lo que han evolucionado como actores. Ella, con un papel intencionadamente comedido y sensual que la acercan más a la Valentine de Viaje a Sils Maria que a la Bella de la saga Crepúsculo, mientras él consigue que superemos las pesadillas que su Luthor nos provocó en Batman V. Superman. Por el contrario, la magnífica Blake Lively apenas tiene tiempo ni frases para lucirse mientras que Steve Carrell, un gran actor de comedia a la que cada vez lo vemos en más películas serias, no parece en su mejor momento, haciendo que nos preguntemos cómo habría cambiado la película si su papel lo hubiese realizado el inicialmente previsto Bruce Willis.
Allen acierta en muchas de sus propuestas, con escenas bastante icónicas (el encuentro de Bobby con la prostituta Candy) o las falsas apariencias que el personaje de la Stewart debe mostrar según en qué momento de su vida se encuentre, pero al final la cosa sabe a poco como si esta hubiese podido ser una gran película que queda algo desleída y Allen no hubiese sabido (o querido) retorcer a sus personajes en el último momento. A Jasmine la trató tremendamente mal: con otros personajes como  la Sophie Baker que Emma Stone interpretó en Magia bajo la luz de la luna supo ser más amable. En Café Society prácticamente abandona a la joven pareja a su antojo para que ellos mismos purguen sus errores y deja pie al espectador para juzgar por sí mismo quien gana y quién pierde a raíz de las decisiones tomadas.
Café Society no es una gran película, pero en manos de Woody Allen ninguna película es tampoco demasiado pequeña.

Valoración: siete sobre diez.

viernes, 26 de agosto de 2016

AL FINAL DEL TÚNEL: entretenida y poco más

Pese a la presencia de algún actor español en el reparto, Al final del túnel es una película cien por cien argentina. Ello no implica que se englobe dentro de la moda actual en nuestra cinematografía de apostar por las películas de intriga policíacas, más concretamente en su vertiente de robos a bancos, y en esa línea se encuentra el título que ha dirigido Rodrigo Grande.
Leonardo Sbaraglia es Joaquín, un hombre condenado a una silla de ruedas tras un trágico accidente cuya única finalidad en la vida es espiar a sus vecinos de finca que planean un elaborado robo a una sucursal bancaria. Pero en el momento en que Berta (Clara Lago) y su hija alquilan una habitación en su casa toda su vida se verá trastocada.
Fábula de intriga sobre el honor, la lealtad y el amor que contiene grandes momentos de tensión (todo lo referente al túnel al que alude el título) y que está filmada con elocuencia y buen hacer pero que, a la hora de la verdad, poco o nada aporta al género. Todo lo que se ve es esperable y los giros de guion no resultan ni de lejos tan sorprendentes como se pretende, ni impacta lo suficiente ese clímax final tan inspirado en Tarantino.
Al final del túnel es una de esas películas que se ven con agrado, que te mantienen tenso y pegado a la butaca y que se pueden olvidar tras la salida de la sala. Cine de consumo puro y duro, tan correcto como innecesario y que, desde luego, no va a trascender para nada.
Y aun así, se puede recomendar sin problemas, porque hay veces en que la trascendencia es conveniente dejarla aparcada en la puerta y dejarse llevar por una historia sin implicarse demasiado en la misma.

Valoración: Cinco sobre diez.

STAR TREK: MÁS ALLÁ. Echando de menos a J.J.

Corría el año 2009 y la saga Star Trek (televisiva y cinematográficamente hablando) parecía totalmente agotada y defenestrada hasta que llegó el nuevo rey Midas de Hollywood J.J.Abrams y se sacó de la chistera una mezcla entre remake/secuela/reboot que funcionó estupendamente y ofreció una segunda juventud para las aventuras del Enterprise y su tripulación por más que los trekkies más radicales echaran pestes de ella. 
Tras una secuela igual de exitosa se puso por medio Star Wars y Abrams se bajó de la silla de director (que no de productor) dejando su puesto a Justin Lin, director taiwanes que ya había demostrado su buen hacer en las mejores piezas de la saga Fast & Furious.
No es este el único cambio importante que hay tras los créditos de Star Trek: Más allá, ya que los guionistas de las dos primeras entregas (Alex Kurtzman y Roberto Orci), fieles colaboradores de Abrams, dejaron los papeles en manos de Simon Pegg y Doug Jung. También Carol Marcus, el personaje de Alice Eve en Star Trek: En la oscuridad, desaparece sin comentario alguno.
Por el resto, todo sigue como siempre, con la tripulación de la Enterprise bien definida y la personalidad del capitán James T. Kirk evolucionando de película en película. Atrás han quedado los días de las chiquilladas, y tras los hechos de En la oscuridad el personaje al que da vida Chris Pine es ya un mando responsable y formal que incluso parece cansado ya de las aventuras espaciales y se plantea sentar la cabeza definitivamente.
Con la entrada de Pegg en el equipo de guionistas se podría pensar que la cosa iba a ser mucho más humorística, pero el protagonista de Zombies Party parece saberse muy bien las inquietudes de los trekkies recuperando a la Enterprise del espíritu aventurero de la que quizá carecía en las dos películas anteriores y recordando que se trata de una nave de exploración y no bélica, por más que la guerra termine persiguiéndola a ella.
De hecho, es la muerte uno de los temas centrales de la película, o al menos de las motivaciones de sus dos protagonistas principales. El fallecimiento de Leonard Nimoy, el Spock original que estaba presente en esta saga como versión futura y alternativa del Spock de Zachary Quinto, es usado como recurso para que el Spock joven se replantee su lugar en el mundo (además de servir para rendirle tributo), mientras que el cumpleaños del capitán Kirk le recuerda que ha conseguido vivir más de lo que lo hizo su propio padre (no os preocupéis por ello, Abrams ha anunciado que este, interpretado por Chris Hemsworth, volverá en la siguiente entrega, ya veremos cómo). Además, y como elemento externo, hay que recordar que el actor Anton Yelchin, que daba vida a Chekov, falleció poco después de terminar el rodaje; a él también va dedicada la película.
Star Trek: Más allá tiene momentos de mucha oscuridad, pero también de pura aventura, explorando nuevas razas y mundos desconocidos e incluso añadiendo nuevos personajes a la ecuación, como la Jaylah a la que interpreta Sofia Boutella, toda una declaración de intenciones que pretende diversificar la acción pero que termina pesando demasiado en el ritmo narrativo. Hay mucha acción, persecuciones y peleas, pero Lin no es Abrams y la dirección no es tan firme como en las dos películas anteriores. No trabaja Lin con la misma limpieza (reflejos luminosos aparte)y hay momentos de confusa precipitación que ensombrece el espectáculo, parte que el exceso de maquillaje reste presencia a un actor como Idris Elba en el papel de villano, en clara contraposición a lo que sucedía con el Khan de Benedict Cumberbatch.
En resumen, que estamos ante un nuevo gran espectáculo visual, una delicia de película, divertida, emocionante y adrenalítica, algo loca en algunos momentos (el capitán Kirk haciendo motocrós en un planeta extraño), pero que no consigue despegar del todo en busca de esta nueva identidad que la diferencia del trabajo de Abrams, colocándola un pasito por debajo de las dos anteriores estregas. Incluso el gran Michael Giacchino parece algo más acomodado que en otras ocasiones.
Película a la que se le pueden poner objeciones, y bastantes, pero que sigue siendo un magnifico entretenimiento.

