viernes, 26 de agosto de 2016

NUNCA APAGUES LA LUZ: Ten miedo a la oscuridad.

Hace ya algunos años que el director malayo James Wan se ha postulado como referente dentro del cine de terror y parece que, pese a sus recientes devaneos con blockbusters totalmente alejados del género (dirigió Fast&Furious 7 y actualmente está trabajando en Aquaman), no hay nadie capaz de hacerle sombra. Se dice de él que revitalizó el género con la saga gore de Saw, que luego lo transformó hacia un clasicismo mucho menos sangriento pero más aterrador con títulos como Insidious o Expediente Warren y ahora parece querer reinventarse de nuevo alejándose de los sustos fáciles y los efectos musicales tramposos para ahondar en un terror mucho más basado en el drama de los vivos que en devaneo con los muertos. Esto le ha funcionado de maravillas en la excelente Expediente Warren: El caso Enfield y repite la jugada como productor en Nunca apagues la luz.
El origen de la película está en un corto con el mismo título que dirigió David F. Sandberg hace tres años sobre un ente demoníaco que solo podía moverse entre sombras. Wan lo vio, le encantó (o le aterró, mejor dicho) y le puso el trampolín necesario para convertir su idea en un largometraje.
Como film de terror, Nunca apagues la luz funciona medianamente bien. Crea un posible nuevo icono para la galería de villanos del género (esa Diana de dedos alargados y retorcidos) y le confiere el suficiente mal rollo merced a unos juegos de luz bastante efectivos que invita a que nos lo pensemos dos veces antes de apagar la luz a la hora de irnos a dormir. Tampoco tiene mucho más, la verdad. Todo está ya inventado y el truco que tan bien podía funcionar en el corto resulta ahora alargado y se hace algo cansino, por más que la película no alcance siquiera la hora y media de metraje.
Pero sustos y apariciones aparte, es en su faceta dramática donde mejor funciona la película, con el drama de dos hermanos de distintas generaciones (con la hermana mayor, Teresa Palmer, como miembro más fuerte de la familia) ante la degeneración metal de su madre (convincente Maria Bello), verdadero epicentro de la locura que impregna a esa familia.
Por eso, por encima de excusas argumentales que justifiquen la existencia del ente diabólico de turno, la verdadera clave de la película está en la sensación de desamparo por parte de un niño de ocho años cuyo mayor temor no es la aparición fantasmal sino la amenaza de abandono por ya que ya ha sufrido en el pasado. Así, Nunca apagues la luz termina siendo un  drama familiar intenso sobre la dificultad de las relaciones, el miedo al compromiso y la lealtad familiar y fraternal. Y ahí es donde se encuentran sus mayores méritos, más allá del mal rollo que las luces parpadeantes puedan ocasionar o de los trucos tramposos a los que recurre Sandberg para que la amenaza, en un mundo tecnológico como el de ahora, resulte intimidante.

Valoración: Seis sobre diez.

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