Que
el cine español es mucho más que películas sobre la Guerra Civil y comedias con
tetas y travestis creo que es algo que ya hemos superado todos hace mucho
tiempo.
Sin embargo a ciencia ficción, debido sobre todo a la falta de
recursos, sigue siendo un género escaso en nuestro país, con Acción mutante casi como único referente
digno. Desde entonces, solo se pueden encontrar casos desquiciante como aquella
Supernova que protagonizó (es un
decir) Marta Sánchez, las dos incursiones en el género de Nacho Villalongo (Los Cronocrímenes y Extraterrestre) cuya falta de presupuesto la alejan del imaginario
popular en el mundo de la CiFi y con la flojita EVA como más reciente muestra de que en casa también podemos hacer
efectos especiales que luzcan como los mejores, aunque en esta ocasión concreta
la trama era lo que más flojeaba.
Ha
sido el propio Antonio Banderas quien, al recibir el guion de Gabe Ibánez,
decidió apostar por esta historia, produciéndola e interpretándola y
consiguiendo para ella, además, algún que otro actor de renombre para subir el
listón de la apuesta.
Con
claras referencias a Philip K. Dick, H.G. Wells y, sobre todo, Isaac Asimov, Autómata nos presenta un futuro
distópico donde las tormentas solares han diezmado a la gran mayoría de la
humanidad y una rudimentaria especie cibernética se emplea de los trabajos más
duros. Con una estética muy cercana a Blade
Runner, Banderas interpreta a un agente de seguros de la compañía ROC
robotics, responsable de los autómatas, llamado Jacq Vaucan decididamente
parejo al Rick Deckard de Harrinson Ford, que deberá abrir su mente para llegar
a conocer y comprender a los androides, seres inteligentes capaces de
evolucionar y tener deseos de libertad inicialmente impensables para una
máquina.
Entretenida
y visualmente muy atractiva, la mezcla de tantos referentes tanto
cinematográficos como literarios termina por perjudicar a la película, a la que
se le echa en falta algo de personalidad y cuya tensión narrativa decae al
alejarse los protagonistas de la ciudad e iniciar su travesía por el desierto
(una referencia bíblica en este caso), perdiendo así su magnetismo y contagiando
al espectador del tedio que parece embargar a los propios personajes.
Desconozco
en que pensaba Ibáñez, en su segunda aventura como director, al concebir esta
historia, pero casi puede uno imaginarse un brainstorming formado por frikis
rescatados de una convención de Ciencia Ficción empeñados en meter cada uno su
referente preferido, no faltando ni los toques de Spielberg de I.A., de Cameron
y su Terminator o ese final tan
abiertamente desconcertante robado sin tapujos a Cormac McCarthy.
Poco
más se puede sacar de un film que pretende ser reflexivo e intimista pero cuyos
mayores aciertos están en la atmósfera sucia y mortal de la ciudad que nunca
debería haber abandonado, con un Dylan McDermott que cumple en su papel de
villano y unas Melanie Griffith y Birgitte Hjort Sørensen como damas del film
que cumplen sin molestar.
Quizá
el pero principal que se le pueda poner a la película es que se queda corta en
su apuesta cuando contaba con los medios de haber sido una gran película que
impulsara, de una vez, el género futurista en España, aunque cuanto menos debe
aplaudirse la valentía de quienes lo han intentado. Sólo así llegaremos a
lograrlo.
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