Valoración: siete de diez.

PETER Y EL DRAGÓN. Un cuento para niños grandes.

A estas alturas de la película no seré yo quien se extrañe (y mucho menos se queje) del abuso que está haciendo Hollywood de hacer remakes de sus propias películas, aunque este verano está siendo especialmente sangrante. Evitando caer en la tentación fácil de criticar una película antes de verla (aunque me apetece muy poco hacerlo, la verdad), estamos a punto de recibir a un nuevo Ben-Hur, más tarde llegarán Los Siete Magníficos y aún estamos pendientes del resultado comercial que tengan las nuevas Cazafantasmas. Y en medio de todo esto llega Peter y el dragón, remake de un clásico Disney que por estas tierras se tituló Pedro y el dragón Eliott y que supuso una revolución al combinar dibujos animados con acción real.
Por mucho que esa película pudiese marcar a los niños de mi generación, aquí la Disney no se ha andado con chiquitas y lo único que tiene de remake la cosa es la idea conceptual de un niño que se hace amigo de un dragón, desmarcándose inteligentemente de su referente para todo lo demás. Este ya no es de dibujos animados ni hay canciones por doquier (a Dios gracias). Y el doblaje, desde luego, ya no es en español latino.
Sí tiene la película un aire muy clásico, al menos en su concepción, que recuerda las comedias familiares de la época de Mary Poppins o La bruja novata, donde no hay buenos ni malos y todo se soluciona de la forma más sencilla e ingenua posible. Es ese sentido, Peter y el dragón es una comedia muy blanca e infantil que, sin embargo, se deja ver con agrado por espectadores de cualquier edad.
El argumento tiene muy poco de original, resultando una mezcla extraña entre El libro de la Selva y King Kong, con un niño humano criado en el bosque y una bestia gigante tratando de ser capturada para su exhibición. Y quiere David Lowery (director de En un lugar sin ley que en breve repetirá con Robert Redford en El viejo y la pistola y con Disney con Peter Pan) ser tan onírico y visualmente hermoso que todo el primer arco argumental que explora la amistad entre Peter, el niño perdido, y Eliott, el dragón, retozando y sobrevolando los bosques del noroeste del Pacífico, amenaza con hacerse pesado e incluso soporífero. Pero pronto entran en escena el resto de los humanos y la cosa se anima.
Con un reparto de verdadero lujo (Bryce Dallas Howard, Robert Redford, Wes Bentley y Karl Urban), quienes realmente se llevan la palma son los pequeños de la función, maravillosos Oakes Fegley y Oona Laurence, que enamoran a la cámara y hacen creíbles lo increíble de sus personajes.
En Peter y el dragón no hay cabida para la verosimilitud ni la coherencia. Todo es muy absurdo, tramposo y pillado por los pelos, pero da igual, ya que de lo que se trata es de un cuento sin hadas pero con mucha magia destinado al niño que todos llevamos dentro. Y por eso podemos aceptar que una bestia salvaje que vuela, se mimetiza con su entorno y puede escupir fuego sea, en realidad, tan adorable como un cachorro. Y es que, aunque estemos saturados de tanto Hobbit y tanto Juego de tronos la realidad es que, pese a todo, los dragones siempre molan.
¿O no?

Valoración: Seis sobre diez.

NUNCA APAGUES LA LUZ: Ten miedo a la oscuridad.

Hace ya algunos años que el director malayo James Wan se ha postulado como referente dentro del cine de terror y parece que, pese a sus recientes devaneos con blockbusters totalmente alejados del género (dirigió Fast&Furious 7 y actualmente está trabajando en Aquaman), no hay nadie capaz de hacerle sombra. Se dice de él que revitalizó el género con la saga gore de Saw, que luego lo transformó hacia un clasicismo mucho menos sangriento pero más aterrador con títulos como Insidious o Expediente Warren y ahora parece querer reinventarse de nuevo alejándose de los sustos fáciles y los efectos musicales tramposos para ahondar en un terror mucho más basado en el drama de los vivos que en devaneo con los muertos. Esto le ha funcionado de maravillas en la excelente Expediente Warren: El caso Enfield y repite la jugada como productor en Nunca apagues la luz.
El origen de la película está en un corto con el mismo título que dirigió David F. Sandberg hace tres años sobre un ente demoníaco que solo podía moverse entre sombras. Wan lo vio, le encantó (o le aterró, mejor dicho) y le puso el trampolín necesario para convertir su idea en un largometraje.
Como film de terror, Nunca apagues la luz funciona medianamente bien. Crea un posible nuevo icono para la galería de villanos del género (esa Diana de dedos alargados y retorcidos) y le confiere el suficiente mal rollo merced a unos juegos de luz bastante efectivos que invita a que nos lo pensemos dos veces antes de apagar la luz a la hora de irnos a dormir. Tampoco tiene mucho más, la verdad. Todo está ya inventado y el truco que tan bien podía funcionar en el corto resulta ahora alargado y se hace algo cansino, por más que la película no alcance siquiera la hora y media de metraje.
Pero sustos y apariciones aparte, es en su faceta dramática donde mejor funciona la película, con el drama de dos hermanos de distintas generaciones (con la hermana mayor, Teresa Palmer, como miembro más fuerte de la familia) ante la degeneración metal de su madre (convincente Maria Bello), verdadero epicentro de la locura que impregna a esa familia.
Por eso, por encima de excusas argumentales que justifiquen la existencia del ente diabólico de turno, la verdadera clave de la película está en la sensación de desamparo por parte de un niño de ocho años cuyo mayor temor no es la aparición fantasmal sino la amenaza de abandono por ya que ya ha sufrido en el pasado. Así, Nunca apagues la luz termina siendo un  drama familiar intenso sobre la dificultad de las relaciones, el miedo al compromiso y la lealtad familiar y fraternal. Y ahí es donde se encuentran sus mayores méritos, más allá del mal rollo que las luces parpadeantes puedan ocasionar o de los trucos tramposos a los que recurre Sandberg para que la amenaza, en un mundo tecnológico como el de ahora, resulte intimidante.

