sábado, 31 de agosto de 2019

CHICOS BUENOS

Poco se puede decir de los directores (aunque solo el primero aparece acreditado) y guionistas de Chicos buenos: Gene Stupnitsky y Lee Eisenberg, pues su experiencia se limita a los guiones de Bad teacher y un buen puñado de episodios de la versión americana de The office, serie de la que también han dirigido alguno. Sin embargo, si nos fijamos en los nombres que constan como productores, Seth Rogen y Evan Goldberg, será más fácil saber por dónde van los tiros.
Efectivamente, si están por aquí las cabezas pensantes de SupersalidosSuperfumadosJuerga hasta el fin y un largo etcétera de gamberradas varias (Casi imposible es de lo más convencional -a la par que genial- que han hecho recientemente), es presumible que chicos buenos sea una reflexión sobre la amistad y el miedo a crecer bien regado de chistes sexuales, escatología y drogas varias.
El desconcierto es cuando uno se da cuenta de que la película está protagonizada por niños. Esto produce que se reduzca un poco el nivel de grosería a cambio de divertirnos con el desconocimiento de los chavales ante lo que ellos ven como una vida de adultos aterradora y salvaje (las “villanas” del film, dos chicas que solo quieren pegarse una juerga son, a sus ojos, unas yonquis peligrosas que ya han echado a perder sus vidas). Así, un acto de rebeldía adolescente del personaje interpretado maravillosamente por Jacob Tremblay (con el noble objetivo de aprender cómo dar correctamente su primer beso) termina derivando en una aventura impresionante para la panda de amigos, cuya misión consiste en ir al centro comercial más cercano a comprar un dron sin que su padre lo descubra.
Así, con un tono aventurero muy propio de los Goonies pero con la incorrección política propia de Rogen y Goldberg, la película camina por un extraño terreno que juega con la ingenuidad infantil en una película demasiado heavy para que sea recomendable para niños pero con unos protagonistas tan tiernos que resultará difícil que logren la empatía de un público adulto.
Al final, resulta complicado definir el público al que va dirigido la película, lo cual lastrará mucho sus posibilidades de taquilla, pero lo cierto es que el resultado final, incluso en lo desconcertante, resulta encantadoramente divertido, incluyendo esa reflexión final nada moralista sobre lo efímero que es el amor, la levedad de la amistad y la necesidad de crecer y abrirse a nuevos horizontes de un trío protagonista donde destaca Tremblay (lo suyo ya no es noticia, después de sus papelones en La habitación o Wonder) pero con unos Keith L. Williams y Brady Noon que no desentonan para nada.


Valoración: Siete sobre diez.

INFIERNO BAJO EL AGUA

Infierno bajo el agua (¿puede que el traductor viniera de ver Infierno azul cuando se le ocurrió esta traducción del original Crawl?) es la película con la que el director Alexander Aja se reconcilia con el cine de terror después de despuntar con su remake de Las colinas tienen ojos.
Desde entonces, lo más recordado del director francés había sido esa gamberrada (por momentos de mal gusto) que era Piraña 3D y la flojita Horns (que tuvo un estreno muy limitado, algo que ni siquiera consiguió su último film, La resurrección de Louise Drax, inédita en España). Pero con Infierno bajo el agua, el galo recupera el buen pulso narrativo con una película que se suma al carro de las producciones veraniegas de amenazas acuáticas, pero a la que consigue sacarle un brillo inesperado.
Ciertamente, poco prometía lo que parecía otra película del montón, esta vez con caimanes ejerciendo la función habitual de los tiburones, con el recuerdo de la entrañable Mandíbulas en la memoria y siendo su protagonista, Kaya Scodelario (El corredor del laberintoExtremadamente cruel, malvado y perverso) su principal baluarte. Sin embargo, pese a lo tópica que a priori pudiera parecer la historia (típica mala relación entre un padre y una hija con esfuerzo deportivo de por medio), la parte dramática funciona bastante bien, haciendo que se puedan obviar las escenas más previsibles (cuando la película arranca con ella participando en un entrenamiento de natación ya sabes que tarde o temprano va a terminar “echando” una carrera a un caimán). Son embargo, es en su parte más aterradora cuando mejor funciona la cosa. Cuando una localidad de Florida es evacuada por el azote de un huracán de nivel 5 y las inminentes inundaciones, Haley debe ir a la casa familiar en busca de su padre, con quien no consigue contactar, quedando ambos atrapados en ella y al acecho de varios caimanes hambrientos. 
Desde este momento, pese a la presencia constante del padre (interpretado por el habitualmente desagradable Barry Pepper, con quien la Scodelario coincidió ya en la segunda tercera entregas de la saga del Laberinto), es el personaje de Haley quien debe cargar con todo el peso de la película. En este sentido, se agradece que la participación de Kaya Scodelario le imponga un trabajo más físico que digital (sí, en algún momento hay algún caimán al que le canta el CGI, pero es algo mínimo), muy a la par de la interpretación de Blake Lively en, precisamente, Infierno Azul), consiguiendo Aja que todos los sustos funciones perfectamente, obligando a saltar al espectador cuando debe saltar, y transmitiendo una claustrofobia y sensación de angustia muy por encima del otro referente de este verano, la correcta 47 metros 2.
Es nevitable en ese tipo de películas pensar en el gran clásico que es Tiburón, todavía no superado, pero sin querer entrar en ese juego, Infierno bajo el agua cumple con creces su cometido, consiguiente tensionar hasta el agotamiento, rechazando el humor autoconsciente que tenía Pirañas 3D y con alguna secuencia realmente brillante como la protagonista acorralada en el baño.
Con un presupuesto casi ridículo (más si lo comparamos a fiascos marinos como fue Megalodón), Infierno bajo el agua se está convirtiendo en uno de los éxitos del verano y está posibilitando que Alexandre Aja vuelva a parecerse al gran director que era en sus inicios, pudiéndosele atribuir el gran mérito de orquestar una película que podría resultar argumentalmente ridícula (se juega a rizar el rizo con el más difícil todavía constantemente) y que en sus manos es un brillante ejercicio de terror sin dejar de lado un buen tratamiento de personajes.

Valoración: Siete sobre diez.

