domingo, 8 de febrero de 2015

CEREMONIA DE LOS PREMIOS GOYA 2015

Llegó la gran noche del cine español. Una noche especialmente interesante dado la calidad de las películas de este año y el pronóstico incierto que todos teníamos a priori, con la esperanza de que la actuación de Dani Rovira (protagonista del éxito del año y nominado a mejor actor debutante) como presentador esté a la altura de las circunstancias, después de los tristes antecedentes de años anteriores. Y eso que el anuncio previo de la gala, pese a las estrellas participantes, era bastante desastroso.
Como es menester, comienza la velada con la imprescindible alfombra roja (me niego a llamarla alfombra fucsia, por más que ese sea su color este año), por la que los guapos y las guapas lucen sus modelitos mientras desde casa soportamos los típicos comentarios estilísticos que poco tienen que ver con el cine.
Con pulcra puntualidad empieza la gala con un interesante montaje visual acompañado por las voces de Ana Belén, Eduardo Noriega, Lolita, Miguel Poveda, Hugo Silva, Fran Perea y el propio Dani Rovira. Se trata de un recorrido por la cinematografía española muy bien enlazado y, aunque se insiste en convertir a actores en cantantes no parece que se vaya a caer en el ridículo del año pasado.
Me decepciona que Dani Rovira arranque la gala con un alegato reivindicativo dejando de lado el humor, y cuando por fin se lanza lo encuentro flojo y engarrotado. Con lo que yo admiro a Rovira en su faceta como monologuista le falta garra y mala leche en una presentación básicamente de peloteo y alabanzas. Sólo el falso discurso de agradecimiento se salva de la quema.
Irregular las nominaciones a la mejor película europea, por lo que el premio para la polaca Ida estaba más que cantado. El primer bloque de premios se salda con un balance bastante favorable para La Isla Mínima, que se queda con sus cuatro primeras estatuillas (vestuario, montaje, dirección artística y la actriz revelación personificada en Nerea Barros). Sólo Musarañas interrumpe la racha llevándose el maquillaje y peluquería).
El primer descanso en las entregas sirve para un breve número de claqué que sólo sirve para hacer algo de autocrítica y burlarse del espectáculo musical de la gala anterior.
Tras los premios al mejor sonido (primer premio para El Niño) y el merecido y obvio premio para la dirección de fotografía para La Isla Mínima (ya lleva cinco) entra en escena el presidente de la academia, González Macho, con un discurso que se puede resumir como más de lo mismo. Por un lado, la razón que pueda tener en sus quejas no deja de reflejar el eterno complejo de llorón, mientras que el éxito de este año en taquilla del cine español tampoco debe cegarnos e impedirnos ver una realidad no tan bonita como puede parecernos.
Discursos demagógicos aparte, continúa la ceremonia con la entrega a los premios al mejor corto, con discursos largos y que, seamos realistas, a casi nadie en la sala le interesaban. Y, curiosamente, los autores de cortos son los que hacen los agradecimientos más largos.
Tras este intermedio se reanuda la entrega de premios con la primera gran sorpresa: Karra Elejalde le arrebata el premio al mejor secundario a José Sacristán. Por mucho que me duela que Magical Girl pierda uno de las estatuillas que daba por segura, es de cierta coherencia que la película más taquillera de la historia tenga algún reconocimiento. Y en breve Carmen Machi lo reafirmará. En su discurso no podía faltar la emotiva mención a Amparo Baró.
A continuación, un espectacular y brillante video muestra un completo recorrido por la extensa filmografía de Antonio Banderas, que pone a todo el público en pie al recoger el premio honorífico de manos de su amigo y mentor Pedro Almodóvar. Parece que la polémica que algunos quisieron crear al conocerse este premio queda ya en el olvido. Divertido y reflexivo su agradecimiento. Puede que algo largo, pero un Goya honorifico no se gana todos los días y Antonio Banderas es el actor más grande que ha dado nuestro país y se le puede permitir todo.
Aunque se le escapó el Goya a la mejor actriz novel, 10.000 Km. Merecía su recompensa en esta gala, y su director Carles Marques-Marcet se lleva el suyo a casa.
