sábado, 1 de julio de 2023

CUANDO LOS UNIVERSOS SE EXTINGUEN

Es maravilloso el metalenguaje que se puede producir en ocasiones en algunas películas. La reciente Flash, de Andy Muschietti, es el mejor ejemplo. Más allá de analizar su calidad (que se puede resumir diciendo que es tan entretenida y divertida como vergonzosamente estúpida y ridícula), lo interesante está en su fondo. Adaptando muy a su manera dos clásicos del cómic como son Flashpoint y Crisis en Tierras Infinitas y volviendo al tema del multiverso (que tras Spiderman: No way Home, Dr. Strange en el Multiverso de la Locura, Spider-man: Un nuevo universo, Spider-man: cruzando el multiverso, la oscarizada Todo a la vez en todas partes y la propia versión de Crisis en Tierras Infinitas de las series de CW, ha resultado que la famosa burbuja del cine de superhéroes era, en realidad, la burbuja del cine sobre el multiverso), la película trata sobre la posibilidad de que el universo que describía el CDEU pueda desaparecer, recurriendo para ello a multitud de fan services tan resultones como cafres (y es que pocas veces he visto una película tan irregular como esta Flash). Sin embargo, tras su fracaso en taquilla (y van…) la situación ficticia se ha traducido a la vida real, pudiendo anticipar el fin del universo de DC en cines, un universo que, en su nueva variante, ni siquiera había llegado a nacer.

Para los que no estéis muy al tanto, voy a poneros en situación: Durante décadas, desde DC se han dedicado a explotar sus franquicias de manera individual, sin conexión alguna entre sus personajes: Estaba el Superman de Christopher Reeve (que también tuvo el efímero rostro de Brandon Routh), el Batman de Michael Keaton (que compartió rostro con Val Kilmer y George Clooney) y el Batman de Christian Bale. Sagas independientes que jamás aspiraron a compartir universos. Pero hete aquí que el éxito de Marvel y su Fase Uno, concluyendo con la apoteósica Los Vengadores, de Joss Whedon, en 2013, propició que en DC quisieran subirse al carro y encargaran a Zack Snyder hacer su propio Universo compartido, dando el pistoletazo de salida con El hombre de acero en 2013. Sin embargo, no iba a ser un camino de rosas, y la particular visión de Snyder iba a chocar con buena parte del fandom y la crítica, aparte de con una cúpula directiva que no tenía ni idea de qué era esto de los comics. Ya he comentado alguna vez que podría llegar a ser más apasionante una película sobre los despachos de Warner/DC que sobre cualquiera de sus personajes comiqueros, y sin un Kevin Feige dando cohesión al invento, la propuesta iba a quedar muy deslavazada. No es solo que las diferentes películas tuviesen estilos muy alejados unos de las otras, cosa que también sucedía en Marvel sin que representara ningún problema, lo malo era que no parecían conducir a un mismo lugar. Y las cifras tampoco ayudaban a guiar los pasos de los creativos. Que la absurda Escuadrón Suicida de David Ayer tuviese bastante más recaudación que El hombre de acero y casi la misma que Batman V. Superman: el amanecer de la justicia no ayudaba demasiado a esos directivos ineptos a saber sobre qué terreno se movían.

El por aquel entonces llamado DCEU (DC Expansive Universe), pero que entre el fandom iba a ser más conocido como el Snyderverso, agonizaba y la película de La liga de la Justicia sería la que marcaría el principio del fin. Aquí la información se entremezcla con la suposición, pero podemos concluir que tras un primer visionado que no gustó nada a esa cúpula directiva, y aprovechando cruelmente los trágicos problemas familiares por los que atravesaba Zack Snyder con el rodaje casi finalizado, le dieron la patada y le buscaron un sustituto, el Joss Whedon de Marvel al que prometieron una peli de Bat girl a cambio de arreglar el desaguisado de La Liga de la Justicia y hacerla más divertida y colorida (dicho en otras palabras, más Marvel), aunque sospecho, vistos los resultados, que tampoco le dejaron trabajar con demasiada libertad. El resultado, con el problema del conflicto de fechas de Henry Cavill con Mission Imposible: Fallout de por medio y los carísimos reshoots que dispararon el presupuesto, fue un desastre de película. La Liga de la Justicia debería ser el colofón de una saga épica, pero se convirtió en el hazmerreír de Hollywood. La que se suponía era Los Vengadores de DC se estrelló en taquilla, algo inaudito siendo la culminación de la historia de Superman y Batman y con la presencia de Wonder Woman, Aguaman, Cyborg y Flash (todos los pesos pesados de la editorial), y mientras, en la acera de enfrente, a las puertas de Infinity War.