ANGRY BIRDS 2

Hace apenas tres años Sony se sacó de la manga una película basada en un popular juego de móviles, Angry Birds, y aunque no fue un pelotazo su reducido presupuesto le permitió quintuplicar los beneficios y dar el pistoletazo de salida a esta secuela.
Siguiendo el estilo alocado y el ritmo frenético de aquella, Angry Birds 2 consigue mejorar la propuesta gracias a un guion algo más elaborado y un tono casi irreverente que permite que su humor conecte con un público adulto sin demasiados problemas. Naturalmente, no es cuestión de pedir peras al olmo, y esto no deja de ser una tontería como otra cualquiera (al fin y al cabo estamos hablando de un producto infantil sobre la enemistad entre pájaros y cerdos), pero la comodidad de tener unos personajes ya presentados permite que la historia avance hacia otros derroteros sabiendo coquetear entre la dulzura, la acción y la diversión sin que nunca recaiga el ritmo.
Por si fuera poco, aquellos que la disfruten en su versión original podrán reconocer en las voces a un buen surtido de cómicos de primer nivel, lo cual no deja de ser un valor añadido a la propuesta.
En resumen, película efectiva y muy funcional, divertida en su absurdez, que logra ser algo superior a la primera parte y sirve de entretenimiento liviano tanto para niños como para mayores poco exigentes.


Valoración: Seis sobre diez.

LO QUE NO ME GUSTÓ DE ÉRASE UNA VEZ EN... HOLLYWOOD

Atención, este artículo contiene spoilers de Érase una vez en… Hollywood, lo cual no es necesariamente un impedimento para poderlo leer si no se ha visto aún la última película de Quentin Tarantino.
De hecho, esperaba a escribir esta a haber visto por segunda vez la película, cosa que aún no me ha sido posible. Y es que pienso que, de conocer ese giro final (que cualquiera que navegue un poco por la red ya debe haber descubierto) quizá la cosa me habría funcionado mejor. Y eso que ya dije desde el primer momento que esta podría ser la mejor película del director de Knoxville (aunque quiero ser muy cauto con esta afirmación, recuerdo que en cines me encantó Malditos bastardos y desde entonces no he sido capaz de revisionarla por el aburrimiento que me produce). Y es que el hecho de no estar de acuerdo con el final, en el fondo una simple decisión artística del director, no debería desmerecer a la propia película.
Este artículo es, pues, para tratar de explicar porqué me indignó tanto ese giro final y el error que creo que ello supone para la propia película.
Y no es que sea un purista absoluto de la historia. A fin de cuentas, el cine es ficción. Pero creo que hay una serie de normas que no se deben saltar a la torera. Al menos, no sin avisar de antemano. Pongamos un ejemplo del mundo de los comics (aunque también ahora del cine) como es el personaje del Capitán América. Por supuesto, el Capitán América es un personaje de ficción, y aunque la ciencia no respalde la existencia de un suero del supersoldado o la posibilidad de sobrevivir congelado bajo las aguas varias décadas sin envejecer un ápice es algo que debemos aceptar como parte del juego que se nos propone. Sin embargo, el Capitán América “existe” en un mundo real, y por ello los guionistas siempre han tenido cuidado (con muy buen criterio, por cierto) para convertirlo en un héroe de guerra sin alterar la historia en sí misma. Por ejemplo, el Capi puede haber ayudado a los aliados en el desembarco de Normandía, pero nunca ser la clave del éxito de la operación, pues eso desmerecería a los verdaderos soldados que dieron sus vidas por la caída del III Reich. Así, tampoco se ha imaginado nunca al Capi liquidando a Hitler, aunque con sus poderes quizá lo podría haber hecho con facilidad. Simplemente, no lo ha hecho porque la historia nos ha dicho que la caída de Hitler fue de otra manera. Ese es, para mí, el acierto de crear personajes de ficción interviniendo en la historia (Forrest Gump es, quizá, el ejemplo más explícito). Sí, ya lo sé, todo esto ya lo había hecho el propio Tarantino al reinventar, precisamente, la muerte de Hitler en Malditos Bastardos, pero al menos en esa ocasión le servía para dar más sentido a la trama de su película, cosa a la que ya llegaré más adelante.
Vayamos ya, pues, al quid de la cuestión. Y es que en la película de Tarantino los acólitos de Charles Mason no llegan a asesinar a Sharon Tate y sus invitados la fatídica noche del nueve de agosto de 1969. Cuando “la Familia” se dirige a su casa deciden (de manera algo aleatoria, por cierto) cambiar de planes e ir primero a la de su vecino, Rick Dalton (el personaje interpretado por DiCaprio), cambiando así de objetivos. Lo que no esperaban era con encontrarse allí con Cliff Booth (Brad Pitt) quien frustra sus planes dando pie (una cosa no quita a la otra) a una de las mejores secuencias de la película, una orgía de sangre y violencia que encumbra un film que, hasta el momento, estaba siendo casi una rara avis de la filmografía de Tarantino.
Volviendo a mi teoría sobre la relación entre historia y ficción, es un acierto hacer una película sobre unos personajes ficticios como Dalton y Booth como símbolos de una generación, y aunque un investigador avispado podría llegar a averiguar la identidad de los verdaderos vecinos de Polanski y Tate en aquella época, el inventar a estos vecinos no afecta a nada relevante de la historia. Sin embargo, pese a haberse advertido que la película no iba sobre Charles Mason, sino que su historia solo servía como telón de fondo, toda la trama está construida para desembocar en el fatídico crimen, y el giro argumental llega a resultar muy frustrante. Hay un momento, cuando ya ha pasado la tormenta, en que la propia Sharon Tate invita a su vecino, un afectado Rick Dalton, a terminar la velada en su casa y explicar detalles de lo sucedido. Por un momento, pensé que iba a haber un giro sobre el giro y que un segundo grupo de adoradores de Mason se iban a presentar al fin en la casa de los Polanski para rematar la faena (asesinando, de propina, al propio Dalton como cruel broma macabra), pero no fue así.
Parece claro que Tarantino escribe la historia tal y como a él le hubiera gustado que sucediera, alterando la realidad a su conveniencia, de manera que el film, más que Érase una vez en… Hollywood bien podría haberse titulado como aquella comedia tan resultona de Woody Allen: Un final made in Hollywood, ya que eso es lo que tenemos aquí, una alteración de la realidad con final feliz tal y como, volviendo al ejemplo de Marvel, se hace en la serie de comics (y próximamente serie de Disney+) llamada What if.
Pero esto es solo la primera parte de mi descontento, ya que creo que el falso final no es solo una decisión artística, sino que traiciona a la película, lo cual la convierte en un error más allá de lo simplemente subjetivo. Me explico: una de las bases de Érase una vez en… Hollywood es la de retratar una época en decadencia. La propia historia de Rick Dalton, condenado a vagar como secundario por series de televisión hasta que decide dar el salto a producciones italianas de medio pelo, es una buena muestra de ello. Efectivamente, el final de la década de los sesenta supuso también el final de la era dorada de Hollywood, y aunque el asesinato de Sharon Tate no fue tan relevante como para ser el motivo principal (eso habría que achacárselo a la guerra de Vietnam, que cambió a la sociedad en general, y a la crisis de los grandes estudios, que provocó una manera diferente de hacer producciones de cine), si sirvió como punto de inflexión y metáfora perfecta.
Por ello, era importante que el final de Érase una vez en… Hollywood terminara con el final de la inocencia, con la muerte de la ingenuidad representada en la hermosa sonrisa de Tate (hermosa también la sonrisa de Margot Robbie). De hecho, hay quien ha criticado el personaje de Tate en el film, limitándose a lucir su cara bonita por todas partes sin aportar nada a la historia. Por mi parte, creo que la aportación del personaje, así como la interpretación de Robbie, es magnífica para reflejar esa magia, encarnándose en ella toda la belleza y la adoración por una época ya extinta, pero precisamente el cambio de su destino provoca que pierda sentido y quede, a la postre, como un personaje vacío y desaprovechado. Esta es, para mí, la gran diferencia con el caso de Malditos Bastardos, que pese a traicionar a la historia real, al menos es coherente con la historia que propone Tarantino. Aquí, sin embargo, echa por tierra en mensaje es pos a imaginar una realidad alternativa más feliz y que, por lo visto, cuenta con la aprobación del propio Polanski, que sin duda lamentará no haber tenido a Rick Dalton y Cliff Booth de vecinos.
Todo eso, insisto, sin olvidar que se trata de una gran película que, si habéis osado leer esto antes de ver, no puedo dejar de recomendarla. Más si cabe ahora que os he destripado el gran giro que contiene. Sigo con la sensación de que, sabiendo hacia donde se dirige (y aceptándolo) puede disfrutarse mejor todavía.

