lunes, 7 de octubre de 2019

MIENTRAS DURE LA GUERRA

Es curioso, pero cuando uno se pone a pensar en discursos que han marcado la historia, la mayoría tienen un carácter político, capaces de resumirse en una sola frase. Ahí está aquello de “no preguntes lo que tu país puede hacer por ti; pregunta lo que tú puedes hacer por tu país”, de John Fitzgerald Kennedy, “yo he tenido un sueño”, de Martin Luther King o "no tengo nada que ofrecer sino sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor" de Winston Churchill. Y si nos remitimos a la historia de nuestro propio país, una de las frases más legendarias, aunque quizá no suficientemente reconocida, es la de Miguel de Unamuno y su “venceréis, pero no convenceréis”.
Casi se podría decir Mientras dure la guerra gira en torno a ese discurso, en el que el escritor y filósofo, después de una serie de idas y venidas ideológicas (al final, la paz fue su única ideología) se enfrentó al régimen de Franco y, de no ser por la intervención de la propia esposa del dictador, podría haber sido ejecutado allí mismo. El propio Alejandro Amenábar reconoce que ese fragmento de la historia de España fue lo que le inspiró para hacer esta película, un retrato crudo y realista sobre los primeros días del alzamiento nacional donde la difícil situación política del país se dibuja principalmente a través de tres personajes, Miguel de Unamuno, Francisco Franco y José Millán-Astray.
Narrada casi a través de los ojos de Unamuno, no es que este deba compartir el punto de vista del espectador, ya que Amenábar se asegura de narrar unos hechos dejando las interpretaciones para cada uno, pero sí representa el punto de vista de la razón y del hombre inteligente corriente, aquel que vela por sus ideales pero que es capaz de aceptar sus propios errores, algo muy poco dado en un país dividido eternamente por eso llamado “las dos Españas”. Abusando de una documentación histórica bastante exquisita, la película trata de ser lo más arbitraria posible, sin caer en demonizaciones ni ridiculizar a nadie, siendo el ejemplo más claro el del personaje de Franco, trabajo inevitablemente apegado a la polémica, al que se puede identificar como un asesino que alargó innecesariamente la guerra para el interés de su causa pero que también es mostrado como un militar inteligente y un amoroso padre de familia.
Amenábar es, qué duda cabe, uno de los mejores directores del panorama español, por más que sus dos últimas incursiones en el mercado internacional, la ambiciosa Ágora y la menospreciada Regresión, estén algo por debajo de sus trabajos iniciales, incluyendo el Mar Adentro que le sirvió para ganar un Oscar. Con Mientras dure la guerra, el director hispano chileno vuelve a rozar la excelencia con un film dirigido sin grandes aspavientos pero que lo apuesta todo a la carta de las emociones, consiguiendo poner la piel de gallina y hace hervir la sangre del espectador. El director se hizo famoso con obras cercanas al género del terror, como TesisAbre los ojos o Los Otros, pero viendo las similitudes entre la España de 1936 y la de 2019, se podría pensar que no ha abandonado definitivamente el género.
Mientras dure la guerra refleja, pues, una sociedad dividida, no muy diferente de cómo se encuentra ahora mismo, enfrentada por símbolos y banderas y con gentes capaces de hacer lo que sea por defender sus ideas sin pararse a escuchar las otras. Y en medio de todo eso, Unamuno, defensor de la República y del Golpe de Estado, pero capaz de recular cuando comprueba el cauce que toman los acontecimientos. “Yo no he cambiado, han cambiado ellos” o “yo no he traicionado a la república; la República me ha traicionado a mí” son algunas de sus reflexiones para justificar su cambio ideológico. No se puede decir mejor.
Y con tanta bandera española, himnos y figuras militares históricas, es innegable que la polémica está servida, y que como nunca llueve a gusto de todos (y en este país menos que en ningún otro sitio), habrá quien se niegue a ver el paralelismo social que refleja  la terrible actualidad en la que vivimos, donde los buenos no son los de la derecha ni los de la izquierda, sino todo lo contrario, y en la que mientras los políticos (y esto se puede extender más allá de nuestras fronteras, tal y como Amenábar busca al hacer tanto hincapié en el fascismo de Alemania e Italia) no sean capaces de ponerse de acuerdo, mucho menos lo van a conseguir los ciudadanos.
Y en medio de todo este caos, el cine vence y convence. Y lo hace con un trabajo de realización de actores encomiable y unos artistas realmente inspirados. El reparto es sensacional, con Santi Prego, Nathalie Poza, Luis bermejo, Tito Valverde, Patricia López Arnaiz, Inma Cuevas, Carlos Serrano-Clark, Luis Zahera o Luis Callejo, pero los que están colosales son Karra Elejalde y Eduard Fernández, dos monstruos de la interpretación de los que Amenábar extrae oro puro.
Por todo ello, pese a quien pese, Mientras dure la guerra es una película imprescindible, magnifica por sus valores cinematográficos, necesaria por sus valores reflexivos. Y con un claro deseo: empezar a cerrar ya las viejas heridas. Pero esto último, me temo, no lo va a conseguir.


