viernes, 2 de agosto de 2019

MIDSOMMAR

Hace apenas un año, Ari Aster asombraba con su debut cinematográfico de la mano de la aterradora y desasosegante Hereditary. Las expectativas por ver si su siguiente película iba a ser una mera repetición de la fórmula o si iba a ser capaz de reinventar de nuevo el cine de terror eran altas y, para bien o para mal, el director ha sabido reinventarse y, por más que vuelva sobre los mismos temas de fondo (la carga familiar, el peso de un suceso traumático, el saber enfrentarse a la muerte de un ser querido, las relaciones personales …), lo cierto es que, sobre todo a nivel visual, Midsommar se encuentra casi en las antípodas de su predecesora.
ambién en el tono, pues toda la trama tiene un regusto a humor (muy negro, eso sí) muy bien medido y que se compensa muy bien con la tensión que acompaña en todo momento a los protagonistas.
Midsommar arranca con el suicidio de la familia de Dani, tras lo que la muchacha quedará gravemente afectada. Por eso, cuando su novio Christian y unos amigos de él le dicen que van a ir de viaje a una aldea sueca a disfrutar de un pintoresco festival de verano, ella decide apuntarse con ellos para tratar de evadirse de su destrozada rutina.
A partir de aquí, con un ritmo insoportablemente pausado, dejando que la música incomode tanto como algunas de las costumbres locales, la película comienza un camino de descubrimiento para los jóvenes que no tendrán muchos problemas, al principio, para integrarse en una especie de comuna naturalista que rinde culto a ritos paganos, aunque no tardarán mucho en ver que sus vacaciones van a ser tan apasionantes como peligrosas.
Con casi toda la acción transcurriendo en pleno día, aprovechándose así de las peculiaridades de llamado “sol de medianoche”, propio del solsticio de verano en las cercanías del círculo polar ártico, una de las cosas más notables de la película consiste en la capacidad de provocar terror bajo una iluminación absoluta, siendo sustituidas las habitaciones oscuras y las carreteras solitarias de medianoche de las películas de miedo habituales por valles verdes, cielos azules y vestimentas blancas con hermosas y coloridas flores como motivos decorativos. Es este contraste entre lo que estamos acostumbrados y lo que nos ofrece Midsommar lo que hace que, desde la cotidianeidad de las costumbres locales la incomodidad del espectador sea más latente.
Argumentalmente, Aster adapta la fórmula básica de los grupitos de amigos yendo de vacaciones a un lugar poco recomendable, teniendo pinceladas de los estereotipos clásicos (la chica inocente, el guapito, el intelectual, el recurso cómico…), rememorando, en la construcción de esa comuna pagana, a películas como El hombre de paja (mejor olvidar ese decepcionante remake con Nicolas Cage). Sin embargo, cabe advertir que, en su esfuerzo por no hacer una película de terror al uso, Lester termina por componer un film que no es apto para todo tipo de espectador. Aunque conviene saber poco sobre cómo se desarrollan los acontecimientos, si conviene estar un poco informado del tipo de película a la que nos enfrentamos antes de acceder a ella, pues hay que reconocer que es de difícil digestión y que ese intencionado ritmo pausado puede resultar desesperante para muchos.
El secreto del buen funcionamiento del film, que pese a tener momentos de auténtico horror no estoy muy seguro de que deba ser definida como película de terror al uso, está en la construcción de un ambiente incómodo (ahí es fundamental la música de The Haxan Cloak) y de la relativa cotidianeidad de los anfitriones, en una historia donde lo más aterrador es que no hay buenos ni malos, sino gente de diferentes costumbres haciendo lo que, para ellos, es algo habitual y correcto.
En fin, inquietante e hipnótica película de Ari Aster, quizá un puntito por debajo de Hereditary, de factura hermosa, pero por momentos desagradable, y apropiada para un tipo de espectador muy concreto, totalmente opuesta a los convencionalismos del cine de terror actual.


Valoración: Siete sobre diez.

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