Valoración: Seis sobre diez.

NERVE: Sin "likes" no eres nadie.

Dirigida por Henry Joost y Ariel Schulman, oriundos de la saga Paranormal Activity, y con la novela de Jeanne Ryan como fuente de inspiración, Nerve pretende ser un retrato de la juventud actual en el que el medio audiovisual es la base de las nuevas religiones y uno es capaz de cualquier cosa por conseguir un like en Facebook.
En plena fiebre del Pokamon Go los teléfonos móviles son los verdaderos motores de la sociedad, albergando en su interior toda la identidad de sus usuarios, ya sea en forma de Facebook, twitter, Instagram, etc. y pudiendo llegar a arrebatársela. Este es el punto de partida de Nerve, en el que un juego virtual está arrasando por todas partes. En él, los participantes pueden elegir entre ser Observadores o Jugadores, siendo los primeros los que controlen a los segundos proponiendo una serie de pruebas que les hará subir de nivel y recibir tentadores premios económicos. Unas pruebas, por supuesto, creadas a partir de sus propios perfiles, conocedores de sus gustos, sus miedos y sus debilidades.
Vee Delmonico es la protagonista de la función personificando al adolescente anónimo, sin grandes aspiraciones y con miedo a luchar por sus creencias que encuentra en el (falso) anonimato de la red una oportunidad para sentirse viva y hacer posible todo aquello de lo que no se creía capaz. De esta manera Nerve arranca como un retrato de una época y una generación, tal y como hace años hiciera la comedia de Ben Stiller Reality Bites (de hecho, pese a no participar en ese film, Juliette Lewis, que interpreta en Nerve a la madre de Vee, era una de las actrices componentes de la llamada generación X), pero se aprecia en la puesta en escena detalles visuales que parecen prestados de La noche de las bestias (The Purge) y, sobre todo, es muy heredera de la magnifica serie británica Black Mirrow.
La alienación de la juventud, la obsesión por la fama instantánea (y efímera) y la perdida de la identidad son interesantes puntos de partida que, sin embargo, terminan diluyéndose en un film que va claramente de más a menos, que anuncia pero no llega a acusar ni a tomar partido y que deriva al fin en un thriller de intriga con dosis de romance, algo muy naiff y descafeinado y con una solución final tan facilona como irrisoria.
Con todo, el arranque es lo suficientemente interesante y revelador como para merecer un aplauso, por más que a sus realizadores, como a la propia protagonista, la cosa se les vaya de las manos y sean incapaces de controlar su propio ego. Esta es, quizá, la mayor metáfora de la película. Que al final la identidad termina por desaparecer bajo los efectos de los intereses del consumismo y la dictadura de una sociedad que prefiere un film comercial que uno que acuse y señale a su público objetivo.
Película interesante pero descafeinada aunque magnífico ejemplo de metacine accidental.
Valoración: Seis sobre diez.

EL HOMBRE QUE CONOCÍA EL INFINITO: un genio por mandato divino.

De nuevo tengo oportunidad de recuperar en cines una película de hace ya un par de meses a la que tenía bastantes ganas.
El hombre que conocía el infinito es un retrato de la historia real de Srinivasa Ramanujan, un joven indio que sin estudios ni formación previa logró crear fórmulas matemáticas que lo situaban a la altura de Einstein y cuyos trabajos se siguen utilizando en la actualidad para el estudio de los agujeros negros.
El principal handycap que tiene la película es su complejidad temática. Lo mismo que el profano en economía puede perderse ante algunas explicaciones de La gran apuesta o el que no esté interesado en tecnología no se entera nunca de lo que hablan en Steve Jobs, aquí podemos pasar mucho tiempo contemplando a Dev Patel o a Jeremy Irons (que da vida al mentor de Srinivasa y su máximo valedor ante los incrédulos y algo racistas académicos de Cambridge) escribiendo fórmulas en una pizarra que nos pueden sonar a chino. ¿La solución? Reconocer que nos importa un pepino y disfrutar del trasfondo de la historia. Porque esto, en realidad, no va de matemáticas, sino del joven que vive por y para ellas. Así, El hombre que conocía el infinito es un retrato de un chico que lo abandona todo en pos de un sueño pero es también una historia de amor y amistad, un fresco de una época donde la discriminación por el color de la piel no estaba mal vista y  una mirada episódica a una Europa que comenzaba a conocer los horrores de su primera gran guerra.
Interesante y emotiva, es esta una película exclusiva para entregados a tales ofrendas, que podría causar bostezos en el aficionado más comercial pero que nos devuelve al mejor Irons en mucho tiempo que con su mera presencia logra dar un empaque especial a la historia y que logra rociar de humor (fino y británico, pero humor al fin y al cabo) una historia muy dramática sin caer en el ridículo.
Proyecto muy personal de Matt Brown, que escribe, produce y dirige, al que se le nota la carencia de fondos que hace que en algunos momentos tenga un aspecto visual demasiado televisivo, un mal común en este tipo de producciones biográficas de recursos limitados. Apenas una ligera pega para una buena película que, cuanto menos, sirve para darnos a conocer a un hombre legendario del cual, lo confieso, no había oído hablar nunca.
Solo por eso ya vale la pena.

Valoración: Seis sobre diez.