Valoración: Nueve sobre diez.

JOKER

Como no podría tratarse de otra manera siendo una película del universo DC (que no integrada en el DCEU, si es que eso todavía existe), Joker es una película extraña, de las que cuesta valorar hasta qué punto puede llegar a gustar y que, desde luego, resulta mucho más difícil a la hora de recomendar o no, pues su aceptación dependerá más del espectador que de la propia película. Aislada de ese universo compartido por sus compañeros de viñetas, donde ya existe un Joker encarnado por Jared Leto, esta nueva versión con el rostro y los tics de Joaquin Phoenix tampoco aspira a alzar el vuelo en solitario, ya que, pese a parecer renegar de sus orígenes en papel está, a la vez, muy atado a la iconografía clásica de Batman. En exceso, incluso.
Dirigida por Todd Phillips, ese tipo cuya mejor película, a día de hoy, continúa siendo Resacón en Las VegasJoker pretende ser una versión gafapastas de un personaje de comic, impregnando la locura del payaso asesino en un aire realista y buscando justificaciones e intromisiones mentales que den un empaque más profundo a su retorcida psique. Y, visto lo visto en Venecia, han logrado vender la moto a esos tipejos a los que yo siempre he definido como el CSI (críticos sesudos intelectualoides) que no tienen ningún problema en renegar de todo lo que huela a superhéroes (posiblemente sin haberse molestado en ver demasiadas películas el género) pero que babean ahora ante este Joker solo por presumir de hacer algo diferente.
Joker no es, en el fondo, más que la historia de siempre, solo que quitándole la capa de adornos que son las capas y las mallas. Con un arranque intenso, la película pronto se torna en un drama en el que la empatía con el actor es obligatoria para no caer en la desidia (poco me logra transmitir a mi el culebrón familiar) para tratar de remontar el vuelo en un tramo final más estimulante pero que no aporta nada novedoso al género. Con un Joaquin Phoenix en su salsa (aunque Jack Nicholson sigue siendo, a mi parecer, el mejor Joker hasta la fecha), pese a que lo que más me gustó es poder ver de nuevo a Robert De Niro haciendo un papel menos alimenticio de lo que últimamente nos tenía acostumbrados, Joker es un intento por parte de Phillips de imitar a Martin Scorsese (pobrecito mío), quedándose lejos de conseguirlo.
Puede que lo que menos me entusiasme de la película, lo que me hace distanciarme de esas críticas tan elogiosas y que se me antoja como una campaña nacida desde las entrañas de la propia Warner de cara a los próximos Oscar) sea su guion. Después de unas semanas donde el uso injustificado de la violencia entraba en debate (un debate absurdo solo alimentado por los que no saben distinguir realidad y ficción), lo cierto es que la película se alimenta de esa violencia para componer el retrato de un psicópata para nada novedoso. Traumas infantiles, falta de una figura paterna y una genética no demasiado saludable es el pan nuestro de cada día de los chalados del cine, ya sean Freddy Krueger, Hannibal Lecter o cualquier otro villano de opereta, lo cual hacen que sea