martes, 30 de septiembre de 2014

LA ISLA MÍNIMA (8d10)

Dirigida por Alberto Rodríguez, quien ya sorprendiera en el 2012 con Grupo 7, y protagonizada por unos excelentes Javier Gutierrez y Raul Arévalo, que rompen aquí con sus interpretaciones habituales (más dirigidas a la comedia) para componer unos personajes complejos y reflexivos, La Isla Mínima es un excelente ejercicio de autor, una obra milimétricamente calculada para que todo cuadre con una precisión milimétrica, consiguiendo que una historia angustiosa y perturbadora no sea en realidad más que el telón de fondo para indagar en la personalidad de dos hombres contrapuestos y, por extensión, en la realidad de una sociedad, la española, que en aquel lejano ya 1980 luchaba todavía por encontrar su sentido en una época de transición y cambios.
La trama arranca cuando Juan y Pedro, dos policías completamente fuera de su ambiente, llegan a un perdido pueblo ubicado en las marismas del Guadalquivir a investigar la desaparición de dos niñas. Rodeados por un ambiente que, pese a sus espacios abiertos, resulta claustrofóbico, los agentes deberán mimetizarse con un pueblo cerrado y hostil donde nada será lo que parece y los secretos parecen aflorar en cada esquina, incluso entre ellos mismos.
La Isla Mínima es un relato sobre la España rural, esa España alejada de las grandes urbes para la que el tiempo parece transcurrir de forma diferente a la del resto de la sociedad y donde sus habitantes están dispuestos a hacer lo que sea con tal de escapar del lugar. Algo parecido a los relatos sobre la América Profunda que tanto gustan al otro lado del charco y sobre la que la semana anterior tuvimos un buen ejemplo con Joe. Por ello, el primer elemento que destaca del film es la espectacular fotografía de Alex Catalán que consigue mostrar la hipnótica belleza del lugar mediante planos cenitales para luego arrastrarnos en un paisaje  radicalmente contrapuesto cuando nos lleva a pie de suelo.
Muchos han querido ver referencias de Paul Schrader o John Sturges, pero yo no me voy tan lejos y reconozco en Rodríguez dejes del mejor David Fincher, con retazos de Zodiac y alguna imagen que evoca a la inminente (y esperada) Perdida. Pero el mayor hándicap con que se va a encontrar La Isla Mínima (tal y como le sucediera hace unos años a la Blancanieves de Pablo Berger con respecto a The Artist) es la inevitable comparación con la serie de la HBO True Detective. Y no es para menos. No cabe duda que es cuestión de casualidad y suerte (mala) el haber coincidido en el tiempo, y aunque ninguna de las dos ha podido mirarse en la otra las similitudes son apabullantes, como si pertenecieran a las caras opuestas de un mismo espejo.
Ambas versan sobre la relación de dos policías de caracteres e ideologías contrapuestas, se basan en una atmósfera malsana y enfermiza para explicarnos una historia de asesinatos de chicas jóvenes y, lo más importante, en ambos casos la investigación policial no es más que una mera excusa para enseñarnos esas historias secundarias, esos relatos que no están totalmente presentes pero se palpan en el ambiente, contagiándonos y angustiándonos. Sin embargo, mientras en aquella la relación entre los personajes se establecía mediante conversaciones en ocasiones interminables y a menudo cargadas de una pomposidad y pedantería extrema, en esta se suple con silencios y miradas. Tal es la genialidad de los actores que no necesitan más.
Podríamos hablar de la muerte de la inocencia, de la depravación del ser humano, centrándonos para ello en una trama criminal que, quizá sea lo que más flojea en su resolución final, pero, como en la serie de Nic Pizzolatto, hay cosas más importantes que contar. Y todo ello teniendo en cuenta que apenas sabemos nada de los protagonistas y lo poco que se nos explica es a pinceladas ligeras que nos deja con ganas de saber más, aunque no lo necesitemos para poder comprenderlos.
Ligeramente inspirada en el caso de las Niñas de Alcácer, La Isla Mínima remite a esa época postfranquista donde cada uno está buscando todavía su lugar en la nueva sociedad, en una ruptura entre lo viejo y lo nuevo, que se define de forma metafórica en las identidades y pensamientos de Juan y Pedro.
Para ello, los actores demuestran encontrarse en estado de gracia, con interpretaciones contenidas llenas de matices e intenciones cargadas de claro sombras, llegando a desconcertar por momentos. Junto a ellos, destacan también Antonio de la Torre, inquietante, y Jesús Castro, que como ya le sucediera en El Niño, consigue transmitir lo que su personaje le pide pero demostrando sus limitaciones hasta el punto que sus tics en ambas películas son prácticamente los mismos.
En resumen, La Isla Mínima va más allá de una simple historia de asesinatos. Es adictiva y emocional y tiene algunas secuencias bestialmente arrebatadoras, consiguiendo conformar una película indudablemente excelente, casi de lo mejor del año.
Pero claro, siempre habrá el que siga diciendo que el cine español solo son tetas y Guerra Civil… En fin…



