El cine de Valeria Bruni Tedeschi suele estar plagado de toques autobiográficos, pero puede que esta vez se haya excedido un poco al realizar una película sobre una guionista de cine empeñada en hacer constantemente películas autobiográficas. El cine dentro del cine…
Estamos ante una de esas grandes películas francesas que desnudan las desgracias de una clase burguesa que veranea en mansiones en mitad del bosque y evitan mezclarse demasiado con sus sirvientes, un cuento que refleja como los pobres están a la altura de esos ricos que también lloran en cuando a desgracias y decadencia y donde nadie se salva de ser excesivo, ridículo y patético, empezando por la propia protagonista.
Bruni Tedeschi escribe, dirige y protagoniza esta película que aspira a ser un ensayo sobre el divorcio (arranca el film con una cita de Botho Strauss que, por cierto, ya era utilizada para la película Infiel de Liv Ullmann) para acabar derivando en una historia coral sobre una familia y allegados que, a la sombra de una perdida personal, descubren amoríos y desavenencias mientras la protagonista se hunde en un mar de inseguridades mientras trata de sacar adelante su último y más personal guion.
Esto de gente del mundo del cine conviviendo bajo el mismo techo podría hacernos pensar en El cuento de las comadrejas, mientras que las largas horas muertas alrededor de la piscina de la casa rememora ligeramente a Cegados por el sol. Pero hay una gran diferencia entre estas dos películas y La casa de verano: aquellas eran buenas.
La casa de verano cuenta con una bonita fotografía que no termina de sacar todo el partido posible a la costa Azul francesa y tiene en su reparto a una Valeria Golino para la que no parecen pasar los años pese a que haga ya tres décadas de su época más gloriosa en la que protagonizó títulos como Rain man o Hot shots! Esto es prácticamente lo único que puedo salvar de una película en la que la protagonista es tan desesperadamente insufrible que me es imposible simpatizar lo más mínimo con ella, donde todos parecen estúpidos y cuyos diálogos son repetitivos y vacíos.
Sí es una de esas obras pomposas y que aspiran a ser más grandes que la vida misma donde una autora muy bien pagada se sí misma se enamora de su propia figura y se empeña en ilustrarnos con todo lo que sabe sobre la vida y el amor (o el desamor). traducido: un rollazo interminable de la nada más absoluta que seguro que hará las delicias de ese espectador con ínfulas de intelectual (cuanto tiempo llevaba sin acordarme del CSI) pero que al espectador medio le va a resultar más bien indiferente. Puede que carezca de la sensibilidad apropiada para entender el cine de esta buena mujer (aunque me consuela saber que no soy el único cuando entré es la sala a ver la película solo había dos personas más y a la hora aproximada abandonaron el barco dejándome solo ante el peligro).
Un tremendo aburrimiento que, para colmo, aspira a jugar con elementos sobrenaturales con una desfachatez insólita, como si la Bruni Tedeschi se creyera el Woody Allen galo. Otra muestra más del tedio de una filmografía, la francesa, habitualmente hinchada y sobrevalorada.
Valoración: Tres sobre diez.
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