CAZAFANTASMAS: Risas (fantasmales) aseguradas

Lo primero que me llama la atención de este remake del clásico de 1984 es la fría acogida que ha recibido. Sin embargo, la película es perfectamente honesta tanto en su concepción como en su realización y ofrece justamente lo que prometía, recuperar el espíritu de la obra de Ivan Reitman sin enturbiar su recuerdo.
Y es que, seamos realistas, la Cazafantasmas original tampoco es que fuese una gran obra. Era una hija de su tiempo, un producto cien por cien ochentero que la nostalgia ha elevado a título de culto y que visto ahora con objetividad ha envejecido francamente mal. Pero el espíritu, la esencia, permanece intacta en la obra de Paul Feig, no en vano el propio Reiman junto a  Dan Aykroyd figuran como productores.
Paul Feig se mueve como pez en el agua en comedias de acción protagonizadas por mujeres, siendo Melissa McCarthy su actriz fetiche (han trabajado juntos en La boda de mi mejor amiga, Cuerpos especiales y Espías), por lo que parecía la opción más lógica para situarse al frente de este proyecto que versiona en femenino al equipo antaño formado por Bill Murray, Dan Aykroyd, Harold Ramis  y Ernie Hudson con los rostros de Kristen Wiig (otra vieja conocida de Feig), Kate McKinnon, Leslie Jones y la mencionada MCCarthy, todas ellas, por cierto, renombradas comediantes curtidas en el Saurday night. Para rizar el rizo, el papel de la secretaria torpe recae ahora en manos de Chris Hemsworth, burlándose del tópico de la chica sexy pero tonta y demostrando que, cuando no está salvando al mundo con las galas de Thor o del Cazador de Blancanieves es capaz de reírse de sí mismo como el que más, acaparando casi los mejores gags de la función.
Cazafantasmas es puro divertimento, dos horas del absurdo más total con fantasmas que sueltan mocos verdes, pistolas de protones, trampas contenedoras y posesiones demoníacas, donde no puede faltar, por supuesto, el tema musical de Ray Parker Jr.
Estamos ante una comedia bastante blanca y familiar, un pasatiempo al que sería un error pedirle más de lo ofrecido, un espectáculo pirotécnico con buenas interpretaciones, interesantes secundarios (por ahí andan también Andy García, Charles Dance o Michael McDonald) o los impagables cameos que no voy a revelar aquí y que hay que ir descubriendo en la pantalla grande. Cazafantasmas no pretende más que divertir a todo tipo de público y doy fe de que lo consigue, ya sea por la química entre sus protagonistas, por la estupidez del personaje de Hemsworth o porque los seres del inframundo, al fin y al cabo, siguen siendo unos cachondos. Sí es cierto que habría encontrado más simpática una secuela que un remake y que ya empiezo a aburrirme de películas cuyo clímax final de compone de un vórtice amenazando con arrasar la ciudad entera (esto no es spoiler, es el setenta por ciento de las pelis de acción actuales), pero todo se puede perdonar cuando lo importante es el humor y aquí el humor funciona tanto o incluso más que en la película original (o por lo menos muy por encima de la secuela de 1989).
Clásica película a la que las críticas más duras han llegado antes de sus primeros visionados y a los que muchos no han perdonado el cambio de género de sus protagonistas, pero que merece una oportunidad llegando incluso a suponer un pequeño oasis en la mediocridad de estrenos palomiteros de los últimos meses. Lástima que la taquilla nos vaya a impedir ver una secuela.

Valoración: Siete sobre diez.

SECUESTRO: absurda ineptitud

Aunque podamos presumir de que últimamente el cine español ha sabido reinventarse y tocar todo tipo de palos genéricos, en la mayoría con acierto, todavía arrastramos la el resurgir que hace unos años padeció el thriller de terror gracias, sobre todo, a títulos como Los otros o El orfanato. Ahora que parece que es el thriller policial el que ha ocupado su lugar en la predominancia de películas de género, Secuestro parece un intento tardío de aprovecharse de esa moda, no dudando en referirse a otros títulos de la productora como El Cuerpo, Los ojos de Julia o la mencionada El Orfanato para publicitarla o recurrir a José coronado para una colaboración breve pero crucial, algo a lo que se está acostumbrando últimamente (Hijo de Caín sería otro buen ejemplo).
Secuestro no es un film de terror como tal, pero pretende conseguir una atmósfera de misterio angustiante y tramposa que va más allá del simple policíaco, como si aspirase a lograr la sordidez de títulos de culto como Seven. Todo comienza con la aparición de Víctor, un niño mudo, en mitad de la carretera y ensangrentado. Víctima de un secuestro, el hecho de que sea hijo de una importante abogada da al caso una relevancia especial que pronto se convertirá en una caza de brujas contra el único sospechoso del caso, un granuja de poca monta acostumbrado a trapicheos menores y con antecedentes penales.
Mar Tarragona debuta aquí como directora, aunque tiene amplia experiencia en el campo por su faceta de productora de alguno de los títulos antes mencionados, y aunque sale airosa en su trabajo carece de un guion lo suficientemente contundente como para que su historia funcione como debe ser. Personajes increíblemente estúpidos, situaciones descabelladas, subtramas desaprovechadas y giros que se ven venir de lejos son demasiado lastre para conseguir que la película funcione, por más que las interpretaciones se esfuercen en salvar la papeleta o, por lo menos, dignificarla.
Y es una lástima, porque uno podría conformarse con que una película de estas características distraiga y mantenga la tensión durante algo más de hora y media, pero hay algunos despropósitos argumentales tan grandes que es imposible desconectar de ellos y disfrutar de la película sin más, lo que echa al traste todo lo bueno que, por el contrario, se pudiese encontrar.

Valoración: Cuatro sobre diez.

CDS: LA INVITACIÓN: con amigos como estos...

Aprovechando el tiempo de ¿descanso? que se supone otorgan las vacaciones estivales, es buen momento de recuperar alguna de esas películas que se escaparon en el momento de su estreno. Y en el caso concreto de La Invitación se trata de una oportunidad perdida doble, ya que fue una de las más comentadas en el pasado Festival de Sitges meses antes de su estreno en salas comerciales.
La Invitación cuenta con un guion de Phil Hay y Matt Manfredi al que dio vida Karyn Kusama, directora que regresa así al mundillo de las pequeñas producciones después de haber probado el cine más comercial con Jennifer’s bodyÆon Flux.
Con un reparto bastante coral en el que destacan Logan Marshall-Green, visto en Prometheus, y Michiel Huisman, el Daario Naharis de Juego de Tronos, la película arranca con el clásico encuentro entre viejos amigos a los que las vicisitudes de la vida ha ido distanciando. Algo muy en la línea de Los amigos de Peter o Pequeñas mentiras sin importancia, pero con un trasfondo más oscuro y desasosegador.
Kusama sabe crear la atmósfera desde el primer momento, con la llegada accidentada de Will, el personaje de Marshall-Green, a la casa donde se realiza el encuentro fraternal, para encerrar luego a todos los protagonistas en un lujoso chalet de Los Angeles donde poco a poco iremos descubriendo sus secretos del pasado, aunque a la hora de la verdad todo versa alrededor del pasado común entre Will y Eden y los motivos que los llevaron a separarse.
Intriga que se va cociendo a fuego lento, insinuando un catastrófico final, quizá no demasiado sorprendente pero siempre efectivo, La Invitación es de esas películas donde lo verdaderamente importante no es a dónde te lleva, sino el viaje en sí mismo. Aderezada con un amargo regusto a drama, La Invitación, aparte de ser un ejercicio de suspense y desconciertos, es una reflexión sobre la pérdida y las diferentes maneras de enfrentarse al dolor, resultando desgarradora por su total ausencia de humor.
No resulta un film redondo y se llega a desaprovechar algún personaje o situación que prometían mucha más tensión, pero es, desde luego, un destacable ejercicio narrativo que incomoda con sus silencios y sutilezas creando una atmosfera turbia pero envolvente.