Warner se encontraba enfrascada en la tormenta perfecta. La solución parecía pasar por hacer borrón y cuenta nueva, pero Wonder Woman había funcionado suficientemente bien como para ignorarla y las previsiones de Aquaman también eran bastante optimistas, por no olvidar que todos querían tener a la Harley Quinn de Margot Robbie haciendo lo que sea. A eso se sumaba las progresivas marchas de Ben Affleck de su hipotética película de Batman (primero dejó el cargo de director, luego el de actor y al final se rechazó también su guion en un proyecto que derivó en el film de Matt Reeves con Robert Pattison ajeno al canon del DCEU) y, sobretodo, la inminente llegada de AT&T, que iba a adquirir Warner con la idea de, tras fusionarla a Discovery, convertirla en un gigante de la comunicación. Eso, en lugar de traer algo de calma, revolucionó aún más el mundillo, que señalaba a Walter Hamada, presidente de DC, como culpable de todos los males. Hubo, en esos días, un par de alegrías para el directivo, ya que Aquaman finalmente resultó ser un éxito y a Shazam, teniendo en cuenta que sus aspiraciones eran más pequeñas, tampoco le fue nada mal, pero eso no hacía más que aumentar el interrogante: ¿Cómo avanzar en un Universo donde los comparsas tenían más éxito que las estrellas principales? 

La mejor solución parecía pasar por un reboot parcial,  y los comics tenían la solución perfecta en una historia de Flash que permitiría reescribir la historia y quedarse tan solo con los elementos que funcionaran, obviando los que no. Así nació el proyecto conocido como Flashpoint, la última esperanza del DCEU mientras en las carteleras se demostraba que hacer cine siguiendo las modas no era buena idea (tras la llegada de Affleck todo fueron proyectos relacionados con Batman y con Robbie estaba pasando más o menos lo mismo) y Aves de presa se estrelló en taquilla. Para colmo, acusaciones de violencia de género contra Joss Whedon (por cierto, de su Batgirl nada más se supo), críticas del actor que dio vida a Cyborg del supuesto racismo de toda la cúpula directiva de Warner, Hamada al frente, rumores convertidos en clamor sobre un supuesto montaje de La Liga de la Justicia de Snyder… Y, como se suele decir, éramos pocos y parió la abuela. Y esa abuela se llamó covid-19 y paralizó a toda la industria (audiovisual y en general) con catastróficas consecuencias para muchos. Eso contando con que el Flash que debía arreglarlo todo estaba interpretado por un Ezra Miller que, visto en La Liga de la Justicia, no había gustado a nadie.

Como en Warner parecen aficionados a apagar fuegos con gasolina, durante el parón obligatorio por la pandemia no se les ocurrió mejor idea que, fingiendo que escuchaban al fan (aunque la realidad es que estaban dispuestos a cualquier cosa por lanzar la plataforma de streaming de HBO), confirmaron la existencia de ese montaje casi definitivo de Zack Snyder y soltaron un buen puñado de billetes para rodar nuevo metraje y estrenar la ansiada cinta en la susodicha HBO. El resultado, como no podía ser de otra manera, dividió al aficionado, que se debatía entre los que opinaban que era la misma bazofia de Joss Whedon pero con más cámaras lentas y más egocentrismo y los que la consideraban una obra maestra y exigían la restauración del canon del Snyderverso.

