Dirigida
(es un decir) por Rowan Joffre , que también se ocupa del guion (faceta que se
le da algo mejor, a tenor de sus libretos en El Americano y 28 semanas
después), No confíes en nadie
recuerda a aquellos thrillers desconcertantes y rocambolescos que tan de molda se pusieron en los noventa a raíz de
títulos como Instinto Básico, Análisis Final o incluso El sexto sentido donde engañar al
espectador y llevarlo por caminos equivocados hasta la inesperada y
sorprendente revelación final que tras pasar la moda quedaron relegados a
simples telefilmes de sobremesa.
Poco
merecedora de reclamar nuestra atención por su escasa calidad es su interesante
reparto lo que invita a acercarse a la adaptación de la novela de S.J.Watson,
un reparto que solo puede comprenderse por un tema de amiguismo entre ellos. En
resumidas cuentas, el matrimonio sobre el que gira la ficción tiene los rostros
de Nicole Kidman y Colin Firth, que acababan de coincidir en la también
prescindible Un largo viaje, mientras
que Firth y Mark Strong (el tercero en discordia) ya debían estar enfrascados
en el rodaje de Kingsman, servicio
secreto.
La
premisa puede parecer interesante, lo cual no es sinónimo de original. Una
mujer, debido a un accidente, tiene graves lesiones cerebrales que le reducen
su campo de memoria a un solo día. Así, cada vez que se va a dormir se
despierta al día siguiente sin recordar absolutamente nada sobre sí misma y su
paciente marido tiene que repetirle una agotadora rutina para permitirle
acercarse a algo ligeramente parecido a la normalidad. Ya ven, algo así como el
tipo de Memento o, ya cayendo por lo
bajo, la Drew Barrymore de 50 primeras
citas. Además, la repetición de la escena de Kidman despertándose amnésica
cada mañana recuerda los momentos repetitivos de Atrapado en el tiempo o Al
filo del mañana, pero sin su gracia, eso sí.
Todo
cambia cuando entra en juego el doctor que interpreta Strong, que tras
aconsejar a la mujer que grabe sus vivencias diarias en una cámara de vídeo a
escondidas del marido consigue que empiece a recordar cosas.
Como
digo, un planteamiento interesante que podría dar algo de juego (o haberlo
dado, al menos, hace un par de décadas) si no fuese por la total incompetencia
de su realizador, que bien poco ha debido aprender de su padre Roland Joffre,
artífice de grandes títulos como La
misión, La ciudad de la alegría o
La letra escarlata. La realización no
solo es plana, sino que la insistencia en saltar contantemente en el tiempo del
Joffre hijo, como queriendo ser más descarado todavía en su imitación a Nolan,
aburre soberanamente, haciendo que veamos una y otra vez escenas idénticas que
no aportan nada y que solo consiguen entorpecer el ritmo de la narración. Hay
un momento en que nada nos importa ya, y perder el interés por sus
protagonistas es lo peor que puede pasarle a una película de intriga, que
apunta a remontar cuando se alcanza el tercer acto y se descubren las trampas
ocultas, pero que ya es demasiado tarde como para salvar la situación.
Parece
como si, en un ataque de pedantería, Joffre considerase indigno el género del
thriller y quisiera disfrazar su historia de drama intimista con lo que
naufraga sin remisión, ayudado, en parte, por la total falta de química
existente entre la Kidman y Filth.
Al final, se trata se una simple pérdida de tiempo que
podría haber dado el pego como episodio aislado en una de aquellas series al
estilo Alfred Hitchcock presenta pero
nunca como un largometraje digno de ser estrenado en cine. Se puede soportar
por el siempre solvente Strong (que también está lejos de sus mejores
interpretaciones) y poco más.
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