sábado, 28 de febrero de 2015

EL LIBRO DE LA VIDA (6d10)

Sobre el papel, la muerte se supone que es el final del camino, el momento en que las historias quedan a medio contar y un sentimiento de profundo vacío invade a los que rodean al fallecido.
Sin embargo, al mismo tiempo, la mayoría de culturar y religiones la identifican con el principio de algo mejor y más maravilloso. Un renacer espiritual, una fiesta eterna donde las buenas acciones realizadas en vida sean convenientemente recompensadas.
Apadrinada por Guillermo del Toro y dirigida por Jorge R. Gutiérrez, El libro de la vida parece contagiarse de esa premisa para ofrecer una fiesta para los sentidos, divertida, imaginativa y muy luminosa pero a la vez vacía y desangelada.
Con un reparto bastante estelar en el doblaje original encabezado por Diego Luna, Zoe Saldana y Channing Tatum (y andando por ahí metido Del Toro no podía faltar Ron Perlman, por supuesto), nos encontramos ante la clásica historia de dos amigos (Manolo y Joaquín) en pugna desde pequeños por el amor de María.
Rescatando mil y un elementos del folclore mejicano (eso sí, convenientemente retocados y aderezados con elementos mayas y detalles completamente inventados para la ocasión), la película cuenta como existen varios planos existenciales tras la muerte, concretamente el Reino de los Recordados (un lugar de hermosos colores y diversión sin fin) y el Reino de los Olvidados (lúgubre y desamparado). Ambos mundos están gobernados, respectivamente, por La Catrina y Xibalba, que apuestan entre ellos quién de los dos conquistará el corazón de la muchacha: el intrépido y valeroso soldado o el torero con alma de cantante.
Con ligeras reminiscencias a Pesadilla antes de Navidad o La novia cadáver (aunque alejándose a la vez del aspecto más gótico de estas) pasadas por el filtro de la fiesta de El día de los muertos (que en contra de lo que pueda parecer es un día de alegría y celebración), El libro de la vida parece nacida con el simple propósito de aleccionar a los más pequeños de la casa (aunque habrá quien piense que un tema tan fúnebre no es precisamente infantil) sobre el valor del amor y la amistad, la conveniencia de hacer el bien por encima del mal, la conveniencia de luchar por lo que le dicte el corazón (es decir, mil y un tópicos tan habituales en este tipo de producciones) y mostrar la parte más pintoresca (recordemos que en realidad se trata de una película estadounidense) del vecino México.
Así, El libro de la vida está cargada de situaciones previsibles, diálogos flojos y chistes simplones que, sin embargo, saben camuflarse muy bien bajo un precioso envoltorio. Pese a lo limitado de su guion, resulta imposible no dejarse seducir por la magia de su puesta en escena, la originalidad de sus personajes (los protagonistas se asemejan a marionetas de madera), el derroche de color que roza el empacho pero sin alcanzarlo y sus buenas melodías.
A este respecto, permítanme un inciso para criticar, una vez más, que las canciones hayan sido dobladas, perdiéndonos la oportunidad de escuchar las voces originales de, por ejemplo, Diego Luna cantando, más si tenemos en cuenta que no se ha estrenado ninguna copia en versión original en toda España.
Decididamente, El libro de la vida es una fiesta para los sentidos, una película para dejarse llevar, contagiarnos con su alegría y dejarse embriagar por su impacto visual, pudiéndole perdonar la ligereza con la que se ha trabajado su argumento o la simplicidad del mensaje final.

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