UN VIAJE DE DIEZ METROS (6d10)

El sueco Lasse Hallström lleva ya unos cuantos años buscando encontrar la buena senda que perdió en algún momento de su carrera, cuando después de destacar con títulos como ¿A quien ama Gilbert Grape?, Las normas de la casa de la sidra o, sobre todo, Chocolat, su carrera fue deambulando entre títulos menores como Querido John, El hipnotista o Un lugar donde refugiarse.
Con Un viaje de diez metros Hallström busca reconciliarse con ese cine intimista que lo llevó a la fama, recurriendo, como en su mayor éxito, a la gastronomía como excusa argumental para confabular un cuento que hable delas diferencias culturales, la intransigencia y, en última instancia, de la elección de la fama a cambio de perder la sencillez y la deliciosidad delas cosas más simples y naturales de la vida.
Sólo en los últimos meses –no sé si por culpa de la proliferación de realities de cocina en las televisiones y de la aparición de papanatas como Chicote y compañía- el tema de la gastronomía como base de fondo ha sido un recurso recurrente, viniéndome ahora mismo a la memoria títulos como la excelente #Chef o la olvidable Amor en su punto.
Protagonizada por Manish Dayal, aunque con Helen Mirren en plan robaescenas, Un viaje de diez metros cuenta la historia de una familia india que decide aventurarse por Europa en busca de un lugar idóneo para montar un restaurante y a la que el destino conduce hasta una hermosa villa francesa donde encontrarán un lugar perfecto para su negocio si no fuese porque se encuentra justo enfrente (los diez metros del título) de una elegante restaurante tradicional con una estrella Michelín.
Comienza entonces una lucha de egos entre la estirada dueña del restaurant y el cabeza de familia mientras que el hijo mayor de la familia de inmigrantes (que, como no, empezará a tontear con una de las empleadas del restaurante rival) se revelará como un gran chef de cualidades innatas.
Excesiva en su duración (dos horas es demasiado para una comedia romántica) Un viaje de diez metros es una fábula bienintencionada y simpática, de esas que te invitan a mostrar una sonrisa durante todo su visionado, y con unas buenas interpretaciones, pero que, una vez finalizada, apenas aporta nada más que una cansina sensación de previsibilidad.
Todo en la película es demasiado agradable, demasiado bonito. El conflicto termina resultando mínimo y todo el mundo es tan bueno y comprensivo que termina por empalagar más que los insistentes planos culinarios, que por otro lado comienzan a resultar ya agotadores por su falta de originalidad.
Hallström parece demasiado acomodado y ha perdido esa sensibilidad de sus primeros tiempos, consiguiendo que una película donde se redunda en el tema de las especias y dónde todo está cardado de curry resulte, curiosamente, empalagosamente dulce.

LA ENTREGA (5d10)

Si hace unos días recibíamos el testamento cinematográfico de Philip Seymour Hoffman, ahora es el turno de descubrir el film póstumo de James Gandorfini, una historia muy negra basada en un relato de Dennis Lehane, quien ya escribiera las bases para Adiós, pequeña, adiós, Shutter Island o Mystic River.
Aunque no soy muy dado a escuchar críticas de otros compañeros, no he podido evitar en esta sensación tener la percepción de que todo el mundo equipara esta película a una obra maestra, considerando que su estructura ralla la perfección y que los dos protagonistas (Tom Hardy y Noomi Rapace) están sensacionales.
Seguramente, se trate de una de esas películas en las que el espectador debe dejarse arrastrar por la trama, “entrar” en ella y convertirse en cómplice de sus protagonistas. Y digo eso porque yo, simplemente no entré.
No voy a definir La entrega como una película mala, no es para tanto, pero si la encontré de ritmo lento y aburrido, sin que su supuestamente impactante giro final me motivara para nada y considerando a sus actores apáticos y sin alma.
Tom Hardy (al que no puedo juzgar demasiado porque apenas lo recuerdo de Locke –donde actuaba solamente con el rostro- y El Caballero oscuro: la leyenda renace  -algún día os diré lo que pienso de esa absurdamente sobrevalorada peliculilla-) parece un lerdo toda la película, con un doblaje que, la verdad sea dicha, no es que le ayude demasiado. No aporta carisma alguno al personaje y no me permite, por tanto, simpatizar en ningún momento con él. Noomi Rapace, por su lado, compone a una figura frágil y melancólica, marcada por una cicatriz que le afea el cuello y que me invita a pensar que la muchacha empalmó este rodaje con el de La venganza del hombre muerto de manera que no llegó a librarse de su personaje anterior, prácticamente copiándolo aquí de nuevo.
La historia va de un bar regentado por Marv y Bob que es usado como intermediario de entrega de dinero de la mafia hasta que alguien decide atracarlo. Una historia que quizá funcione bien en el relato original pero a la que le falta sustancia para una película de casi dos horas, con lo que la pasmosidad y lentitud que recae en la melancolía de sus protagonistas me resulta contagiosa, haciendo de la película un producto anodino e interminable.
Poco hay en su argumento que me interese o sorprenda lo suficiente como para mantenerme en tensión durante la película, y el trabajo de Michaël R. Roskam tras las cámaras no aporta nada destacable.
En fin, que quizá es que yo no tuviese un buen día, pero ni me interesó el film ni el film se esforzó por interesarme. Una pena, pues Gandolfini está tan genial como siempre, pero eso no es suficiente como para justificar el visionado. Y Hardy, al que venden como nuevo chico de moda en Hollywood, le queda todavía mucho para poder ser encumbrado como estrella. Espero que en el nuevo Mad Max se luzca más. Si no, apañados vamos.

jueves, 25 de septiembre de 2014

JOE (7d10)

Sin duda, lo que todo el mundo va a destacar de esta película es el retorno de Nicolas Cage al cine de calidad.
Después de mucho (demasiado) tiempo deambulando por producciones ínfimas y proyectos que aceptaba sin leer sólo buscando pagar sus deudas (de ahí mamarrachadas como las dos partes de El Motorista Fantasma, Aprendiz de brujo, Teniente corrupto y otras cosas que prefiero olvidar, Cage recupera sus credenciales como actor y recurre a un personaje atormentado, un perdedor con problemas de alcohol y agresividad pero que, a la vez, es más bueno que el pan. Un paria maltratado por la sociedad y por él mismo que ha perdido las fuerzas de luchar por su propia salvación aunque no duda en dar la cara por la salvación de los demás.
Cage es el rostro perfecto de este antihéroe, con una interpretación comedida, evitando los excesos a los que es tan dado (baste recordar la reciente Tokarev) y en la que resulta convincente y hasta emotivo, rememorando la época de Living Las Vegas.
Pero más allá de esta obviedad que, como digo, es lo único que todo el mundo de la crítica especializada parece querer reseñar, es sorprendente también la labor del director, David Gordon Green que, si bien es cierto que ya había tocado antes el drama con George Washington, Undertown o Snow angels, lo cierto es que ha saltado a la fama con títulos como Superfumados, El Canguro o la espantosa Caballeros, princesas y otras bestias. Gordon se reconcilia aquí consigo mismo y con el mundo con un drama duro, desagradable incluso, que no se permite concesiones y que golpea con salvaje crueldad al corazón.
Joe es un solitario capataz que se dedica al envenenamiento de árboles viejos para provocar su muerte y así poder replantar la zona cuya vida fuera del trabajo se limita a disfrutar de un paquete de tabaco, su botella de whiskie y la compañía de su perra.  Con un pasado del que apenas sabemos nada (ni falta que nos hace) más que tiene una larga lista de detenciones y una familia a la que ha renunciado, su vida cambiará con la aparición de Gary un muchacho vagabundo alegre y lleno de vida (prácticamente el reverso de Joe) con el que este se sentirá conectado hasta el punto de crear con él un vínculo casi de padre e hijo, pese a que Gary tenga su propio padre, un borracho y psicótico maltratador.
Es en Gary y su padre donde la película apuesta más fuerte, con Tye Sheridan (visto en El árbol de la vida y Mud) demostrando que puede ser una importante apuesta de futuro.
Comparada por muchos, precisamente, con Mud, Joe es un retrato sucio y nada amigable de la América profunda, esa América de pueblos polvorientos y sucios, con colmados caóticos y andrajosos y personajes perdidos pululando por sus calles. Una visión desangelada y desprovista del glamour con la que Hollywood acostumbra a disfrazar a sus ciudades y con escenas que revuelven el estómago e incomodan por su crudeza, pero que  a la vez invitan a la reflexión, invitándonos a pensar que aún hay esperanza siempre que estemos dispuestos a luchar por ella como al final decide luchar Joe.
Y como si de una dramática metáfora se tratase, David Gordon Green apostó por incluir en el reparto a actores no profesionales, descubriendo así a Gary Poulter, el padre de Gary, con una interpretación magistral que resulta ser un mero reflejo de su propia vida. Rescatado de un centro de acogida por la productora del film Poulter, alcohólico y bipolar, fue encontrado muerto en un rio poco después de finalizar el rodaje. Se fue como llegó, tal y como podría suceder con cualquiera de los protagonistas de Joe.
Dura y amarga, pero también emotiva y brillante, Joe es magnífica en su concepción y difícil de olvidar tras los títulos de crédito.
Por cierto, ¿he mencionado ya que supone el retorno de Nicolas Cage a las buenas interpretaciones

lunes, 22 de septiembre de 2014

EL CORREDOR DEL LABERINTO (7d10)

Curiosa a la par que interesante esta nueva incursión del cine en las novelas para jovenzuelos, un género que se está exprimiendo de una forma tan exagerada que uno se inclina a pensar que en el futuro solo habrá películas YA y de superhéroes.
En esta ocasión, al menos, no hay ni la más mínima sombra de tema amoroso que parecía inevitable en estos inventos. En realidad, se una mezcolanza de varias películas que, mientras se consume, entretiene y mantiene en tensión, desconcertando al personal e intrigando ante los misterios que se presentan. Otra cosa es lo que nos queda al salir de la sala.
La película comienza como aquella inquietante Cube (o incluso hay reminiscencias del desconcierto de Saw), con unos personajes que no saben dónde están ni porqué. El protagonista, Thomas, es el último en llegar a un claro en medio de un laberinto gigantesco poblado durante la noche por seres mortales donde se encontrará con una sociedad formada por chavales tan desconocedores de lo que está sucediendo como él mismo que, sin embargo, han apañado una especie de sociedad al estilo de El señor de las moscas, con posteriores disputas por el poder y el liderazgo del grupo.  Para colmo, no saben ni quienes son ellos mismos pues (como Bourne) no recuerdan nada de sus identidades salvo, con suerte, su nombre.
A partir de entonces, más preguntas que respuestas, con la llegada de la primera chica al grupo (que para colmo parece conocer a Thomas), el cambio de costumbres de los seres del laberinto (Laceradores los llaman) o la posibilidad, por primera vez, de encontrar una salida de allí. No hay humo negro, pero algo recuerda también a Perdidos.
Basada con bastante fidelidad en la novela homónima de James Dashner (la primera de una trilogía, aunque hay también una precuela y un libro de archivos anexos), El corredor del laberinto es, pese a su enfoque adolescente, una película de aventuras bastante bien contada, con varios rostros conocidos en su reparto y que funciona como relato de supervivencia (aquí hay detalles que remiten también a Los Juegos del hambre) y cuyos espectaculares decorados consiguen transmitir la claustrofobia y el peligro que acomete a los protagonistas invitando al espectador a ser parte de la historia.
Pero como en la mítica Perdidos, no sólo importa lo que se ve. También hay que tener en cuenta lo que queremos saber. Queremos (necesitamos) saber por qué están ahí esos chicos, quién los ha metido y dónde se encuentran exactamente. Y cuando al final del film se presentan las respuestas (ciertas o falsas, eso ya se verá) todo se desinfla y nos damos cuenta de que nos estábamos equivocando de película, que lo que parecía una apuesta seria (las muertes y la dureza de sus protagonistas invitaba a pensarlo) no es más que otro film YA del montón, otro intento desesperado por encontrar un nuevo filón que explotar. 
Y no es que me moleste que la mitad de las respuestas queden reservadas para la siguiente película. Lo peor es que la otra mitad de respuestas, las que conocemos, se me antojan estúpidas e insostenibles.
Aun así, la película consigue funcionar mucho mejor que otras sociedades distócicas adolescentes como la reciente Divergente y huye claramente de los tintes rosados de Crepúsculo, lo que no es poco, y su imagen final hace presagiar que, a diferencia de Los juegos del hambre, su secuela podrá ser mejor o peor, pero seguro que diferente. No pinta que nos debamos encontrar a un nuevo y mejorado laberinto, lo cual ya supone por lo menos un cambio conceptual interesante.
Dirigida por Wes Ball, un tipo con gran experiencia en el apartado artístico y grafico de numerosas películas, lo cual explica la interesante concepción del laberinto, y que sale airoso en su aventura como director, y protagonizada por Dylan O’Brien (de lo mejorcito de la serie Teen Wolf), Thomas Brodie-Sangster (el chavalín de Love Actually, recién salido de Juego de Tronos) y Will Poulter (el lerdo de Somos los Miller), la película será del agrado de los adolescentes, entusiasmará a las chicas (no sé por qué parece que sean solo ellas las que leen este tipo de novela) y entretendrá a un público más exigente.
Eficaz durante su visionado, mejor si no se medita demasiado una vez en casa. De momento, los resultados de taquilla parecen confirmar que habrá secuela. Habrá que esperar y ver si el viaje que acaba de empezar va hacia algún lado.