La única alegría para la productora, por decirlo de alguna manera, era la satisfacción de haberles robado a los de Disney a James Gunn, despedido (y posteriormente recuperado) de Guardianes de la Galaxia, Vol. 3 por unos twits antiguos de dudoso gusto. Dejando de lado las cifras (paupérrimas, por cierto) de Wonder Woman 1984, primera película del DCEU estrenada tras la pandemia, las cosas no le fueron mucho mejor a El Escuadrón Suicida de Gunn, aunque a alguien le debió gustar lo suficiente como para ofrecerle al realizador carta blanca en una serie spin-off de El Pacificador para HBO.

Eran tiempos difíciles, y no parecía haber muchas esperanzas en una pronta recuperación. Los grandes iconos de DC seguían desaparecidos y las esperanzas estaban puestas en la segunda parte de Aquaman y la tercera de Wonder Woman, mientras que otros proyectos ampliamente anunciados (La Fosa, Gotham Sirens…) habían desaparecido de los calendarios. Sí se llegó a rodar un film de Batgirl con muy buena pinta (Leslie Grace como protagonista, los directores de Bad boys for live, Michael Keaton regresando como Batman…) pero se eliminó de un plumazo tras haberse gastado en ella la friolera de noventa millones de dólares. Iba a ser una película estrenada directamente en HBO pero el nuevo CEO de Warner, Peter Zafran, tratando de arreglar los estropicios de su antecesor, un Jason Kilar que pasará a la historia por su decisión de estrenar sus películas simultáneamente en cines y plataforma, provocando el batacazo de la genial Dune y la huida de nombres como Christopher Nolan), decidió que tal y como estaban las arcas de la compañía resultaría más rentable destruir la película que estrenarla. Y digo destruir porque no se ha conservado ni una copia de la misma, ya que si alguna vez llegara a ver la luz la cifra a pagar en concepto de impuestos sería astronómica.

Así las cosas, aún quedaba un halo de esperanza en la figura del todo poderoso Dwayne Johnson. El taquillero actor llevaba años tratando de levantar una película sobre Black Adam, hecho que incluso propició que el personaje no apareciera en Shazam como estaba previsto inicialmente, y por fin lo había conseguido. Convertido en su máximo valedor (a nadie parece importarle que el director de la misma sea el catalán Jaume Collet-Serra), Johnson prometió que su película iba a cambiar para siempre el CDEU. El problema vino con la aparición de un falso rumor que especulaba con la aparición de Superman en el film,. Cuando en la ComicCon se mostraron las primeras imágenes de la película y no había ni rastro del último hijo de Kripton hubo abucheos para Johnson, que reaccionó rápido y acudió a la cúpula directiva de Warner para exigir la participación de Henry Cavill aunque sea a modo de cameo final. Cabe destacar que por aquel entonces Cavill, sin comerlo ni beberlo, se había convertido en un apestado, viendo cómo se recurría a un Superman «decapitado» en el final de Shazam y de quien Hamada llegó a decir que jamás se pondría el traje de Superman de nuevo. En ese momento, había una nueva tormenta en Warner Discovery, y Michael De Luca y Pam Abdy acababan de ser contratados para dirigir la división de cine de Warner. Aunque Hamada seguía al frente de DC Films, debía rendir cuentas a estos y Johnson decidió, no corto ni perezoso, saltarse el escalafón y acudir directamente a ellos para solicitar el regreso de Cavill, pese a que el estudio ya estuviese trabajando en una versión de un nuevo Superman, esta vez de raza negra. Johnson lo consiguió, Cavill regresó y hasta se habló de una secuela de El hombre de acero.

¿Fueron felices y comieron perdices? Para nada. En el breve periodo de tiempo en que se reveló el ansiado cameo y el estreno de la película volvió a haber una tormenta interna. Hamada fue despachado, su supuesto sustituto (Dan Lin) no llegó ni a sentarse en la silla de su despacho y Peter Zafran junto a James Gunn fueron designados para dirigir DC Films y reorganizar el DCUE a su gusto. Primeras consecuencias: confirmación de que no habrá secuela de El hombre de acero y de que Henry Cavill ya no tenía contrato con la productora, cancelación de Wonder Woman 3 y peleas mediáticas con Dwayne Johnson por la taquilla de Black Adam (que terminó, cameo incluido, siendo un fracaso).