miércoles, 21 de agosto de 2019

LA CASA DE VERANO

El cine de Valeria Bruni Tedeschi suele estar plagado de toques autobiográficos, pero puede que esta vez se haya excedido un poco al realizar una película sobre una guionista de cine empeñada en hacer constantemente películas autobiográficas. El cine dentro del cine…
Estamos ante una de esas grandes películas francesas que desnudan las desgracias de una clase burguesa que veranea en mansiones en mitad del bosque y evitan mezclarse demasiado con sus sirvientes, un cuento que refleja como los pobres están a la altura de esos ricos que también lloran en cuando a desgracias y decadencia y donde nadie se salva de ser excesivo, ridículo y patético, empezando por la propia protagonista.
Bruni Tedeschi escribe, dirige y protagoniza esta película que aspira a ser un ensayo sobre el divorcio (arranca el film con una cita de Botho Strauss que, por cierto, ya era utilizada para la película Infiel de Liv Ullmann) para acabar derivando en una historia coral sobre una familia y allegados que, a la sombra de una perdida personal, descubren amoríos y desavenencias mientras la protagonista se hunde en un mar de inseguridades mientras trata de sacar adelante su último y más personal guion.
Esto de gente del mundo del cine conviviendo bajo el mismo techo podría hacernos pensar en El cuento de las comadrejas, mientras que las largas horas muertas alrededor de la piscina de la casa rememora ligeramente a Cegados por el sol. Pero hay una gran diferencia entre estas dos películas y La casa de verano: aquellas eran buenas.
La casa de verano cuenta con una bonita fotografía que no termina de sacar todo el partido posible a la costa Azul francesa y tiene en su reparto a una Valeria Golino para la que no parecen pasar los años pese a que haga ya tres décadas de su época más gloriosa en la que protagonizó títulos como Rain man o Hot shots! Esto es prácticamente lo único que puedo salvar de una película en la que la protagonista es tan desesperadamente insufrible que me es imposible simpatizar lo más mínimo con ella, donde todos parecen estúpidos y cuyos diálogos son repetitivos y vacíos.
Sí es una de esas obras pomposas y que aspiran a ser más grandes que la vida misma donde una autora muy bien pagada se sí misma se enamora de su propia figura y se empeña en ilustrarnos con todo lo que sabe sobre la vida y el amor (o el desamor). traducido: un rollazo interminable de la nada más absoluta que seguro que hará las delicias de ese espectador con ínfulas de intelectual (cuanto tiempo llevaba sin acordarme del CSI) pero que al espectador medio le va a resultar más bien indiferente. Puede que carezca de la sensibilidad apropiada para entender el cine de esta buena mujer (aunque me consuela saber que no soy el único cuando entré es la sala a ver la película solo había dos personas más y a la hora aproximada abandonaron el barco dejándome solo ante el peligro).
Un tremendo aburrimiento que, para colmo, aspira a jugar con elementos sobrenaturales con una desfachatez insólita, como si la Bruni Tedeschi se creyera el Woody Allen galo. Otra muestra más del tedio de una filmografía, la francesa, habitualmente hinchada y sobrevalorada.

Valoración: Tres sobre diez.