Valoración: Seis sobre diez.

sábado, 13 de agosto de 2016

EL HOMBRE PERFECTO: un fraude con complejo de escritor.

Los días de vacaciones son ideales para recuperar alguna de esas películas que se escaparon en el momento del estreno y que gracias a algunos cines que no se conforman con ofrecer simple entretenimiento prefabricado apuestan por alternativas más arriesgadas.
En este sentido, no es que El hombre perfecto se pueda llegar a englobar bajo el estigma de “cine de autor”, pero el simple hecho de ser una producción francesa y que no sea una comedia ya la distingue de cualquier blockbuster veraniego prominente del otro lado del charco.
Dirigida por Yann Gozlan, casi un debutante en esto del cine, y con Pierre Niney como máximo foco de atención (este si es un rostro conocido de la filmografía francesa, siendo la producción española Altamira su último trabajo), la película narra la historia e Mathieu Vasseur, un empleado de una empresas de mudanzas que sueña con ser escritor de novelas, aunque debe resignarse a ver como su único trabajo es rechazado por las editoriales sin mucha compasión. Pero su suerte cambia cuando en un trabajo de limpieza del piso de un anciano fallecido sin familia descubre un diario de guerra y decide convertirlo en novela, transcribiendo sus páginas de manera literal. La obra se convierte en un repentino éxito de crítica y público y Mathieu se convierte en una celebridad, conquistando a la (adinerada)chica de sus sueños y aspirando a conseguir por fin todo aquello con lo que había soñado. Pero el secreto sobre el que se sostiene su éxito no tardará en atormentarlo embarcándolo en una espiral de mentiras y pesadillas que lo empujarán irremediablemente al abismo.
Gozlan, firmante también del guion, pretende realizar una parábola sobre las dificultades del creador, los obstáculos que se presentan en su camino y el pánico, no ya al fracaso, sino al propio éxito. El terrible miedo al folio en blanco se ve perfectamente reflejado en el atormentado Mathieu y el desafío que supone enfrentarse a una segunda obra tras un éxito sin precedentes puede ser una presión tan demoledora como para encaminar al protagonista por el reverso más oscuro de su psique. Sin embargo, todo lo interesante que la situación pueda llegar a ser se vuelve en contra de la propia película por culpa de la construcción de un personaje cuya estupidez es tal que no es posible empatizar en ningún momento con él. Puede que en comedia sea simpático enfrentarse a un antihéroe capaz de tomar siempre la decisión más errónea, pero esto es un drama muy negro, y aquí no tienen cabida ciertas cosas.
El hombre perfecto es la historia de un fraude, pero no es la novela de la que hablan (Arenas negras) el fraude en cuestión, sino el propio Mathieu, un tipo mentiroso, cobarde y sin nada de autoestima que puede llegar incluso a ofender por lo bien que le llegan a ir las cosas. Viéndome yo mismo reflejado en el origen del personajes y sabiendo lo que es ser rechazado por editoriales sin ninguna explicación al respecto, no me cabe en la cabeza que alguien con ansias creativas como se le suponen al protagonista no tenga la necesidad e cambiar una sola coma o palabra del diario que plagia, así como se me antoja imposible que aparte de esa novela rechazada no tenga e un cajón cientos de ideas, proyectos o borradores que le sirvan cuanto menos de punto de partida para su segundo trabajo.
Así, al final resulta que el propio guion de la película resulta ser un fraude también, tanto por el desarrollo de ciertos acontecimientos que no debería relatar aquí como por el detalle de que la propia historia creada por Gozlan no deja de ser una burda copia del libreto de Brian Klugman de la película El ladrón de palabras que Bradley Cooper protagonizó en 2011. 
Aun así, aceptando que no estamos más que ante una representación de lo mismo que se pretende criticar, El hombre perfecto contiene, el menos, brillantes interpretaciones y una dirección firme y directa que la convierten en un eficaz entretenimiento con grandes dosis de intriga que ayudan a que uno olvide las obviedades de un manido guion o la incierta falta de moralidad en la descripción de un descenso a los infiernos que al final no resulta ser para tanto.
Valoración: Seis sobre diez.

lunes, 8 de agosto de 2016

MASCOTAS: Vuelve la diversión.

Cuando llevábamos un tiempo en que el cine de animación (después de una época dorada) parecía estar de capa caída, sin grandes alegrías más allá de Disney/Pixar (y en ocasiones ni por esas), Illumination Entertainment y Universal nos han dado una agradable sorpresa con esta Mascotas que si bien parece copiar su premisa argumental del clásico Toy Story, cambiando los juguetes de una por los animales domésticos de la otra) lo cierto es que es capaz de crear su propia historia para poder evitar comparaciones imposibles de superar.
No estamos ante una película de gran madurez, de esas que invita a reflexionar a los adultos y que esconde una profunda carga emocional de trasfondo. De eso que se encarguen otros. Mascotas es sincera en su propuesta y busca solo la diversión, una diversión tan acertada que, dentro de su sencillez, es capaz de cautivar a grandes y pequeños.
Una de las grandes bazas de Mascotas es no apostar claramente por un único protagonista, convirtiéndola en una comedia casi coral, donde la amistad/rivalidad entre Duke y Max sirve más como punto de arranque de la narración que como motor principal.
No hay, además, un gran villano pese a lo que pudiera parecer, sino un conjunto de inadaptados que terminan siendo más excusas para que la diversión no decaiga sea donde sea que esté el foco de atención.
Puede que se note alguna carencia en el aspecto técnico, sobretodo en la sencillez de los personajes, mucho más planos que en títulos recientes como Buscando a Dory o Zootrópolis, pero eso se compensa con creces con la belleza colorida y casi mágica con la que se retrata a un hermoso Nueva York. 
La escena inicial con la cámara sobrevolando la ciudad hasta aterrizar en Central Park ya compensa por sí sola el precio de la entrada. 
Y si además tenemos en cuenta la maravillosa banda sonora de Alexandre Desplat, la cosa ya no puede pintar mejor.
Maravillosa y tronchante, triunfadora en taquilla y con una secuela ya anunciada, la última película de Illumination, muy heredera (auto homenaje incluido) de su mayor creación: Los Minions, confirma a su productora como la verdadera alternativa a Disney/Pixar haciendo que nos olvidemos definitivamente de sagas tan caducas ya como la de Ice Age.
Para disfrutar sin más pretensiones.