una justificación pobre (e innecesaria para los amantes del comic) para definir a este Joker, que siempre se ha caracterizado por la locura pura y dura (ahí sí que acertó Christopher Nolan en la versión con Hugh Ledger). Empieza la película, además, poniendo a este Joker en el lado de las víctimas, haciendo Phillips un uso de la violencia gratuita e in justificada personalizada por unos adolescentes que dan una paliza al protagonista sin motivo alguno. Aquí presenta ya la película sus credenciales de que esto no va de lo que presume ser y que el guion, coherente o no, se mueve a merced de la película, y no al revés. Hay señales de un discurso político y social, pero algo añejo y confuso, rememorando la lectura también ambigua que escondía El caballero oscuro: la leyenda renace, sin saber nunca a ciencia cierta lo que Phillips nos pretende decir. 
Quizá la única reflexión interesante verse en su tramo final, cuando la pregunta es si es la sociedad la que hace al hombre o el hombre el que hace a la sociedad, pero para llegar a esto se podrían haber ahorrado una hora de análisis psicológicos y trastornos mentales varios cuando, visto lo visto, es toda la sociedad la que está enferma. Al menos en Gotham. Otra excusa de ese guion supuestamente realista que entremezcla la ideología de V de Vendetta con la demencia colectiva de The Purge (la noche de las Bestias), aunque el cambio que las acciones de Joker provocan en la sociedad es demasiado repentino como para estar bien justificado. Todd Phillips, que también es coautor del guion, copia tantas referencias que al final se olvida de mostrar su propia personalidad (si es que la tiene) y todo queda a merced, simplemente, de los buenos trabajos interpretativos y el deseo que tenga el espectador (o crítico de turno) en dejarse seducir por la película, cuyo desmedido hype está provocando una predisposición para abrazarla con los ojos cerrados que ya veremos si termina por pasarle factura.
Lo pero de todo, y quien tenga fobia a los spoiler que se salte este párrafo, es que no consigue ni tan siquiera desligarse del mundo deceíta del que reniega, siendo el momento más insufrible cuando se nos muestra (¿en serio, Todd Phillips?) por enésima vez la muerte de los padres de Bruce Wayne en pantalla (collar de perlas incluido), haciendo que lo que era una película independiente se transforme, por sorpresa, en el inicio de algo que probablemente no está contemplado que vaya a legar nunca.
Y, pese a lo que pueda parecer después de haber leído esto, lo cierto es que Joker no me parece una mala película, ni micho menos. Siempre es de agradecer intentar dar un enfoque diferente a un género que podría empezar a estar ya un poco trillado. Pero la realidad es que ni es una gran película para los amantes de los superhéroes ni es un gran drama para los amantes del cine más serio y realista. Es una cosa extraña, a medio camino entre dos aguas, que puede llegar a gustarme, pero no me ha enamorado ni me ha hecho pensar, ni mucho menos, en esa gran obra maestra del siglo XXI que nos pretenden vender.

Valoración: Cinco sobre diez.