lunes, 19 de agosto de 2019

A 47 METROS 2

Parece que una de las tónicas del verano, desde que el maestro Steven Spielberg impusiera la moda con su aterradora Tiburón (1975), es la de aterrorizar a los pobres bañistas con amenazas animales que pueden ir desde pirañas colándose en lagos o parques acuáticos (Piraña 3D y su secuela) hasta cocodrilos (la semana que viene llega Infierno bajo el agua, de la que, por cierto, no hablan demasiado mal), aunque el terror veraniego por excelencia es, precisamente, el tiburón, ya sea con propuestas aterradoramente interesantes, como el Infierno azul de Jaume Collet-Serra, propuestas de baratillo como aquel found fotage llamado Cage Dive o estupideces que han derivado en sagas como Sharknado.
Hace apenas un par de años fue el turno de A 47 metros, de Johannes Roberts, una peliculilla sencilla y sin demasiadas pretensiones, donde la estupidez de los protagonistas empañaba un poco el ambiente de terror y que ganaba más si se tomaba a broma que en serio. La cosa debió funcionar mejor de lo esperado, pues llega ahora su secuela, A 47 metros 2, en la que repite director y se aumenta el presupuesto, pero con la que no guarda ningún tipo de continuidad mas que el hecho de que sean chicas jóvenes y algo tontas amenazadas por tiburones.
Un punto en contra de esta secuela es que pretende ser más seria que su antecesora, lo cual la invita a caer en alguna que otra ocasión en el ridículo (el simple echo de imaginar a un tiburón en un cenote mexicano es de por sí bastante surrealista), pero gana, por el contrario, en emoción y terror. Roberts dirige con mano más firme y consigue los suficientes sustos para hacer que el respetable se retuerza incómodo en su butaca, aprovechando la excusa de una ciudad maya sumergida para crear una sensación de claustrofobia bastante más efectiva que las jaulas de la primera película.
Con un reparto de caras desconocidas (aunque no así de apellidos, pues por aquí pululan las hijas de Sylvester Stallone y Jamie Foxx), no es hasta el clímax final que el tono abandona el terror para volver a lo que uno podría esperar de estas películas, el desmadre más ridículo y desproporcionado que, pese a todo, funciona medianamente bien. El argumento, con trasfondo familiar de fondo, no da para mucho, pero se esfuerza al menos en culminar de manera cíclica, dando coherencia al tema y consiguiendo que lo que debería ser ridículo se termine por aceptar, no sin invitar a alguna que otra carcajada, desde luego.
En fin, pasatiempo veraniego muy flojito pero que funciona mejor que la primera entrega y al menos triunfa en su propósito de hacer pasar un mal rato al espectador.


Valoración: Cinco sobre diez.

ÉRASE UNA VEZ EN... HOLLYWOOD

Puede que no sea la persona más objetiva al tratar una película de Tarantino. Admiro su buen trabajo como director y más todavía como guionista, pero debo reconocer que, más allá de la frescura que supuso Reservoir dogs y la originalidad narrativa de Pulp fiction, la mayoría de sus películas terminan por flojearme tras segundos y terceros visionarios (la última vez que traté de recuperar Malditos bastardos la abandoné a medias encontrándola sumamente aburrida). Eso vale también para sus últimas producciones, un Django desencadenado y un Odiosos ocho que mostraban un apego tan excesivo a lo que podríamos denominar como el estilo Tarantino que resultaba difícil valorar por sí mismas.
 Pese a ello, las ganas por ver Érase una vez en… Hollywood eran tremendas. No solo trata uno de mis temas favoritos, el Hollywood dorado, sino que lo hace con dos de los mejores actores de su generación, unos Leonardo DiCaprio y Brad Pitt en estado de gracia que, junto a una indispensable Margot Robbie completan un reparto de gran nivel, algo a lo que, por cierto, el director de Knoxville ya nos tiene acostumbrados.
Se había dicho de todo sobre esta novena (y algunos dicen que última) película de Quentin Tarantino, desde tacharla de aburrida (fue recibida con mucha frialdad en Cannes) hasta tildarla como su mejor película, rayando la maestría. Aquí me encuentro yo en una dicotomía a la hora de dar mi opinión, ya que una vez mas encuentro grandes diferencias entre los valores que aporta y los sentimientos que me produce, siendo para mi una película durante sus primeras dos horas y llegándome a indignar con su acto final. Como sea que esta es una opinión sin spoilers, voy a tratar de mencionar lo mínimo posible ese tramo final y quizá me desahogue en una entrada posterior.
El caso es que, salvo ese obstáculo que podría ser algo muy personal, sí coincido en que esta puede ser la mejor película de Tarantino, en la que, al contrario de lo que sucede en su filmografía anterior, veo relucir más sus dotes de director que de guionista. No hay aquí los grandes diálogos cargados de misticismo a los que nos tiene acostumbrados (que no se entienda esto como que hay diálogos malos, por favor; hay frases magistrales, solo que mucho menos de lo habitual). Sin embargo, se aprecia mucho más la intencionalidad de sus movimientos de cámara, su incidencia en el ritmo (lento pero firme) y sus dotes como director de actores. Un buen ejemplo de ello es la interpretación de la Robbie en el papel de Sharon Tate. Vista de forma superficial, se podría llegar a pensar que la protagonista de El lobo de Wall Street se limita a lucir palmito, paseando por la película con su sonrisa angelical sin aportar nada relevante a la trama. Craso error. Si bien es cierto que el peso narrativo no va nunca con ella, es el símbolo perfecto de esa pérdida de la inocencia que la película pretende reflejar, convirtiendo su figura en la magia de un cine que, en ese preciso año, amenazaba con desaparecer.
Pese a lo que pueda dar a entender algún tráiler, ya había quedado claro que la película no trataba sobre los asesinatos de Charles Mason y su grupo de adeptos, sino del Hollywood en el que se movía, un Hollywood que todavía conservaba algo del idealismo de antaño (un idealismo también mitificado, en contra de lo que la leyenda pueda insinuar, el dinero siempre ha sido lo que ha movido a esta industria), y los asesinatos en el domicilio de los Polanski no serían más que el punto de inflexión que dieron pie a una nueva etapa, más amarga y oscura. Algo parecido pasó, más allá del propio mundo del cine, con la imagen, bucólica y pacífica, del propio movimiento hippie, que empezó a decaer tras estos sucesos y cuyas voces serían acalladas por la llegada de los primeros muertos de Vietnam, haciendo que el país entero despertara del sueño americano.
En medio de todo esto se encuentran Rick Dalton y su mano derecha, el especialista (aunque a la postre chofer, manitas y, en fin, amigo) Cliff Booth, los personajes de DiCaprio y Pitt, una estrella de cine venida a menos que, anclado ya como secundario televisivo, se ve obligado a realizar spaghetti-westerns en Europa para tratar de mantener su lustro y un héroe de guerra marcado por un pasado oscuro y sospechoso. En con ellos con los que Tarantino nos invita a pasear por las calles de cartonpiedra de ese Hollywood engañoso, donde los actores no son gente real, sino mentirosos que se limitan a leer lo que les escriben otros, consiguiendo hacer una crítica a la vez que un homenaje.
Suena demasiado tópico incidir en eso de que estamos ante una carta de amor al mundo del cine, pero con sus claroscuros nada disimulados, esto es precisamente lo que Tarantino pretende, homenajear a sus ídolos y desnudarnos este mundillo mediante una serie de personajes maravillosos y unas cuantas secuencias de verdadera maestría para mostrarnos, a través de un par de sutiles metáforas, la realidad en contraposición a la ficción.
Y todo eso con unas dosis mínimas de violencia, siendo la película más pausada del director, hasta el punto de que, rozando las dos horas de metraje, estamos ante la película menos tarantiniana de Tarantino. Y, desde luego, la mejor.
Pero luego sale el espíritu de enfant terrible del guionista y hay un giro final que lo cambia todo. Por algún motivo, Tarantino se cree más listo que nadie y se dedica, en un clímax final, ahora sí, violento y salvaje, a inventar cosas que contradicen sus propias normas. No estropean la película, ya que visualmente todo sigue siendo impecable y, como obra de ficción que debería ser esto, la verdad es que el giro funciona bastante bien. Pero como clave para resumir todo lo que el autor nos quiere mostrar (o parecía que nos quería mostrar), reniega de su propio concepto inicial, desconcertando para mal al espectador. Y es por esto que, llegando incluso a enfadarme, no soy capaz de terminar de sentirme satisfecho con una película que, en todo lo demás, rallaba la perfección.
Por cierto: he dicho al principio que esta iba a ser una reseña sin spoilers y quizá alguien pueda pensar que he hablado demasiado al hablar de la masacre que Charles Mason provoca en casa de Roman Polanski. En mi defensa, diré por un lado que esto no es parte de la película, sino de la historia. Y por otro, que el propio director ya cuenta con el hecho de que el espectador conoce de antemano ese relato cruel y desmedido, ya que en la película se insinúan cosas sin llegarse a explicar con claridad y aquel que desconozca totalmente el tema podría llegar a desconcertarse.
En fin, que lamento la decisión creativa del director en su tramo final, aunque me niego a que eso me empañe el disfrute del resto del film. Quizá esta vez, para cambiar las tornas, un segundo visionado, ya alertado del giro final, me resulte más satisfactorio.