Valoración: Siete sobre diez.

viernes, 5 de agosto de 2016

ESCUADRÓN SUICIDA: Otra decepción más de Warner/DC

Como buen amante del mundillo de los superhéroes y a tenor de lo visto en los trailers (además de que el cine de David Ayer siempre me ha parecido muy interesante, incluyendo la injustamente defenestrada Sabotage) le tenía muchas ganas a esta película, por más que apenas conozco a sus protagonistas, más allá, evidentemente, del Jocker y (muy de pasada) de Harley Quinn. Al menos tenía pinta de ofrecer algo totalmente diferente, mucho más gamberra y poco convencional. No esperaba a Deadpool, pero casi.
Por otro lado, no hay ningún motivo para confiar en lo que están haciendo en Warner/Dc en cines últimamente. Desde El Caballero Oscuro no levantan cabeza y cada película parece más torpe que la anterior (precisamente estos días he aprovechado para recuperar Batman V. Superman en su versión Ultimate, y aunque mejora un pelín –al menos dignifica algo, aunque tampoco mucho, a Clark Kent/Superman- tampoco basta para salvar al film del desastre). Solo quedaba la duda de si se debía culpar de ello a sus creadores (Nolan siempre pareció más interesado en hacer un thriller policíaco que un film de Batman y en El regreso del Caballero Oscuro se le fue la mano en todos los sentidos) o de los directivos. A ellos se les achaca el desastre de Batman V. Superman, por más que los palos iniciales cayesen sobre Snyder.
En espera a una Liga de la Justicia que debería seguir los pasos de ese dúo oscuro y depresivo, Escuadrón Suicida prometía ser un oasis en el desierto, una película capaz de ir a su bola, lejos de las influencias de Zack Snyder y del también denostado David S. Goyer, dejando las riendas en manos de un artesano con suficiente personalidad propia como para hacer SU propia película. Pero esos rumores de montajes alternativos impuestos desde arriba (se dice que incluso se llegó a engañar a Ayer para que diese el visto bueno) así como el aumento a posteriori del protagonismo de Batman tras ser de lo poco que gustó del film anterior (que al final no es para tanto) no hacían presagiar nada bueno.
Y con total falta de hype pero a tope de ilusión y esperanza me he enfrentado a este nuevo capítulo de la saga que pretende contarnos, muy a trompicones, la creación del Universo DC.
¿Y qué es lo que me he encontrado? Pues, lamentándolo mucho, un despropósito total. No puedo decir que esta película sea peor que Batman V. Superman, pero no le anda a la zaga.
De entrada, ambos comparten el mismo problema: tienen las bases para ser una gran película y lo echan todo a perder con un guion ridículo. Ya desde la misma escena de presentación de personajes uno intuye que la cosa no va bien encaminada. No hay una coherencia narrativa (aún no sé si esto es un drama, una comedia, una peli de superhéroes, una epopeya bélica o una de terror), el montaje es confuso y precipitado y los personajes, por más que se les quiera dotar de un trasfondo dramático, son meras caricaturas. Ni siquiera los efectos especiales salvan la papeleta, con un Killer Croc grotesco, un Diablo que en su confrontación final con el villano de opereta me recordaba a los peores momentos de El Motorista Fantasma y una amenaza (otra vez el mundo en peligro por la abertura de portales interdimensionales, o místicos, o qué se yo…) final que parecía sacada de Cazafantasmas.
Esta es la primera película de supergrupo de DC y es evidente que ha fracasado por completo, aunque su escena postcréditos (sí, tiene escena postcréditos, para que luego digan…) deje clara la posible conexión con La Liga de la Justicia.
No obstante, no deja de ser una película de superhéroes, y eso significa mamporros, acción y espectacularidad, y eso siempre mola pero, ¿mola lo suficiente? No cuando todo es tan confuso y se abusa tanto del Deus ex machina. Había momentos en los que no me enteraba de nada, no porque no entendiese lo que pasaba, sino porque no entendía porqué pasaba, en un completo homenaje al absurdo y el sinsentido, personificado todo ello en el papel de Viola Davis. Tanto es así que hubo momentos en los que me sentí como cuando vi Los Cuatro Fantásticos de Josh Trank.
Y aun así, acepto darle un aprobado raspado. Y eso se debe, además de a una interesante banda sonora, a la presencia de un impresionante reparto (aunque con alguna estrella totalmente desapercibida, como Adewale Akinnuoye-Agbaje bajo capas y capas de maquillaje o Scott Eastwood, que ni recordaba que salía hasta leer los créditos finales). Pero la presencia de nombres como Jai Courtney, Joel Kinnaman o Clara Devigne dan cierta enjundia al producto, mientras que Will Smith y Margot Robbie es de otro nivel. Pese al deje atormentado que pretenden dar a Deadshot, Smith vuelve a recordar al magnifico actor de comedia de sus comienzos y la empatía entre su personaje y el de Harley Quinn logra salvar la película. Y es que si en mi comentario de La leyenda de Tarzán ya advertía que la Robbie era de lo mejor del film y prometía más o menos lo mismo para esta ocasión, lo cierto es que la rubia descubierta en El lobo de Wall Street está colosal. Su personaje por sí solo justifica el visionado de la película, con un humor delirante e histriónico que logra resumir a la perfección la esencia del personaje. ¡Y qué bien le sientan esos shorts tan cortos!
Lo de Jared Leto como Jocker es otro tema. No sé si es culpa del doblaje en español o del director, pero se me antoja otro despropósito casi tan grande como el Luthor de Eisenberg.
En fin, nueva oportunidad desperdiciada de Warner y su universo comiquero. Muchas eran las esperanzas puestas en este título y nueva desilusión que hace que ya poco me pueda esperar del próximo, turno de Wonder Woman. Copiar el estilo Marvel e momento no les está funcionando. Veremos lo que les depara el futuro. Ahora será tiempo de ver si la taquilla está en consonancia a las críticas y si este segundo varapalo trae nuevas consecuencias. Lo que parece claro es que Ayer solito no puede ser responsable del fiasco y algo tendrán que decir los directivos que anteponen sus opiniones económicas a las creativas. Esto es un negocio, sí, pero a este paso pronto van a dejar de ganar dinero.

