miércoles, 17 de julio de 2019

EL CUENTO DE LAS COMADREJAS

Hacía ya diez años, desde El secreto de sus ojos, que Juan José Campanella no nos ofrecía una película de acción real, tiempo durante el que se ha dedicado a la televisión, a la producción del remake americano de aquella película, El secreto de una obsesión, y a aquella curiosidad de animación que fue Futbolín.
Para su regreso, Campanella ha decidido adaptar la película Los muchachos de antes no usaban arsénico, de 1975, para, partiendo de la misma base, darle su toque personal y retorciendo el tono con unos diálogos brillantes y una mirada nostálgica al Hollywood dorado.
Mara Ordaz es una vieja gloria que vive recluida en un aislado caserón, rodeada de sus recuerdos, junto a su marido y dos viejos amigos. Juntos, conforman un núcleo familiar y profesional, pues no en vano se tratan del actor, director y guionista con quien más ha trabajado, conformando así un mundo propio, atrapado entre los recuerdos de lo que fueron y el temor a que el mundo exterior, que ha seguido avanzando sin ellos, los amenace con devorarlos. Es la vida por la que, para bien o para mal, han elegido establecerse, y toda esa ácida tranquilidad se verá truncada con la aparición de dos jóvenes desconocidos dispuestos a ponerlo todo patas arriba.
El cuento de las comadrejas está constituida como un thriller con muchos toques de humor negro, una película de giros que aspira a desconcertar al espectador y conducirlo por variantes imprevistas, pero lo cierto es que este es el punto más débil del film, ya que muchas de las acciones resultan previsibles y no logra sorprender tanto como pretende. Sin embargo, a diferencia de otras películas de intriga, esto no la desmerece en absoluto, pues no es lo importante de verdad. Lo importante es el retrato de unos personajes crepusculares, de un homenaje tierno y conmovedor al cine clásico y la fábula sobre la confrontación generacional, el respeto por las leyendas en pos al amor por el dinero y a la unión fraternal que hace que los límites entre el bien y el mal parezcan más frágiles que nunca.
Así pues, aparcado el tema de la intriga, lo que nos queda es una película deliciosa sobre unos personajes tan odiosos como adorables, con una cámara que Campanella maneja magistralmente y, sobre todo, dotada de unos diálogos brillantes, de esos que invitan a volver a ver la película libreta en mano para ir anotando citas retorcidas y divertidísimas que determinan por dar pie a una de las mejores películas estrenadas en lo que va de año.
Con un aroma a El crepúsculo de los dioses y con Willy Wilder en la memoria, la película es una delicia para cualquier espectador con ansias cinéfilas, rematada por unas interpretaciones magníficas, que puede llegar a agotar, eso sí, al espectador casual que solo busque una intriga negra que le desconcierte con su argumento.


Valoración: Ocho sobre diez.

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