Valoración: Ocho sobre diez.

jueves, 15 de agosto de 2019

SHAFT

A principio de los años setenta el movimiento cinematográfico conocido como blaxplotation tuvo en la película Las noches rojas de Harlem y su protagonista, el detective afroamericano Shaft, su máximo referente. Shaft tuvo varias películas e incluso una serie de televisión, pero con el fin de la blaxplotation como subgénero, el personaje y el movimiento cayeron en el olvido (más adelante llegaría un nuevo cine racial revolucionario, con nombres como los de Spike Lee o John Singleton, pero eso ya era otra cosa). Fue Tarantino, con su Jackie Brown, quien recurriría al recuerdo de esa blaxplotation, y precisamente su alumno más aventajado, Samuel L. Jackson, se encargó de resucitar al propio detective, en el 2000, con Shaft, the return, dirigida por un Singleton que no tenía ya el poderío que insinuaba con Los chicos del barrio.
La floja recepción de la película, a medio camino entre la secuela y el remake, impidió que se llevara a cabo el plan inicial de realizar más secuelas hasta que ahora, diecinueve años después, New Line decidiera volverlo a intentar repitiendo actor (es una suerte que para Jackson no pasen los años) pero modernizándolo y dándole un hijo digno de seguir con la estirpe.
Shaft (sí, la verdad es que no se lo están currando mucho con los nombres a la hora de ayudar a diferenciarlas) está dirigida por Tim Story, otro director afroamericano que, sin embargo, poco tiene que ver con cualquier atisbo de reivindicación social (fue el director de las dos primeras películas de Los 4 Fantásticos –y sí, su Antorcha Humana era blanca- y sus próximos trabajos son una película de Tom y Jerry ya en rodaje y una sobre el Monopoly). Poco hay aquí que pueda recordar a la blaxplotation y el poco aroma setentero se diluye tras su breve prólogo, donde se nos presenta a JJ, el hijo del Shaft original, y tras el que damos un salto en el tiempo hasta el Nueva York actual en el que el personaje al que da vida Jessie T. Usher trabaja como analista del FBI hasta que aparece muerto por sobredosis uno de sus mejores amigos. Convencido de que ha sido asesinado (un planteamiento que recuerda al de Venganza bajo cero) y repudiado por el propio FBI, el joven Shaft debe recurrir a un padre al que no conoce para llegar al final del asunto.
Con el toque de drama familiar como telón de fondo, la película se columpia entre el policíaco y el humor, prestando más atención al choque entre los dos personajes (ni que decir tiene que el Shaft padre vive relativamente anclado en el pasado). Así, cualquier espíritu reivindicativo se pierde y el nombre de Shaft es tan solo un truco para provocar el recuerdo que otra cosa.
Sin ser nada del otro mundo (estando coproducida por Netflix, en los USA ha tenido una recepción tan fría que ha sido la cadena de streaming quien se ha quedado con su distribución en Europa), la película funciona como entretenimiento, siendo una especie de buddy movie familiar entre tres generaciones (en cierto momento entra también en escena el abuelo, interpretado por Richard Roundtree, el Shaft original) y donde llama la atención ver a Usher hacer un papel de pringadillo después de la manía que se le llega a coger en The Boys y donde Samuel L. Jackson está en su salsa, con los chascarrillos y la mala leche a la que nos tiene acostumbrados. Así, llega un  omento en que el caso importa un pimiento y poco interés tiene saber quién es el malo de la función. Lo mejor está en la relación entre Jackson y Usher y el cameo de Roundtree,
Otra película directa de Netflix que no deja huella pero sirve para pasar el rato.


Valoración: Seis sobre diez.

