Resulta curiosa la polvareda
que ha levantado la nueva película de Clint Eastwood, una de esas crónicas
bélicas que de no haberse visto reforzada por el impulso de los Oscars no
habría pasado de ser una más en una cartelera rebosante de títulos aspirantes a
la estatuilla dorada.
El nuevo título de un Eastwood
que llevaba años reflejando un cierto cansancio artístico (sus últimas
películas pasaron sin pena ni gloria) parece recuperar el pulso perdido con una
obra impecablemente filmada y un Bradley Cooper en estado de gracia que se estaba
convirtiendo en objeto de chiste en todas las nominaciones a los Oscars pero al
que habrá que empezar a tomar en serio.
El Francotirador describe parte de la historia real de Chris Kyle,
que ha adaptado con bondadosa calidez para la pantalla el guionista Jason Hall,
un suboficial de los SEALs americanos que tiene el honor de haber cometido más
de 160 asesinatos en pos de su patria en
tierra iraquí, aunque la cifra extraoficial rondaría los 250.
Aquí se plantean varios
problemas a la hora de analizar la película, y es que son varios los charcos en
los que se mete el director californiano y no de todos sale impune.
Deberíamos ser objetivos y
empezar analizando el film como lo que es, una simple película con un retrato
superficial a una guerra absurda y las consecuencias que pesan sobre un
veterano al volver a casa. Aquí es donde mejor podríamos alabar a Eastwood, que
con un estilo muy clásico consigue hacernos empatizar con el protagonista sin que tampoco lleguemos a acercarnos demasiado al mismo, dotando de gran realismo los momentos tensos en las azoteas de Ramadi y rodeándose de un equipo técnico impecable que dotan a la película de una gran imagen y sonido. Cooper está muy creíble en su papel y hasta la ninja asesina de G.I.Joe
destaca como sufridora esposa.
Pero ya en este punto del análisis sentimos como
algo del guion flojea. Centrándonos siempre en lo que es el personaje, no el
conflicto, Eastwood parece pretender narrarnos la historia de Kyle con cierto
distanciamiento, como si temiera tomar partido a favor o en contra del soldado
que, a estas alturas, debemos defender todavía como a un hombre que lucha por
su país y que mata (que no asesina) porque eso es lo que se hace en las
guerras. Pero ese distanciamiento, ese querer verlo de lejos para no perdernos
lo que sucede alrededor (como el propio Kyle hacía a la hora de disparar,
siempre con ambos ojos abiertos), nos permite ver que hay demasiadas cosas que
flojean, que más allá de un hombre de precisión milimétrica tumbado en una
azotea la película está vacía. Pese a los intentos de dar relevancia a otro
francotirador iraní, Mustafá, no hay en la historia un verdadero antagonista,
como en Enemigo a las puertas, que
nos ayude a posicionarnos con el americano más allá de porque “es lo correcto”.
Eastwood no parece querer enrocarse criticando una guerra que nunca debió
existir (menos aún que cualquier otra,
me refiero) y por eso nos presenta a Kyle casi como un simple operario de una
cadena de montaje. Sube a su azotea, hace su trabajo y a casa después de
fichar. Sé que estoy simplificando hasta el extremo, pero no encuentro que la
historia sepa dramatizar lo suficiente para mostrarnos el pretendido
sufrimiento de Kyle salvo en un par de ocasiones en las que se apoya en el
teléfono para mostrarnos el dolor por la lejanía familiar. Un dolor, por
cierto, más patente en la figura de Sienna Miller que en él mismo.
Así, sin entrar en
valoraciones morales, El Francotirador
es un buen espectáculo visual, dirigido con acierto y plagado de intensas
interpretaciones de esas que parecen pensadas para acumular estatuillas (en mi
opinión hay la misma fuerza interpretativa en el Resacón en la Vegas que aquí, pero así es Hollywood), pero cuya
historia la verdad es que flojea demasiado para alguien no americano que no
rece al cien por cien con el ardor patriótico yanqui. O dicho en otras
palabras, que durante la proyección me importaba un pepino lo que le ocurriera
o no al Kyle este, que tampoco me parece tan meritorio lo que hace, por cierto
(hay una secuencia en la que él decide abandonar la azotea y acompañar a un
grupo de marines para asaltar un restaurante y el tipo que lo sustituye se
cepilla tranquilamente a siete u ocho enemigos en apenas diez minutos).
Aquí me podría quedar,
definiéndola como un pastiche entretenido entre el realismo de Homeland y el pesimismo que acompaña a
los perdedores que tanto le gusta retratar a Eastwood (se podría ver un reflejo
en Kyle del Munny de Sin Perdón o
incluso en el Kowalski de Gran Torino,
una de sus últimas buenas películas) y que podría hasta aplaudir si fuese un
personaje creado exprofeso por Hall, pero no puede ser, porque hay más detrás
de todo esto, mucho más.
Y, ojo, que a partir de ahora
podría entrar en el pantanoso terreno de los spoilers, advertidos quedáis.
Y es que el Chris Kyle este
fue un personaje real, un héroe reconocido y aplaudido y que escribió (o dictó,
vamos, que aquí no se hacen críticas literarias) su autobiografía. Una
autobiografía llamada, por cierto, American
Sniper (es decir, como la película) y en la que se presenta como un asesino
de salvajes, jactándose de todas las vidas que ha quitado. Kyle no era un
héroe, era un asesino despiadado, un ser inestable que a su regreso a América
disfrutaba maltratando animales y hasta llegó a falsear una pelea con Jesse
Ventura en un bar para auto promocionarse como estandarte de la América libre
(y armada, por supuesto). Acepto, por supuesto, las licencias narrativas a la
hora de plasmar una historia real en pantalla, pero el truco aquí no cuela. Porque
esta no es una película sobre un episodio histórico, sino sobre un personaje. Y
no se nos muestra al personaje como realmente fue, se manipula para conseguir
un hervor nacionalista (y casi fascista) en pos de las barras y estrellas
(otrom ejemplo, es que el tipo presume de haber matado a muchas mujeres y niños
“salvajes”, lo que Eastwood convierte en su peli en una escena en la que casi
reza para que un niño suelte un arma que coje de la calle para evitar tener que
dispararle), y eso no se puede consentir.
Para que me entendáis, pongo por ejemplo Descifrando Enigma. Esa
película, en el fondo, no trata de Alan Turing, sino en el momento concreto en
que se embarcó en el estudio y desarrollo de un ingenio que tradujera el
complicado código nazi. ¿Podría haber funcionado la película obviando el hecho
de que Turing era homosexual? Por supuesto que sí, pues ese no era el tema ni
se habría manipulado la realidad, aunque conocer todos los datos ayuda a
mejorar la historia.
Lo contrario pasa con El Francotirador. Se supone que conocer a Kyle es más importante que saber si al final acaba o no con el francotirador rival, Mustafá. Y por eso la película miente y manipula.
Lo contrario pasa con El Francotirador. Se supone que conocer a Kyle es más importante que saber si al final acaba o no con el francotirador rival, Mustafá. Y por eso la película miente y manipula.
Y finalmente ha creado mucha
controversia también el sentido que Eastwood quiere dar a todo esto. Muchos
desde aquí la apoyan como un título claramente antibelicista. Yo no lo veo así,
encontrándome incluso que es una ocasión perdida no haber centrado su historia
en la gran ironía que fue sobrevivir a cuatro campañas en Irán y convertirse en
héroe de guerra para luego morir al lado de casa y en manos de un veterano. Lo
que habría podido hacer el Oliver Stone de los viejos tiempos con esto. Pero
no, Eastwood no tiene ningún interés en el drama final, que ni siquiera filma,
recreándose mejor en las imágenes reales del entierro y actos de homenaje,
donde no podría faltar la musiquita emotiva y patriotera de fondo. Así que el
debate es: ¿se trata de una película fascista y pro militar o es una crítica
antibelicista? Millones de americanos la han ensalzado interpretando que es lo
primero lo que, ya de entrada, dice muy poco en favor del señor Eastwood. Un
film puede tener un planteamiento ambiguo, pero pretender posicionarse y que la
mitad de tu público se posicione al lado contrario es hacer las cosas muy mal.
Yo lo tengo muy claro. Los iraníes
se cargaron las Torres Gemelas. Los iraníes son los malos. Y el único iraní
bueno es el iraní muerto. Eso es, al menos, lo que piensa Kyle. Y, por
extensión, Eastwood. Y si no es esa la intención del director entonces habrá
que disculparse ante él por acusarlo de fascista y decirle que, simplemente, su
película no funciona.
Quizá a ciertas edades será
mejor limitarse a hacer peliculitas simpáticas y no pretender reconducir la
historia y aleccionar a las masas con la sabiduría que (se supone) da la edad.
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