Y mientras, desde hace ya unos años, Flash (que a estas alturas ya había dejado de llamarse Flashpoint) entre rodajes y reshoots. Como colofón, el comportamiento de un Ezra Miller que se empeñaba en hacer de todo y nada bueno: posesión de drogas, acusaciones de violencia y abusos sexuales, robos, problemas mentales y hasta presunto líder de una secta. De nuevo Warner monta y un circo y le crecen los enanos.

En esas, con todo lo que se relacione a Snyderverso apestando a cadáver, el fracaso de Shazam 2 no fue nada sorprendente, pero todo apuntaba a que la polémica película de Flash iba a ser, al fin, un punto de inflexión. Pese a los escándalos de Miller, pese a que pertenece a una época ya caduca, pese a los diversos cambios de su final (uno por cada directiva con la que le ha tocado lidiar), los tráileres presagiaban algo bueno. Había cierto hype tras las palabras de entusiasmo de los primeros espectadores que la habían disfrutado (Tom Cruise y Stephen King entre ellos, tal vez algún día sepamos la verdad tras esas alabanzas desorbitadas). Y todo parecía indicar que el film de Andy Muschietti iba a encargarse de cerrar el Snyderverso y abrir las puertas al nuevo DCEU. De nuevo regresaba Michael Keaton como el hombre murciélago, aparentando ser el nuevo Batman oficial de este proyecto, y los cameos y las mil fiestas para los fans que auguraban un verdadero deleite.

En ocasiones se ha criticado al cine de género por no escuchar a los fans, pero también ha habido otras muchas ocasiones en las que hacer una película pensando solo en los fans es un peligro. Pasó con World of warcraft, se repitió con Star Wars: el ascenso de Skywalker y vuelve a suceder ahora con Flash. Unos efectos especiales ridículos, una trama muy limitada y un exceso de cameos casi telegráficos es un pequeño resumen de lo que el film de Muschietti ofrece (nada que ver con sus estimulantes aproximaciones al terror con Mamá e It), y el público ha reaccionado en consecuencia.

La que debía sentar la cátedra del nuevo proyecto, una estación de paso entre dos universos (incluso se hablaba ya de la continuidad de Miller en el DCEU de Zafran y Gunn y de una posible secuela), ha sido un rotundo fracaso, mayor aún que el de Black Adam. Incluso se especula que habría sido más rentable no haberla estrenado, como se hizo con Batgirl que hacerlo en estas condiciones. Warner ya ha tirado la toalla y apenas dos semanas después de su estreno ya ha anunciado la fecha en la que se podrá ver en HBO Max (de perdidos al río).

Flash habla sobre la colisión de varios mundos paralelos y la posible destrucción de ellos, pero lo que nos cuenta fuera de plano es la definitiva destrucción del Snyderverso. Falta, a modo de epitafio, esa secuela de Aquaman por la que nadie da un duro. Y el proyecto random de Blue Beetle, que bien llevado podía aspirar, por aquello de ser un personaje nuevo, a pertenecer al plan de Gunn, pero que posiblemente supondrá otro clavo en el ataúd de los superhéroes de DC.

En los despachos ya dan las películas por perdidas y solo quieren mirar hacia el futuro. Hacia «su» futuro. Ya se ha anunciado al nombre del actor que interpretará al nuevo Superman y liderará el proyecto de Gunn y Zafran, pero viendo cómo han gestionado el final de la etapa anterior hay pocas esperanzas de que consigan devolver la ilusión a los fans.

Snyder ha muerto. Sus nuevos universos aspiran a brillar (ya sea en forma de apocalipsis zombi o de epopeya espacial) en Netflix. Henry Cavill va a trabajar con Guy Ritchie, Chad Stahelski y Matthew Vaughn. Margott Robbie suena mucho por las oficinas de Marvel… Nombres de grandes talentos que resurgirán de sus cenizas. Pero el universo que compartieron, sin ningún superhéroe que luchase por salvarlo, ha sido aniquilado. Ahora, la gran pregunta es si le espera un largo recorrido al Universo planteado por Gunn (que recordemos que se pegó un batacazo con El Escuadrón Suicida) o si por el contrario nace ya moribundo.

El tiempo dirá.