UN VERANO EN IBIZA

Christian Clavier era un reputado cómico francés que se hico célebre gracias principalmente a dos exitosas sagas fílmicas como fueron Los Visitantes  Astérix y Obélix, pero el tiempo no pasa en balde y su físico no especialmente agraciado lo han condenado a repetir una y otra vez el mismo papel, el de hombre amargado, en constante lucha contra el mundo, condenado a terminar cediendo para, como en toda feel  good movie que se precie, abrazar todo aquello que despreciaba.
En Un verano en Ibiza, de la mano del director Arnaud Lemort, quien ya había coincidido con Clavier en su faceta como guionista, la cosa no es muy diferente, de manera que el actor da vida a un hombre enamorado de una mujer más joven y con dos hijos que, por tal de ganarse a su nueva familia, acepta ir con ellos de vacaciones a Ibiza, un lugar en las antípodas de sus gustos donde no lo va a pasar precisamente bien.
Estamos ante una de esas comedietas francesas del montón, con un esquema marca de la casa que impulsa el estigma que convierte a ciertas filmografías en simples tópicos y que apenas logra sorprender argumentalmente (y las pocas veces que lo hace es para mal, como cierta secuencia escatológica que no viene demasiado a cuento). Con la excusa de una subtrama romántica por parte del hijo de lo más ñoña, Lemort propone un recorrido por la Ibiza más arquetípica, abusando de unos conceptos que, más allá de lo fieles que puedan ser o no a la realidad, no son más que un vehículo para un sinfín de chistes de medio pelo a la medida de Clavier.
No quiero decir con esto que la película no pueda llegar a ser divertida. Tiene momentos que funcionan más o menos bien e incluso dentro del catálogo de sexo, drogas y postureo ecologista (entender que los obsesos por todo lo eco son los nuevos hippies es uno de los aciertos del film) hay secuencias visualmente acertadas, pero el montón de clichés y, sobretodo, el desarrollo pobre de unos personajes que no invitan a que el espectador simpatice o no con ellos, sino que simplemente son impuestos como “los buenos” o “los malos” de la historia a capricho del guionista (a veces pasando sin mucho sentido de una cosa a la otra) lastran las posibilidades de la historia de remontar un poco el vuelo, condenándola a ser otro ejemplo más de la mediocridad que abunda en el generalmente sobrevalorado cine francés.
Entretenida y aceptable, pero carente de cualquier interés más allá de la simple evasión.


Valoración: Cinco sobre diez.

HISTORIAS DE MIEDO PARA CONTAR EN LA OSCURIDAD

Auspiciada por Guillermo del Toro y dirigida por André Øvredal, autor de la notable La autopsia de Jane DoeHistorias de miedo para contar en la oscuridad parte de los relatos cortos de Alvin Schwartz, a los que se les ha querido dar una trama única que no termina de funcionar del todo bien.
Lo que más llama la atención de la propuesta de Øvredal es su tono. Ambientada a finales de los años sesenta, la película tiene una ambientación que recuerda inevitablemente a dos referentes del terror juvenil más ochentero que podamos encontrar hoy en día, It Stranger things, recordando a esos productos de terror de la época dignos de la serie B o de rarezas como Creepshow y sus imitaciones. Estamos, por tanto ante un terror casi adolescente que en nada se parece a las películas de los Warren y compañía, para que nos entendamos, y que puede descolocar al espectador más adulto.
Sin embargo, los nuños de los años ochenta no son los de ahora, y la sobreprotección (estéril dirían yo, aunque eso es otro tema) de hoy en día puede provocar que este tampoco sea un producto apto para ellos, demasiado truculento en ciertas ocasiones (me viene a la mente también el reciente ejemplo de la maravillosa re imaginación de Muñeco diabólico).
Con todo, Historias de miedo… es un cuento de horror con mimbres góticos que parece aunar el universo de Pesadillas (otra película de terror juvenil basada en la literatura) con la imaginería propia del productor mejicano, con títulos como La cumbre escarlata como principal referente.
El punto de partida de la historia es la visita de un grupo de chavales algo inadaptados (tres amigos y un recién llegado) a una mansión que se supone está encantada. Allí descubre el terrible secreto de la niña a la que tenían encerrada y cuya única distracción era escribir historias de miedo que, en función a los temores de los propios protagonistas, terminan por hacerse reales.
Mejor como antología de secuencias independientes que como obra unificada, la película se sostiene bien gracias al trabajo de los actores (en especial Zoe Margaret Colletti, que ya se había dejado ver en el remake de Annie y que aquí soporta con brillantez el peso protagonista) y al empaque visual que Øvredal consigue ofrecer a los diversos momentos de terror, algo lastrados por la tendencia a la exageración de la imaginería de Del Toro, pero efectivos al fin y al cabo.
Al final, Historias de miedo… es una interesante propuesta pese a quedar a medio camino entre dos mundos, cuya principal pega es que deja un ligero saborcillo a que podría haber aspirado a mucho más.


Valoración: Seis sobre diez.

MASCOTAS 2

Aunque quizá menos famosa que las películas de la saga de Gru y su spin off Los MinionsMascotas fue, en el 2016, otro gran éxito de Illumination entertainment, por lo que no ha sido extraño que los simpáticos protagonistas de aquella regresaran en una secuela que vuelve a contar con  Chris Renaud  como director (en esta ocasión acompañado por Jonathan del Val).
Mascotas 2 no aspira, desde luego, a revolucionar el género de la animación, limitándose a repetir la fórmula que mejor frutos ha dado a su compañía: divertir con sencillez y efectividad. Así, sin demasiados alardes narrativos, la propuesta continuista alrededor de Max, Pompón y el resto de la cuadrilla cumple sin mayores pretensiones como divertido pasatiempo infantil y correcto entretenimiento de adultos.
Resulta curiosa, al menos, la fórmula de dividir a la panda, de manera que cada uno corre aventuras diferentes (Max y Duke van a una granja mientras el resto se queda en Nueva York con la misión de rescatar a un cachorro de tigre de un circo), con lo que se rompe un poco esa sensación de unidad, de gran familia, que se proponía en la primera entrega, pero permite, de alguna manera, hacer evolucionar a los personajes enfrentándolos a elementos nuevos (en este sentido queda especialmente reforzado Max, quien, tras aumentar su “familia humana” con un niño, se vuelve tan exageradamente sobreprotector que debe aprender a superar sus miedos).
Puede que haya perdido un poco de frescura con respecto a su predecesora, pero los cambios de rumbo y la incorporación de nuevos personajes permiten que se contemple con una sonrisa, llegando a rozar, pero sin terminar de provocar, la carcajada.


Valoración: Seis sobre diez.

