Nightcrawler es una corrosiva y descorazonadora crítica al
mundillo de la telebasura más morbosa y despreciable disfrazada de inquietante
thriller en la que un desgraciado que malvive de robar aluminio y tapas de
alcantarillas para véndelo luego en chatarrerías ve la oportunidad de su vida
al ver con sus propios ojos, casi por casualidad, como unos reporteros graban
imágenes de un accidente y las venden al mejor postor.
Louis Bloom, así se
llama este tipejo, un hombre formado a sí mismo, autodidacta gracias a Internet
de la cultura del marketing y las ventas y (esto sí hay que reconocérselo) un
absoluto emprendedor, decide que ese es su futuro soñado y tras conseguir una
cámara de video y una radio con la frecuencia de la policía empezará a acudir a
las escenas de crímenes o accidentes graves para conseguir las filmaciones más
sangrientas y morbosas posibles.
La
historia de Nightcrawler es incómoda
y desagradable, con un Jake Gyllenhaal absolutamente genial que hace suya la
película desde el primer minuto con un aspecto sumamente perturbador y violento
que no será capaz en ningún momento de crear unos límites que no se deberían
traspasar. Cuando sus vilezas nos invitan a pensar en que no se puede caer más
bajo va el bueno de Gyllenhaal y se supera a sí mismo, logrando que aborrezcamos
a su personaje de una manera casi visceral. Tiene, sin embargo, su
interpretación ese punto de genialidad que se me antoja casi hipnótica. Si hace
unas semanas os comentaba el ejemplo de Mr.
Turner como muestra de que la falta de empatía con el protagonista puede
distanciarnos de la película, en este caso el gran mérito de Gyllenhaal es
conseguir que odiemos y despreciemos a este carroñero sin escrúpulos sin que
por ello dejemos de sentirnos cautivados por sus andanzas.
En
la otra cara de la moneda se encuentra Nina Romina, interpretada por una
olvidada Rene Russo), directora de un canal de noticias y aparente mentora
(aunque pronto de verá que poco tiene que enseñarle) de Bloom y su principal
defensora ante los buenos resultados de audiencia que sus grabaciones aportan a
la cadena.
Comparada
con la también inquietante Drive (yo
mismo pensé en el film de Gosling durante la proyección), quizá por el estilo
de narración urbana, situada casi en su totalidad en un Los Angeles nocturno, y
por la constante utilización de un automóvil como “base de operaciones”, tiene
Dan Gilroy un estilo de filmar algo más clasicista y convencional que los
excesos visuales de Nicolas Winding Refn, aunque ello facilita que el rimo
narrativo sea también más intenso y nunca decaiga el interés.
Es
difícil precisar desde España lo habitual que pueda ser en los medios de comunicación
americanos la práctica de estos nightcrawlers, aunque quiero pensar que este
Louis Bloom es una vuelta de tuerca retorcida y desmedida a la profesión de
dudosa moralidad que representa, en su vertiente más comedida, otro gran actor
resucitado para la ocasión, Bill Paxton. Lejos de la definición que por estos
lares tenemos de la palabra telebasura (aunque en camino vamos, baste con ver
algunos telediarios), Nightcrawler
nos presenta la cara oscura y mórbida de los medios de comunicación a la par
que se inventa un personaje que, con la mirada enfermiza de Gyllenhaal, bien
habría merecido un hueco en la lista de nominaciones al Oscar de este año.
Inquietante,
desasosegante y despreciable, Nightcrawler engancha desde su primer plano,
resultado un delicioso e insano entretenimiento y una de las películas más interesantes
en lo que llevamos de año.
Absolutamente
recomendable, aunque quizá luego nos odiemos un poco a nosotros mismos cada vez
que veamos un canal de noticias.
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