Quizá
sea cosa mía, pero tengo la sensación de que El destino de Júpiter ha sido estrenada algo de tapadillo. Quizá
sea por la simple dificultad de estrenar una epopeya espacial cuando la gente
tiene aún en mente el grato recuerdo de Los
Guardianes de la Galaxia o por el hándicap de estrena el mismo año del
esperadísimo regreso a la saga Star Wars,
pero no cabe duda que los hermanos Wachowski han perdido parte del crédito que
se granjearon en Hollywood con su saga de Matrix.
Y
es que desde que revolucionaran el mundo del cine con aquella primera (y
relativamente modesta) aventura sobre Neo, Morpheo y compañía el interés que
despiertan en el público parece haber sufrido una preocupante caída libre, en
parte culpa de las decepcionantes continuaciones de la saga y a la
excesivamente colorista y surreal Speed
Racer hasta el punto que creo que soy la rara excepción que disfrutó con El Atlas de las nubes, la última
película hasta ahora del simpar dúo de hermanos.
Aunque
las críticas no parecen muy halagüeñas, confieso habérmelo pasado bien con este
delirio digital que, imagino que con la intención de dudosas posibilidades de
crear una nueva saga, reinventa un universo de conflictos políticos e intrigas
palaciegas que resulta una mezcla simplista entre Star Wars y Juego de Tronos,
aunque mantiene el concepto de Matrix
de que una persona corriente resulta ser la elegida para un destino crucial
para la supervivencia de la humanidad. Claro que también tenéis que tener en
cuenta que puede que no sea todo lo objetivo que debería, ya que suelo
disfrutar con este tipo de películas hasta el punto de que lamenté
profundamente el fracaso de la (para mi) entretenidísima John Carter de Marte,
así que…
El destino de Júpiter describe como una chica de clase humilde se convierte
en objeto de deseo de tres hermanos que se disputan una herencia galáctica
entre la que se encuentra el propio planeta Tierra, siendo protegida (y salvada
in extremis en demasiadas ocasiones) por un atractivo guerrero que le revela
que ella es la reencarnación de la reina.
Resulta
evidente que los Wachowski quieren dotar de algo de transcendencia a sus obras,
pincelando esta historia con una sátira política y edulcorándola con algo de
burla hacia las complicaciones burocráticas (en uno de los momentos más
ridículos del film, por cierto) e incluso crítica al verdadero poder de nuestra
sociedad (y por lo visto también de la sociedad real intergaláctica), que no es
ni el político ni el religioso, como antaño, sino el empresarial. Pero todo
esto son simples detalles que no ocultan lo que en realidad nos quieren
ofrecer, un espectáculo visual muy luminoso que abusa demasiado del ordenador
para crear mundos, naves y razas excesivamente digitalizados pero que funciona
a nivel de ritmo y emoción.
El destino de Júpiter no es una gran película, pero posiblemente nadie
acuda al cine esperando que lo sea, con lo que se puede disfrutar de las
peripecias argumentales, las explosiones, las batallas aéreas y todas esas virguerías
que tan bien se les da a los dos hermanos, a los que se les adivina una
ambición desmedida que sin duda no termina de ser recompensada por el resultado
final visto en pantalla.
Quizá
la clave esté en que Andy y Lana Wachowski deberían replantearse sus carreras y
demostrar que son capaces de hacer cine en lugar de simples fuegos de
artificios, como en aquella lejana Lazos
ardientes o la Matrix original.
En
el apartado interpretativo se echa en falta un villano de más empaque, pues
Eddie Redmayne (curiosamente uno de los máximos favoritos este año a ganar un
Oscar por La teoría del todo) no está
a la altura, pareciendo una copia descafeinada del Loki de Tom Hiddleston,
mientras que Mila Kunis y Channing Tatum simplemente cumplen con unos papeles
que no les exige más esfuerzos que el de lucir ella su exótica belleza y
pasearse él con el torso desnudo lo más posible. Afortunadamente, contamos
también con la participación del siempre efectivo Sean Bean, que logra que la
película suba enteros cada vez que aparece en pantalla, por más que su historia
sea tan descafeinada que ni se molesten en explicarnos su desenlace particular.
En
resumidas cuentas, El destino de Júpiter
no es una película que cambiará la manera de entender el cine ni hará temblar
los cimientos de la ciencia ficción más fantástica, pero si se acepta dentro de
sus limitaciones puede resultar un atractivo espectáculo palomitero algo falta
de alma con el que disfrutar sin más pretensiones. Algunas veces, el cine no
tiene porqué ser más que eso.
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