Valoración: Cinco sobre diez.

miércoles, 3 de agosto de 2016

MALAS MADRES: una nueva muestra del gamberrismo más mojigato.

Malas Madres es la nueva película del dúo formado por Jon Lucas y Scott Moore, que debutaron con la insuficiente Noche de marcha pero que serán siempre recordador por haber escrito aquella gamberrada tan aplaudida que fue Resacón en Las Vegas, aunque en honor a la verdad no han vuelto a hacer nada memorable desde entonces.
Muy por debajo de la película que consagró a Bradley Cooper, Malas Madres sigue la estela de la clásica comedia americana llena de gamberradas y chistes de mal gusto pero que, en el fondo, esconde un mensaje edulcorado y bienintencionado. Esa falta de mensaje es lo que distinguía a Resacón en Las Vegas, que junto a una narrativa bastante original prometía diversión y solo diversión (sí, podía verse oculto un canto a la amistad pero…). En ese sentido, Malas Madres se encuentra en el lado opuesto, y por mucho que su punto de partida (tres madres que renuncian al compromiso de actuar con la impecable responsabilidad que se les supone) promueva la libertad y la felicidad que puede conseguirse con solo dar un portazo en las narices a los maridos y los hijos, la conclusión final es justo lo contrario, y junto al tufillo exageradamente feminista que desprende el film la conclusión final es que la maternidad es lo más bonito del mundo, que no hay nada como los hijos y que cualquier sacrificio es poco. Y que no existen, en realidad, las malas madres. Solo las malas expectativas.
Desconozco que le está pasando a la comedia actual que, pese a regar sus guiones con chistes obscenos y escatológicos, terminan resultando más moralistas que un telefilm de Disney (recuerden el reciente caso de Hermanísimas), como si la mala baba que se gastaban los Reitman, Landis y compañía y que solo lograron rozar en sus primeros films Judd Apatow o los hermanos Farrelly se hubiese agotado ya. O quizá es producto de una nueva corriente de puritanismo y conservadorismo en la sociedad americana. El caso es que lo que se promete como una gamberrada rompedora y desafiante termina siendo una comedia blandita y moralizadora, casi panfletaria. Y si no, atentos a las escenas que acompañan a los títulos de crédito finales.
Con todo, la peli cuenta con un reparto femenino bastante apañado, encabezado por una Mila Kunis que después de su descalabro con El destino de Júpiter ha demostrado sentirse más cómoda en la comedia que en cualquier otro campo. A su lado están nombres como Kathlyn Hahn, Kristen Bell, Christina Applegate o Annie Mumolo, todas unas expertas en estos inventos. La guerra de sexos habitual ha sido sustituida aquí por una guerra de lobas (también con final feliz, no vaya a ser que alguien se nos ofenda), y el desmadre viene de la mano de tres improbables amigas que amenazan con romper (por poco tiempo) con las reglas de la sociedad.
La película es divertida, no lo voy a negar, y los personajes logran que empatices con ellos, mostrando un variado repertorio de filias y fobias (algunos rozando el tópico más clasicista), pero ese regusto a mensaje buenrollero impide disfrutar del todo del show, casi como si a uno le obligaran a quedarse a barrer y limpiar después de la fiesta.
La vida se ha edulcorado, y aunque aquí encontremos malas madres, malos hijos, malas esposas, malos maridos y malos profesores, la irreductible unión fraternal entre las bunas amigas (¿qué importa que nos acabemos de conocer?, que diría Sabina) podrá con todo.
Comedia de carcajadas contadas y sonrisa estable, algo más simpática que la media habitual pero muy poca cosa para ser obra de quien es. Y es que la sombra del Resacón es alargada…

Valoración: Seis sobre diez.

LA MINA: cine de terror indie a medio camino de todo

Dirigida por Miguel Ángel Jiménez, La Mina es una de esas curiosas películas que aparecen de la nada y logran escapar de la invisibilidad por encima de otras producciones a priori más llamativas y con alguna estrella en su reparto.
No hay ningún rostro reconocible en esta producción íntegramente española aunque filmada en inglés con actores foráneos y que pese a acontecen en un pueblecito de la América profunda ha sido filmada en gran parte en Asturias y País Vasco (algo lógico si se trata de minas).
De una modestia tal que recuerda un poco a las producciones casi de serie B de Blumhouse, La Mina narra la historia de Jack, un hombre que acaba de salir de prisión y regresa a su hogar, donde le aguardan (que no esperan) su hermano, su mujer y su hijo. Deseoso de rehacer su vida y tener una segunda oportunidad con su matrimonio acepta el trabajo de vigilante nocturno de una mina abandonada, una mina que, como su propio pasado familiar, esconde muchos secretos.
La trama, así como la escena inicial, ya invitan a pensar que estamos ante una propuesta de terror psicológicos, donde lo que no se ve va a ser más aterrador que lo que se muestra en pantalla. 
Tenemos también el suficiente interés personal como para adivinar que se trata de una película de personajes capaz de profundizar en ellos más allá de presentarnos a una serie de sujetos predispuestos a ser machacados por el psicópata de turno. 
Lo malo es que Jiménez no es capaz de aunar correctamente ambas vertientes, creando un híbrido que abandona durante demasiados minutos del metraje su faceta aterradora mientras que la parte correspondiente al drama familiar resulta previsible  y algo cansina. Jiménez quiere cocer su historia a fuego lento, pero se pasa de pausado y, cuando al fin arranca la acción, es ya demasiado tarde. 
Un breve y precipitado festival gore (donde se encuentran las principales carencias de Jiménez como realizador) no es suficiente para reactivar una película con momentos interesantes e intérpretes correctos (el protagonista es Matt Horan, cantante del grupo Dead Bronco que debuta en la interpretación) pero que no alcanza a emocionar (ni aterrorizar) lo suficiente y que corre el peligro de que, de querer analizarla en profundidad, tenga demasiados vacíos en su guion, dejando demasiadas preguntas sin responder.
Una propuesta prometedora, no lo niego, pero demasiado irregular como para llegar a convencer. Un cuento de terror a medio camino de todo.