Y llegados a este punto se introduce una novedad en la gala de este año, un video con trailers de las futuras películas españolas. ¿Publicidad impuesta? A estas alturas de la noche se hace un poco pesado, como la actuación (se supone que humorística-musical) de Álex Odogherti. Parece que el humor que esta noche han destinada a la gala no es de mi estilo, pues me siento completamente desubicado. Y la aparición de Langui y sus aspiraciones artísticas no me ayudan lo más mínimo.
Pero lo que aquí importa de verdad es la pugna entre La Isla Mínima y El Niño, y en la siguiente tangada la película de Daniel Monzón intenta recortar terreno gracias a los efectos especiales, el diseño de producción y a la mejor canción (Niño sin miedo, con la voz de India Martínez, que ya podría haber cantado en lugar de hacernos tragar la tontada de Odogherti) mientras que el policiaco de Alberto Rodríguez se lleva la banda sonora y el guion original. 
En este punto me empiezo a preguntar si los miembros de la academia han visto Magical girl o se han limitado a debatir las virtudes entre El Niño y La Isla Mínima. En medio, Dani Rovira se quita el disfraz de presentador y, con la efusiva felicitación de su compañera de reparto, Clara Lago, se lleva el premio al mejor actor revelación. A lo tonto, Ocho apellidos vascos lleva ya tres premios interpretativos. Ahí es nada. Por su parte, el equipo de Fresser se alza con el mejor guion adaptado por su traslación en imágenes de la obra de Ibáñez. Tras esto, no era ninguna sorpresa que Mortadelo y Filemón contra Jimmy el Cachondo ganase también el Goya a la mejor película de animación.
Es el momento del tradicional video con los fallecidos durante el año (apenas hay tiempo para aplaudir la aparición de Amparo Baró y Paco de Lucía) cuando el respetable descubre que se está llegando a la una de la mañana y aún queda todo lo importante. Definitivamente, los horarios no van a cumplirse, y por más que suponga un alivio el cambio de día de domingo a sábado no es excusa suficiente para alargar hasta el agotamiento una gala que en su arranque parecía avanzar con agilidad y que en algún momento perdió el control de su ritmo.
Mirando ya con hastío hacia un final que aún se antoja lejano (por ahí está el mejor documental para Paco de Lucía, que me pregunto si habría sido premiado si no fuese por la muerte del genial artista), es evidente que Relatos Salvajes no cuenta con demasiadas opciones para alzarse con el premio gordo, así que el Goya a la mejor película latinoamericana es un buen premio de consolación, recordando que su próxima meta son los Oscars de dentro de dos semanas.
Más autopublicidad del cine que viene, más actuaciones musicales (Miguel Poveda de nuevo) que eternizan la noche (¡que alguien me pegue un tiro, por Dios!) y por fin el cuadro de honor: Javier Gutiérrez, merecido ganador a la interpretación masculina; el premio para Bárbara Lennie como actriz hace que me reconcilie un poco con la academia; Alberto Rodríghuez se lleva (a estas alturas ya no hay espacio para las sorpresas) el mejor director y la película… ¿la adivinan?... pues sí, La Isla Mínima, Goya entregado por una aplaudida Penélope Cruz.
Como conclusión final de la lista de premios debo decir que no me cabe ninguna duda que La Isla Mínima es merecedora de todos sus premios (al final han sido diez), dejando a El Niño en un digno segundo puesto aunque en lo que se suele considerar premios menores (cuatro). Ha sorprendido el reconocimiento actoral a Ocho apellidos vascos (tres de sus cuatro protagonistas han tenido premio) mientras que el buen hacer de Fresser en su Mortadelo y Filemón contra Jimmy el Cachondo han sido recompensados con dos. Cierran el cuadro de honor Magical Girl, Musarañas, Relatos Salvajes, Ida y 10.000 km. Podrán gustarnos más o menos, pero ninguno puede considerarse injusto.
Otra cosa sería hablar de la gala. No voy a decir que haya sido peor que la del año pasado, pero sí más decepcionante. Han sido tres horas y medias que perdió su emoción cuando antes de su ecuador ya reveló sus cartas triunfadoras y en las hemos aguatado estoicamente, al pie del cañón y twitter en mano. Mucho se esperaba de Dani Rovira, pero ni ha sabido transmitir el arte de sus monólogos ni el público ha conectado con su humor más allá de los abrazos peloteros y las adulaciones excesivas, como si quisiera emular a la gran Ellen Degeneres de los pasados Oscars. Al final ha resultado menos reivindicativa de lo acostumbrado, pero también menos divertida, menos ligera y menos entretenida.
Otra vez será…

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