lunes, 29 de julio de 2019

EL REY LEÓN

Hasta ahora, era relativamente normal que una película incluyera retoques o incluso injertos de secuencias completas, realizados de manera digital, con la intención de que estos no se lleguen a diferenciar del resto. Con El Rey León se da completamente la vuelta al concepto y, según su director, Jon Favreau, hay un único plano real que no es posible diferenciar del desborde de CGI que supone esta película.
Siguiendo con la moda (bastante efectivas de cara a taquilla, eso hay que reconocerlo) por la que ha apostado Disney consistente en repetir, en versión real, sus clásicos animados, ha llegado el turno a la icónica película que motivo, tras su estreno en 1994, que la Academia creara la categoría de mejor película de animación para así reconocer el mérito de estas pequeñas joyas que no tenían posibilidades, de cara a los grandes premios, de competir con el cine, digamos, realista.
El problema es que si en El Rey León original se le podía perdonar la falta de originalidad de la historia (muy heredera del Hamlet shakesperiano) a cambo de saber divertir y emocionar a partes iguales con una animación casi perfecta, en la versión que ahora nos ocupa todo es un calco tan literal que el factor sorpresa se pierde definitivamente. Generalmente diría que no hay que valorar un remake comparándolo con el film original, teniendo la película derecho a ser juzgada por sí misma, pero cuando se trata de algo tan milimétricamente fotocopiado, resulta difícil diferenciar una cosa de la otra. Me recuerda, de hecho, a aquel espanto que perpetró Gus Van Sant, en 1998 en el que repitió, plano a plano, el Psicosis de Hitchcock con nuevos actores. Si a aquella película le llovieron palos por todas partes, con la excusa de que para hacer algo exactamente igual, mejor provisionar el original, ¿por qué íbamos a ser menos tajantes con esta película? Al fin y al cabo, el objetivo de un remake debería ser el de repetir una película aportando un nuevo punto de vista, actualizándola a su época actual u homenajeando desde el respeto a su predecesora. Algo que no hicieron gus Van Sant en su momento ni ha sabido hacer ahora Jon Favreau, al que le quedó algo mejor (quizá por el componente humano, o puede que por tratarse de una película más alejada en el tiempo) la entretenida El libro de la Selva.
No voy a negar la impecable calidad técnica de la película, con un CGI que imposibilita diferenciar a estos animales creados por ordenador de los de un documental de National Geographic, pero la perfección no ha llegado a ser tanta como para saber plasmar con total fidelidad el factor humano, por lo que la película pierde en emoción y emotividad.
De esta manera, el Simba, Mufasa, Scar y compañía no transmiten tanco como en su versión animada, y el saber de antemano lo que va a suceder no ayuda en absoluto. Se agradece, al menos, que el final sea suficientemente oscuro y cruel como merece una historia así, sin que lo hayan suavizado demasiado por los niños, pero sin evitar caer en la repetición constante que provoca, inevitablemente, un cierto aburrimiento.
Tengo claro que yo no soy el público objetivo de estas fotocopias a las que, aparte de la falta de orig9nalidad, les encuentro una ausencia de inspiración total, y quizá sea eso lo que me provocó bastante desinterés antes esta nueva versión sobre El Ciclo de la Vida y el legado de realeza que debe afrontar el protagonista.
Al fin y al cabo, reconozcámoslo, las canciones de Elton John solo se pueden descubrir por primera vez en una ocasión, ¿no es cierto?

Valoración: Cinco sobre diez.

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