Valoración: Cuatro sobre diez.

martes, 2 de agosto de 2016

ZIPI Y ZAPE Y LA ISLA DEL CAPITÁN: Inferior pero aceptable.

En pleno auge de las adaptaciones comiqueras al cine resultaba extraño que en España no se apostara por un género que sobre el papel había dado grandes clásicos, siendo Mortadelo y Filemón las únicas incursiones en materia (a la espera de la eternamente prometida SuperLópez). Pero eso cambió el año pasado con los estrenos de Anacleto,agente secreto y, sobre todo, Zipi yZape y el club de la canica.
Con las aventuras de Los Cinco, de Enid Blyton como principal referente literario, y las películas juveniles de aventuras, con Los Goonies de Richard Donner como principal muestra, la película de Oskar Santos no guardaba una fidelidad demasiado exhaustiva con respecto a los personajes de papel creados por Escobar, lo cual terminó siendo una suerte, ya que de lo contrario podría haber terminado cayendo en el ridículo.
Siguiendo la estela de la acertada aventura juvenil, el propio Santos ha vuelto a hacerse cargo de Zipi y Zape y la Isla del Capitán, una secuela que, aun siendo muy fiel a la original, ha sabido evolucionar lo suficiente para no limitarse a repetir esquemas y aportar un capítulo nuevo en las andanzas de los gemelos más famosos del tebeo. 
Sorteando sin problemas la necesidad de cambiar a los actores protagonistas (cuyas edades actuales no serían acordes a los personajes), Santos ha optado esta vez por inspirarse en la literatura más universal y acoger, como si de la Liga de los hombres extraordinarios de Alan Moore se tratase, influencias tan variopintas como el Capitán Nemo de 20.000 leguas de viaje submarino, el Hombre Invisible, Peter Pan y el Capitán Garfio, el doctor Jeckyn y Mr. Hyde o el mismísimo Sherlock Holmes.
Una cosa parece segura, y es que Santos ha querido hacer una película mucho más grande y ambiciosa que su predecesora, con más humor, más aventura y más efectos visuales. Y ese avance evolutivo en la historia sería de agradecer si no fuese porque, por el contrario, lo que no ha evolucionado ha sido el presupuesto. Así, las ambiciones de Santos se contraponen con sus limitaciones, lo cual termina por evidenciarse en pantalla (la aparición del gorila, personalmente, me saca mucho de la historia).
Con todo, no se le puede negar a la película el deseo de contagiar al público por el amor al cine de aventuras de hace unos años, terminando por ser un estupendo entretenimiento infantil y juvenil perfectamente llevadero para los adultos y donde, como en la anterior ocasión, lo mejor de la función reside en el papel del villano, en esta ocasión con el rostro de Elena Anaya, que lo borda como la empalagosa aunque histriónica dueña de una especie de orfanato afincado en una misteriosa isla donde irán a recaer los dos hermanos.
Cine familiar del bueno, algo por debajo de El club de la canica, pero igualmente recomendable.

Valoración: Cinco sobre diez.

JASON BOURNE: Previsiblemente decepcionante.

Cuando se tiene en tus manos a la gallina de los huevos de oro hay que seguir exprimiéndola hasta acabar con ella. Esa es una máxima que en Hollywood se sigue al pie de la letra y el caso del espía más desmemoriado de la historia no iba a ser una excepción.
Tras una trilogía que rallaba a gran nivel casi se cargan a la susodicha gallina cuando, para mantener el tirón, hicieron un cambio de cromos en el papel protagonista y Jeremy Renner interpretó a una versión paralela de Bourne en El legado de Bourne que no pareció convencer a nadie y que, vista en la distancia, no estaba mal del todo.
Pero la gallina seguía viva. Agonizante, pero viva. Y se ha decidido traer de vuelta al Bourne original, ese Matt Dammon metido en labores de productor e imponiendo directores, en una cuarta (o quinta, ya no lo tengo muy claro) entrega que, siguiendo la estela de Rocky Balboa o John Rambo, demuestra su falta de ideas desde su mismo título, simplemente el nombre del protagonista: Jason Bourne.
Tras crear un laberinto con sus recuerdos en la trilogía original, basada por cierto en las novelas de Robert Ludlum, esta vez ya no parecía quedar secretos sobre el pasado del personaje, por lo que la historia debía ir por otros derroteros. Pero Paul Greengrass (que además de director se ha enchufado también en tareas de guion) y Christopher Rouse no se han molestado en arriesgar lo más mínimo y, ya sin la obra de Ludlum como referencia, han tirado por el mismo camino, desluciendo el final de El ultimátum de Bourne, y rebuscando más secretos en el pasado del pobre agente secreto.
La saga Bourne, aun con sus dosis de intriga y acción, siempre se ha caracterizado por mostrar la cara más seria y torturada del agente secreto, dotando a sus films de una verosimilitud que ni tenía ni buscaba la saga Bond, por poner un ejemplo similar. Sin embargo, en esta ocasión, pese a la cámara nerviosa y el abuso de los primeros planos tan característicos de Greengrass, nada es creíble en este sinfín de piruetas de destrucción, tiroteos y persecuciones que transforman a Bourne, aún con su alma taciturna, en un superhéroe del montón.
Jason Bourne no es divertida porque la saga nunca ha pretendido serlo, pero lo necesita para poder aceptar la transformación a la que ha sido sometida, un lavado de cara fallido y que solo se sustenta porque, aun con lo alargadas que son la mayoría de sus secuencias, no llega a aburrir, y porque el lujo de contar con Tommy Lee Jones, Alicia Vikander o Vicent Cassel acompañando a Matt Dammon en sus peripecias compensan incluso la espantosa dirección de Greengrass, que no estaría en esta silla si no fuese por su amistad con la estrella o la fama de documentalista (¿acaso había algo más que eso en la soporífera Capitán Philips?) y que encima amenaza con insistir (¿no le ofrecen más trabajos?) en una nueva entrega.
Torpe y excesiva, Jason Bourne no pasa de entretenimiento veraniego, trascendental y olvidable, que empaña el recuerdo de las películas anteriores y hace buena a El legado de Bourne. Ya puestos a retorcer a la gallina, al menos se podría reactivar aquel proyecto de juntar a los personajes de Dammon con el de Renner. Al menos tendría su chicha…

Valoración: Cinco sobre diez.