No
lo negaré. Podría ser que estos días me encuentre sumido en un estado de
conformismo que me tenga adormecido el cerebro. O podría ser que la gente haya
olvidado que el propósito del cine es básicamente divertir y, en esta época tan
marcada en el calendario por premios y nominaciones la llegada de un producto
que debería ser de carácter vacacional (Navidad es la época adecuada para su
estreno), se pretenda encontrar los cines repletos de obras maestras
despreciando a todo lo demás.
El
caso es que pese a los muchos palos que ha recibido esta revisión del musical
de John Huston de 1982 yo voy a intentar defenderla. Y digo intentar porque hay
cosas realmente indefendibles en ella, como esa excesiva edulcoración de la
historia, ese toque descaradamente Disney que puede alejar a los padres y,
sobre todo (y soy consciente de que ello no es culpa directa de la película y
me reservo el tema para un “comentario del mes” futuro), el doblaje al
castellano de las canciones, lo que provoca que alguna sea ligeramente insoportable
y nos perdamos lo que puede ser lo mejor y más interesante del film, el arte
musical de tipos como Jamie Foxx o Cameron Diaz.
Poco
se puede contar del guion, clásica historia de niña huérfana que vive en una
casa de acogida con una malvada madre postiza que solo le interesa de ella el
dinero que el ayuntamiento le da por cuidarla, la búsqueda de los padres que la
abandonaron y el capricho del destino que la llevará a conocer a un millonario
que, mire usted por donde, no siente una especial empatía por los niños y con
quien terminará teniendo una relación de enseñanza mutua similar a la vista
hace escasas semanas en St. Vicent,
por poner un ejemplo reciente.
Sin
que me importe para nada la polémica por el cambio de raza de la protagonista,
la joven Quvenzhané Wallis, su tierna interpretación es la que consigue meterse
a los espectadores en el bolsillo y, logrando evitar ser cargante y empalagosa,
demuestra que ser la actriz más joven de la historia por ser nominada al Oscar
(por Bestias del sur salvaje) no han
reducido para nada su talento natural.
A
su alrededor, Jamie Foxx, Rose Byrne y Bobby Cannavale cumplen sin muchos
esfuerzos mientras que Cameron Diaz demuestra una vez más lo buena actriz que
podría ser si de dejara de esas comedias mamarrachas e insulsas en las que
tanto le gusta ridiculizarse.
Vale,
Annie es una película simplona y
cansina, repleta de canciones cargantes y que avanza sin sorpresas hacia su
previsible final, pero lo hace con una simpatía y una alegría de la que
acontecen muchas películas infantiles, logrando que sonrías cuando debes sonreír
y que llores cuando debes llorar, sin atreverse a tomar riesgos como en el otro
musical en cartel Into the Woods pero
consiguiendo a cambio una narración más lineal, sin altibajos que
desestabilicen la trama.
Desprende
puro Disney edulcorado, lo sé, pero si se es capaz de aceptar eso, Annie puede llevarte de viaje por un
mundo infantil de sueños y personajes positivos hasta la saciedad.
Por
una vez, dejemos los malos rollos en casa, ¿os parece?
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