miércoles, 2 de octubre de 2019

RAMBO: LAST BLOOD

En 1982, un joven Sylvester Stallone trataba de conquistar a su público con personajes que fuesen más allá del mítico Rocky (ese fue el año de estreno de Rocky III), y el camino para conseguirlo sería con la adaptación de la novela Primera sangre de David Morrell, con la que su protagonista, un veterano de Vietnam acosado por los fantasmas de la guerra, se convertiría en un icono del cine.
Tras Acorralado (que es como se tradujo aquí lo de First blood) llegaría una secuela con guion de James Cameron y con un Stallone en plan estrella que elevaría el personaje a la condición de mito, algo que ni la inferior Rambo III logró estropear. Tuvo que haber un salto de veinte años para que alguien (el propio Stallone, ¿quién si no?) se animase a resucitar la saga con John Rambo y, no contentos con ello, llega ahora la que debería ser el colofón definitivo a la saga.
Rambo: last blood es la demostración de cómo muchos actores se conforman con malvivir de sus éxitos del pasado, y si bien a Stallone la jugada de estirar el chicle de Rocky con Creed (al menos en su estimable primera película), con el mercenario no está teniendo tanta suerte. La nueva Rambo es, sencillamente, mala y muchos son los problemas que impiden que se la pueda ver con buenos ojos, aun esforzándose por recurrir al cariño de unos años de glorias hipermusculadas.
Por un lado, este no es Rambo. Sí, se le parece (aunque la edad le ha hecho estragos), hace alguna mínima referencia a la guerra y en un momento dado dispara con un arco. Fin. Por lo que a la historia respecta, bien podría ser una secuela más de la saga Venganza o cualquier subproducto derivado. No se reconoce al personaje ni hay conexiones con el pasado (ni siquiera unos créditos finales con imágenes de películas anteriores consiguen evocar ese recuerdo) como para que esto sea la despedida que el icono se merece. Los años no pasan en balde y, por más que este Rambo parezca recuperarse de brutales palizas como por arte de magia, la verdad es que da la sensación de que en ningún momento debería poder lidiar con sus enemigos, pareciendo un abuelete de asilo al lado de tipos como John Wick o el Bryan Mills de Liam Neeson.
Por otro lado, nos encontramos con los peores villanos de la saga. Después de haberse enfrentado con ejércitos enteros, Rambo se encara ahora con una pandilla de proxenetas mexicanos que, ni de lejos, dan la sensación de ser un peligroso cartel. Dos idiotas (muy malos, eso sí) y un puñado de matones que controlan una red de prostitución de estar por casa.
Y, por último, y esto lo pongo en un pack porque son ya cuestiones puramente cinematográficas, la dirección y el propio guion. Mientras que el tal Adrian Grunberg (que en Vacaciones en el Infierno no me pareció tan malo) parece carecer del más mínimo concepto del ritmo narrativo y tiene afición por emborronar las escenas de acción para conseguir que no se entienda nada de lo que sucede en pantalla, el guion es tan plano y carente de un simple giro argumental que sorprenda (y despierte) al espectador que no puede más que provocar indiferencia ante lo que sucede en pantalla.
La historia es terriblemente limitada: Un familiar de Rambo es secuestrado, este intenta rescatarla, pero sin éxito y prepara unas trampas en su granja para matarlos a todos. Fin. Sí, en contra lo habitual os acabo de soltar un spoiler, pero si a estas alturas a alguien le preocupa conocer un spoiler de una película de Rambo es que la cosa se nos está yendo de las manos. El caso es que es todo exageradamente lineal. Las cosas van pasando en una apática continuidad y la película se reduce a más de una hora de aburrido dramón televisivo para desembocar en un aparente festival de violencia desmedida que, a la postre, tampoco es para tanto. Parece como si Grunberg quisiera hacer una orgía de sangre e higadillos, pero entre su cámara nerviosa y la oscuridad de las escenas, tampoco da ni para eso.
Desde luego, hay una violencia insana y hasta desagradable atufando toda la película, pero dudo que eso esté en el lado de las cosas positivas de un film que, si realmente es el colofón de la saga, supone un triste final para la leyenda de John Rambo, ya que por momentos se me antoja ridícula y, a la vez, sumamente desagradable, pues ni siquiera como festival gore me llega a funcionar.
Sly, pensaba que sabías hacerlo mejor, pero viendo las reacciones a tus últimos trabajos (ahí están las dos secuelas de Plan de escape estrenadas directamente en VOD) parece que no es así. Si hasta el propio Morrell ha renegado de su creación…
Lo dicho, una lástima.


Valoración: Tres sobre diez.