Hace
ya bastantes años Kevin Smith apareció en el panorama cinematográfico como una
figura emergente del cine independiente y abanderado del frikismo más sano,
creando películas que se convertirían en marca de la casa como Clerks, Mallrats
o Persiguiendo a Amy. Y casi que ahí acabó todo. Empezó a dilapidar su fama y
prestigio con despropósitos como Jersey Girl o Vaya par de polis o
autoreciclándose con desidia en Jay y Bob el Silencioso contraatacan o Clerks
II.
Afortunadamente,
en 2011 se vieron síntomas de recuperación con Red State, una crónica negra
sobre el fanatismo religioso con un humor muy a lo Tarantino que, sin ser una
obra maestra, presagiaba cierto resurgimiento del autor de New Jersey.
Pues
no. Con Tusk el orondo director ha iniciado una supuesta trilogía que
deambulará sin rumbo fijo entre el humor más grotesco y el terror que, a juzgar
por la película que nos ocupa ahora, no hará sino cavar una palada más en la
tumba de un realizador que prometía mucho y se quedó en aguas de borraja.
Tusk
cuenta la historia de un prestigioso podcaster que viaja hasta Canadá en busca
de “bichos raros” a los que entrevistar y se topa con un extraño tipo que le
promete un sinfín de estrambóticos relatos que le irán como anillo al dedo. Sin
embargo, el verdadero propósito del sujeto no es otro que el de capturar al
joven y, mediante una serie de operaciones chapuceras, convertirlo en una…
morsa.
Sí,
han leído bien. Una morsa.
Lo
que puede parecer un chiste es, en realidad, el único punto gracioso de un film
que no sabe en ningún momento hacia dónde va, que ni asusta ni hace reír, y
cuyos únicos momentos de mínima inspiración son en su arranque, con unos
diálogos que recuerdan vagamente lo que fue Smith en su pasado aunque con un
pretendido (y pretensioso) toque tarantinesco (no creo que sea casualidad que
uno de los protagonistas, Michael Parks, sea un actor habitual para ambos
directores).
Tusk
es una broma de mal gusto, un chiste que podría funcionar si se tratase de un corto
pero que resulta estúpido en un largometraje, grotesco, surrealista y absurdo,
y que apenas sirve como excusa para comprobar cómo se ha echado a perder el
niño de El sexto sentido, lo bien que ha crecido la hija de El Puma (perdonen
por estos comentarios tan frívolos, pero es que la película no da para más) y
lo perdido que anda artísticamente un Johnny Deep que es apenas una caricatura
de lo que antaño era y que si pretende reflotar su carrera no lo va a conseguir
con interpretaciones tan patéticas como esta.
Poco
positivo se puede sacar de esta película protagonizada por Justin Long (y su
bochornoso maquillaje) más allá de su desquiciante premisa inicial (que podría
haberse inspirado en la enfermiza The human centipede) cuyo mayor pecado es,
por encima de todo, aburrir soberanamente.
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