Els dies que vindran, película catalana que está despertando elogios allá por donde pasa y que cosecha premios en festivales (tres Biznagas de Oro en el pasado festival de Málaga) es una de esas producciones de realidad absoluta que tan buenos frutos está dando en la cinematografía catalana, como pueda ser el caso de Estiu 1993 o los anteriores trabajos del propio Carlos Marques-Marcet, que con este film culmina una especie de trilogía intimista y muy personal.
La película sigue la historia de una pareja que, apenas al comienzo de su relación, descubren que van a ser padres. A partir de ahí, todo son problemas, crisis de pareja y temores, y entre risas y llantos, hasta la elección del nombre es un drama traumático para ellos.
Para la realización de la película, Marques-Macet ha contado con la pareja en la vida real compuesta por David Verdaguer y María Rodríguez Soto, dándose la circunstancia de que esta última se encontraba realmente embarazada. Eso me lleva a una pregunta: ¿cuáles son los límites entre realidad y ficción que debe delimitar a una película de estas características?
Mientras todos aplauden la obra, yo debo decir que lo siento mucho, que soy capaz de entender el entusiasmo que ha provocado pero que, decididamente, la cosa no va conmigo. Quizá porque no soy padre. Quizá porque no conecto con los personajes. O quizá porque a una película le exijo algo más que primerísimos planos eternos, cámaras en mano y diálogos rutinarios casi improvisados. Ni siquiera soy capaz de aplaudir el trabajo de unos actores que, en el fondo, no están interpretando, sino siendo ellos mismos. Y ni aún así me puedo llegar a creer a un David Verdaquer que ni en un millón de años me lo puedo imaginar como el abogado que se supone que es.
No he podido conecta con la película, que se supone debía emocionarme y que sin embargo la contemplo desde la distancia, como si la cosa no fuese conmigo, algo que ya me sucedió con el mencionado título de Carla Simón, llegando incluso a interesarme muy poco lo que le sucediera a una pareja bastante insoportable en una falsa moraleja sobre lo que un embarazo no deseado puede afectar a una relación. Falso, al menos en este ejemplo, pues la relación estaba condenada al fracaso desde el inicio, por lo que me molesta el final aparentemente idílico que se le quiere dar a través de ese plano eterno de un bebé amamantando.
Ritmo lento, juegos con varios formatos, pisos que parecen sacados de la postguerra (¿de verdad no puede ser creíble que alguien viva en un piso con menos de veinte años de antigüedad?) y tópicos varios son lo que encontraremos en una película que, desde luego, no es para mí. No porque no me guste el cine intimista (no solo de Vengadores vive el cine), sino porque esto está más cerca del docudrama que del cine. Y yo soy de los que exigen un buen guion para no construir la casa por el tejado. Eso de limitarse a seguir a los actores con una cámara, o dejarla sobre un trípode y dejar la vida pasar ya se inventó hace mucho tiempo. Yo pido algo más.
Valoración: Cuatro sobre diez.
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