jueves, 8 de agosto de 2019

PADRE NO HAY MÁS QUE UNO

Después de haber creado, para bien o para mal, un icono de la cultura popular como es Torrente, cuya quinta película parece haber supuesto el final de la saga, Santiago Segura parece sentirse cómodo adaptando historias de otros. Ya lo hizo con su versión de la película chilena Sin filtros, que él bautizó como Sin rodeos, y ahora repite con la película argentina Mamá se fue de viaje para rendir tributo a ese cine familiar de los años sesenta, con la gran familia como principal referente, en su nuevo trabajo como director, Padre no hay más que uno, donde, esta vez sí, se ha reservado el papel protagonista.
Bien cómodo en la comedia blanca cargada de buenas intenciones y con un deje de crítica social hacia el patriarcado, tal y como ya se reflejara en la estimable Sin rodeos, Segura parece acercarse a ese humor patrio tan denostado en los últimos tiempos, ese humor de cuñados que, sin embargo, no llega a abrazar del todo, huyendo del estereotipo fácil y consiguiendo que ese estilo propio propicia momentos muy divertidos y eficaces.
Debo reconocer que, pese a lo mucho que me gustó su anterior película, gracias en parte a una enorme Maribel Verdú, me acerqué a Padre no hay más que uno con ciertas reticencias, esperando encontrar una comedia del montón, plana y sin demasiada inteligencia. Al final, es posible que se le pueda reprochar su falta de riesgo, siendo (y esto es algo que no deja de sorprenderme cuando pensamos en la cafrería de Torrente) una propuesta extremadamente familiar, apta para todos los públicos, y de un buenismo innegable. De acuerdo, es cierto que no estamos ante una obra de Billy Wilder. Ni tampoco se lo propone. Segura, de la mano de Marta González de Vega, coautora del guion, solo quiere contar una historia familiar, tan familiar como que incluso cuela a dos de sus propios hijos entre el reparto, que parte del eterno juego de la guerra de sexos y del cambio de roles entre los miembros de un matrimonio para aleccionar y educar. Pero tampoco creo que debamos tomarnos esto de la crítica social demasiado en serio. Estamos ante una comedia familiar, y a una comedia familiar lo principal que hay que pedirle es que sea divertida, que haga reír a toda la familia. Y en ese sentido, Segura cumple con creces.
Rodeado de un abanico de actores muy efectivos (incluyendo a los cuatro niños del clan) y algún inevitable cameo de “amiguetes”, la película va de menos a más, terminando por seducir con su sencillez y resultando ser un pasatiempo tan estimable como apropiado.
Quizá muchos no acaben de acostumbrarse a este nuevo Santiago Segura, tan dócil y domado. Yo, por mi parte, sigo encantado con él. En un año donde las comedias españolas brillan por su patetismo, esta es, junto a Lo dejo cuando quiera, con la que mejor me lo he pasado.

Valoración: Siete sobre diez.

HOBBS & SHAW

Salvo honrosas excepciones, la taquilla mundial de los últimos años ha estado claramente dominada por la marca Disney, ya sea en su departamento de animación, de adaptación en live actions de sus clásicos, mediante Star Wars o, sobre todo, con las películas de Marvel Studios. La saga de Fast & furious, de la Universal es una de esas honrosas excepciones.
Desde que, a partir de la quinta entrega, la saga se reinventara, abandonando el espíritu poligonero de sus orígenes (recordemos que esto era una especie de remake de Le llaman Bodhi versión tunning) hasta volverse una locura desmadrada sin ningún sentido, pero alucinantemente divertidas, cada nueva película ha ido superando a la anterior en cuanto a recaudación, convirtiéndose en un hito moderno difícil de entender.
Entre sus armas, una de las que mejor ha funcionado ha sido la presencia de Dwayne Johnson en el elenco, cuya química con Jason Statham en las dos últimas entregas ha sido de lo más celebrado. Esto ha llevado a las mentes pensantes a idear una nueva línea (apoyada, posiblemente, por las desavenencias entre Johnson y Vin Diesel) que explorase esta relación lejos de Toreto y su pandilla, y de ahí el nacimiento de este spin off centrado en la figura de estos dos pesos pesados de los puñetazos y los chascarrillos.
Hobbs & Shaw, pues, viene a ser un nuevo reinicio para poder explorar otros caminos que no dejen de ser más de lo mismo, pero con otras caras, enriqueciendo y ampliando así el universo Furious. Y lo ha hecho sin arriesgar demasiado, casi jugando sobre seguro. Y, pese a todo, la cosa no ha terminado de funcionar del todo.
Sobre el papel, nada debía salir mal. Los dos protagonistas, Johnson y Statham, vuelven a sus roles dispuestos a darlo todo, se mantiene al guionista de casi toda la saga madre, Chris Morgan, y se ficha a un director acostumbrado a las grandes producciones y, sobre todo, a la acción más desmedida. David Leitch fue el codirector de John Wick, repitió esquemas con Atómica y demostró tener buena mano para el humor con Deadpool 2.
Y, sin embargo, es inevitable notar que algo falla en la película, algo que también ha parecido repercutir en su taquilla, muy por debajo delo que se esperaba.
Personalmente, se me ocurre una manera un poco simple de explicar el problema. Durante toda la película, con sus postureos, su musiquita molona y sus luces de neón, se aprecia una pretensión algo artificial por querer molar. Ese es el concepto que mejor define a Hobbs & Shaw: quiere molar. Fast & Furious, en cambio, molaba. Y esa sutil diferencia entre conseguirlo sin apenas esforzarse o esforzarse sin terminar de conseguirlo es lo que distingue a este spin off de la serie raíz. Las pullas entre los dos rivales no son tan punzantes y divertidas como en Furious 8, por ejemplo, y el nivel de exageración roza unos límites casi absurdos. No es que las otras películas tuvieran el más leve deje de realismo, pero sí había una especie de verosimilitud que permitía al espectador aceptar lo que estaba viendo, por imposible que fuese. Aquí, quizá por la composición de un villano demasiado fantástico y del abuso del CGI en los efectos (porgo como ejemplo las piruetas que realiza este en su moto), hay una capa de irrealidad que desconecta al espectador con el film, por más que luego busque esos valores tan anclados en la mitología de la saga como es el concepto de familia.
Con todo, no deja de ser un buen entretenimiento. Ellos dos se esfuerzan en dar lo mejor de si mismos y el bueno de Idris Elba es siempre un valor seguro, pero quien se come literalmente la pantalla es el personaje que interpreta Vanessa Kirby (a la que personalmente descubrí en Misión Imposible: Fallout), siendo la tercera pata de la cama y, quizá, el personaje que más luce en pantalla hasta que, en el tercio final, se la hace prácticamente desaparecer para dar más brillo a las dos moles de músculos.
En el lado positivo, se podría decir que hay vida más allá del Toreto de Diesel y su cara de palo. En el negativo, estamos ante un pasatiempo veraniego de fácil consumo pero que se olvida rápido, sin grandes escenas memorables que se queden grabadas en nuestras retinas como sí fuesen capaces de hacer en su momento James Wan o Justin Lin. Y cuando se tiene a los dos mejores personajes de la franquicia (con la excepción obligada del Brian de Paul Walker), eso sabe a poco.

