jueves, 19 de febrero de 2015

TUSK * (3d10)

Hace ya bastantes años Kevin Smith apareció en el panorama cinematográfico como una figura emergente del cine independiente y abanderado del frikismo más sano, creando películas que se convertirían en marca de la casa como Clerks, Mallrats o Persiguiendo a Amy. Y casi que ahí acabó todo. Empezó a dilapidar su fama y prestigio con despropósitos como Jersey Girl o Vaya par de polis o autoreciclándose con desidia en Jay y Bob el Silencioso contraatacan o Clerks II.
Afortunadamente, en 2011 se vieron síntomas de recuperación con Red State, una crónica negra sobre el fanatismo religioso con un humor muy a lo Tarantino que, sin ser una obra maestra, presagiaba cierto resurgimiento del autor de New Jersey.
Pues no. Con Tusk el orondo director ha iniciado una supuesta trilogía que deambulará sin rumbo fijo entre el humor más grotesco y el terror que, a juzgar por la película que nos ocupa ahora, no hará sino cavar una palada más en la tumba de un realizador que prometía mucho y se quedó en aguas de borraja.
Tusk cuenta la historia de un prestigioso podcaster que viaja hasta Canadá en busca de “bichos raros” a los que entrevistar y se topa con un extraño tipo que le promete un sinfín de estrambóticos relatos que le irán como anillo al dedo. Sin embargo, el verdadero propósito del sujeto no es otro que el de capturar al joven y, mediante una serie de operaciones chapuceras, convertirlo en una… morsa.
Sí, han leído bien. Una morsa.
Lo que puede parecer un chiste es, en realidad, el único punto gracioso de un film que no sabe en ningún momento hacia dónde va, que ni asusta ni hace reír, y cuyos únicos momentos de mínima inspiración son en su arranque, con unos diálogos que recuerdan vagamente lo que fue Smith en su pasado aunque con un pretendido (y pretensioso) toque tarantinesco (no creo que sea casualidad que uno de los protagonistas, Michael Parks, sea un actor habitual para ambos directores).
Tusk es una broma de mal gusto, un chiste que podría funcionar si se tratase de un corto pero que resulta estúpido en un largometraje, grotesco, surrealista y absurdo, y que apenas sirve como excusa para comprobar cómo se ha echado a perder el niño de El sexto sentido, lo bien que ha crecido la hija de El Puma (perdonen por estos comentarios tan frívolos, pero es que la película no da para más) y lo perdido que anda artísticamente un Johnny Deep que es apenas una caricatura de lo que antaño era y que si pretende reflotar su carrera no lo va a conseguir con interpretaciones tan patéticas como esta.
Poco positivo se puede sacar de esta película protagonizada por Justin Long (y su bochornoso maquillaje) más allá de su desquiciante premisa inicial (que podría haberse inspirado en la enfermiza The human centipede) cuyo mayor pecado es, por encima de todo, aburrir soberanamente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario