Poco se puede decir de los directores (aunque solo el primero aparece acreditado) y guionistas de Chicos buenos: Gene Stupnitsky y Lee Eisenberg, pues su experiencia se limita a los guiones de Bad teacher y un buen puñado de episodios de la versión americana de The office, serie de la que también han dirigido alguno. Sin embargo, si nos fijamos en los nombres que constan como productores, Seth Rogen y Evan Goldberg, será más fácil saber por dónde van los tiros.
Efectivamente, si están por aquí las cabezas pensantes de Supersalidos, Superfumados, Juerga hasta el fin y un largo etcétera de gamberradas varias (Casi imposible es de lo más convencional -a la par que genial- que han hecho recientemente), es presumible que chicos buenos sea una reflexión sobre la amistad y el miedo a crecer bien regado de chistes sexuales, escatología y drogas varias.
El desconcierto es cuando uno se da cuenta de que la película está protagonizada por niños. Esto produce que se reduzca un poco el nivel de grosería a cambio de divertirnos con el desconocimiento de los chavales ante lo que ellos ven como una vida de adultos aterradora y salvaje (las “villanas” del film, dos chicas que solo quieren pegarse una juerga son, a sus ojos, unas yonquis peligrosas que ya han echado a perder sus vidas). Así, un acto de rebeldía adolescente del personaje interpretado maravillosamente por Jacob Tremblay (con el noble objetivo de aprender cómo dar correctamente su primer beso) termina derivando en una aventura impresionante para la panda de amigos, cuya misión consiste en ir al centro comercial más cercano a comprar un dron sin que su padre lo descubra.
Así, con un tono aventurero muy propio de los Goonies pero con la incorrección política propia de Rogen y Goldberg, la película camina por un extraño terreno que juega con la ingenuidad infantil en una película demasiado heavy para que sea recomendable para niños pero con unos protagonistas tan tiernos que resultará difícil que logren la empatía de un público adulto.
Al final, resulta complicado definir el público al que va dirigido la película, lo cual lastrará mucho sus posibilidades de taquilla, pero lo cierto es que el resultado final, incluso en lo desconcertante, resulta encantadoramente divertido, incluyendo esa reflexión final nada moralista sobre lo efímero que es el amor, la levedad de la amistad y la necesidad de crecer y abrirse a nuevos horizontes de un trío protagonista donde destaca Tremblay (lo suyo ya no es noticia, después de sus papelones en La habitación o Wonder) pero con unos Keith L. Williams y Brady Noon que no desentonan para nada.
Valoración: Siete sobre diez.
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