Valoración: Seis sobre diez.

sábado, 3 de agosto de 2019

VENGANZA BAJO CERO

El oportunista título en español de Cold PursuitVenganza bajo cero, parece querer indicar por dónde van los tiros (nunca mejor dicho) en la nueva película protagonizada por Liam Neeson, aunque lo cierto es que en esta ocasión el título es más acertado que en la propia saga de Venganza (Taken en el original), ya que aquí, a diferencia de en la franquicia iniciada por Luc Besson, la cosa sí que va de una venganza.
Neeson interpreta a Nels Coxman, un honrado quitanieves de una pequeña población cercana a Denver que sufre la muerte de su hijo por supuesta sobredosis. Convencido de que el chavan no era un yonqui, empieza a investigar por su cuenta, tirando del hilo (y dejando un rastro de cadáveres de paso) hasta descubrir la verdad.
Cierto es que se aprecia un claro esfuerzo en Neeson para variar el registro, siendo su personaje mucho más atormentado y menos decidido que el de otras encarnaciones suyas de tipo duro, pero a la postre no deja de ser lo mismo de siempre, Neeson metiendo caña a los malos. Eso de por sí no tiene porqué ser malo, pero el director, Hans Petter Moland, quiere dotar a la historia de un retorcido sentido del humor que no siempre termina de funcionar. Es como si quisiera unificar la contundencia de las películas de Venganza con la violencia sarcástica y algo ácida de las películas de Tarantino o los hermanos Coen (su Fargo está muy presente en Venganza bajo cero), pero no consigue que la unión entre los dos géneros resulte suficientemente satisfactorio, dotando al film, además, de un ritmo extraño, con personajes como el de Laura Dent que desaparecen literalmente de la trama mientras que otros, como el propio protagonista, pasa a segundo plano en muchos momentos del metraje.
Lo más curioso es que esto es un remake de la película Kraftidioten  (In orden of dissaparence en inglés, Uno tras otro en español), de 2014, que ya dirigió el propio Moland. Parece que, una vez más, el trasvase de un director europeo a los estándares de Hollywood los termina por amansar.
Quizá uno de los problemas es la elección de Neeson como protagonista. Si bien es un gran actor y aporta todo su carisma al film, su figura es demasiado determinante como para poder conseguir el efecto de comicidad violenta que conseguía Stellan Skarsgård en el film original, y que quizá debería haber repetido papel para el remake. Con todo, el film tiene algún acierto que otro, como los “epitafios” enumerando las muertes o el formato de los títulos de crédito finales, resultando a la postre ser un film algo plano y hasta pasado de moda pero que consiguen entretener y mantiene el interés para poder ser disfrutado y olvidado casi al momento.
Una excusa para huir del calor de la calle y poco más.

Valoración: Cinco sobre diez.

viernes, 2 de agosto de 2019

MIDSOMMAR

Hace apenas un año, Ari Aster asombraba con su debut cinematográfico de la mano de la aterradora y desasosegante Hereditary. Las expectativas por ver si su siguiente película iba a ser una mera repetición de la fórmula o si iba a ser capaz de reinventar de nuevo el cine de terror eran altas y, para bien o para mal, el director ha sabido reinventarse y, por más que vuelva sobre los mismos temas de fondo (la carga familiar, el peso de un suceso traumático, el saber enfrentarse a la muerte de un ser querido, las relaciones personales …), lo cierto es que, sobre todo a nivel visual, Midsommar se encuentra casi en las antípodas de su predecesora.
ambién en el tono, pues toda la trama tiene un regusto a humor (muy negro, eso sí) muy bien medido y que se compensa muy bien con la tensión que acompaña en todo momento a los protagonistas.
Midsommar arranca con el suicidio de la familia de Dani, tras lo que la muchacha quedará gravemente afectada. Por eso, cuando su novio Christian y unos amigos de él le dicen que van a ir de viaje a una aldea sueca a disfrutar de un pintoresco festival de verano, ella decide apuntarse con ellos para tratar de evadirse de su destrozada rutina.
A partir de aquí, con un ritmo insoportablemente pausado, dejando que la música incomode tanto como algunas de las costumbres locales, la película comienza un camino de descubrimiento para los jóvenes que no tendrán muchos problemas, al principio, para integrarse en una especie de comuna naturalista que rinde culto a ritos paganos, aunque no tardarán mucho en ver que sus vacaciones van a ser tan apasionantes como peligrosas.
Con casi toda la acción transcurriendo en pleno día, aprovechándose así de las peculiaridades de llamado “sol de medianoche”, propio del solsticio de verano en las cercanías del círculo polar ártico, una de las cosas más notables de la película consiste en la capacidad de provocar terror bajo una iluminación absoluta, siendo sustituidas las habitaciones oscuras y las carreteras solitarias de medianoche de las películas de miedo habituales por valles verdes, cielos azules y vestimentas blancas con hermosas y coloridas flores como motivos decorativos. Es este contraste entre lo que estamos acostumbrados y lo que nos ofrece Midsommar lo que hace que, desde la cotidianeidad de las costumbres locales la incomodidad del espectador sea más latente.
Argumentalmente, Aster adapta la fórmula básica de los grupitos de amigos yendo de vacaciones a un lugar poco recomendable, teniendo pinceladas de los estereotipos clásicos (la chica inocente, el guapito, el intelectual, el recurso cómico…), rememorando, en la construcción de esa comuna pagana, a películas como El hombre de paja (mejor olvidar ese decepcionante remake con Nicolas Cage). Sin embargo, cabe advertir que, en su esfuerzo por no hacer una película de terror al uso, Lester termina por componer un film que no es apto para todo tipo de espectador. Aunque conviene saber poco sobre cómo se desarrollan los acontecimientos, si conviene estar un poco informado del tipo de película a la que nos enfrentamos antes de acceder a ella, pues hay que reconocer que es de difícil digestión y que ese intencionado ritmo pausado puede resultar desesperante para muchos.
El secreto del buen funcionamiento del film, que pese a tener momentos de auténtico horror no estoy muy seguro de que deba ser definida como película de terror al uso, está en la construcción de un ambiente incómodo (ahí es fundamental la música de The Haxan Cloak) y de la relativa cotidianeidad de los anfitriones, en una historia donde lo más aterrador es que no hay buenos ni malos, sino gente de diferentes costumbres haciendo lo que, para ellos, es algo habitual y correcto.
En fin, inquietante e hipnótica película de Ari Aster, quizá un puntito por debajo de Hereditary, de factura hermosa, pero por momentos desagradable, y apropiada para un tipo de espectador muy concreto, totalmente opuesta a los convencionalismos del cine de terror actual.


Valoración: Siete sobre diez.