SI DECIDO QUEDARME (4d10)

Antes de entrar en lo que es el análisis propio de la película, el visionado de la misma me surgió una reflexión que quiero compartir con vosotros.
Si tenemos en cuenta que una película se filma siempre con la intención de cumplir un objetivo, ¿la consecución de este es el que determina su calidad? Lo diré de otra manera: si una comedia es aparentemente muy mala (está mal dirigida, los actores son patéticos y el guion de lo más absurdo posible) pero nos hace reírnos hasta tener agujetas en la mandíbula, ¿debemos replantearon la acusación de película mala?
Y es que Si decido quedarme es, en apariencia, una película mala. Los actores (porque, aunque no lo parezca, actúa más gente que Chloë Grace Moretz, casi omnipresente en todas las escenas) no están mal y el director, sin realizar ningún alarde visual, no desentona. Pero la historia flojea por todas partes. El ritmo está mal calibrado y el montaje paralelo entre dos momentos temporales no ayudan demasiado. Y, lo que es peor, resulta soberanamente aburrida.
Sin embargo, esta claro desde el principio que busca un objetivo único: hacer llorar. Y ese objetivo se cumple. Aún pese a estar medio vacía la sala en la que estuve, noté a mi alrededor el sonido de contención de lágrimas, el tráfico de cleenex y las miradas avergonzadas al encenderse las luces. Así, ¿tengo derecho a condenar la película?
El caso es que estamos ante la historia de Mia Hall, una muchacha que se siente como pez fuera del agua al ser una enamorada de Beethoven y del chelo en una familia dominada por el rock más puro, que se coronará con el enamoramiento total y absoluto del líder de una banda ascendente en el mundillo musical local. Pero todo cambiará cuando un accidente de coche amenace con sesgar las vidas de los cuatro componentes del núcleo familiar (hay también un hermano pequeño). Entonces, el espíritu de Mia escapa de su cuerpo y, como si en una variante ñoña de Ghost se tratase, verá en primera persona todos los sufrimientos que el accidente ha provocado en sus seres queridos a la par que irá recordando sus amoríos y desengaños con su adorado Adam.
Basada en una novela (¡cómo no!) de una tal Gayle Forman, se trata de un drama muy dramático que pretende ir en la línea de Bajo la misma estrella (la chica inadaptada pero talentosa, el amor adolescentemente empalagoso, los diálogos pretendiendo ser brillantes que rozan la pedantería…) pero que no tiene la chispa ni la agudeza de aquella, por lo que logra hacer sufrir pero no conmover ni seducir.
Pese a contar con algún secundario de lujo como Mireille Enos o Stacy Keach, Chloë Grace Moretz es la estrella absoluta de la función, quien carga con todo el peso y la responsabilidad (para bien o para mal) y que pese a esforzarse lo máximo no es presencia suficiente como para evitar que su tragedia se nos antoje eterna y hastiante.
Si decido quedarme es aburrida, cansina y lenta, y para colmo de males, en su edición española (desconozco si los responsables proceden de los USA o si es cosa nuestra) nos medio spoilean el final (previsible por otro lado) en la misma concepción del título.
Hay mucho sufrimiento y dolor. Tanto, que llega un momento que empezamos a insensibilizarnos, que cada mala noticia nos la tomamos con un “¡anda ya!” y casi nos empieza a dejar de importar el destino de los protagonistas.
Pero, pese a todo, hace llorar. ¿Es eso suficiente? Yo creo que no.

jueves, 18 de septiembre de 2014

BOYHOOD (8d10)

Resulta complicado diferenciar la calidad propia de esta película con la faraónica producción que la ha hecho posible. La mayoría de los medios no han sido capaces de hacerlo y voy a tratar de no caer en ese error. Así que, para quien no sepa de qué va la cosa, lo explico brevemente y me lo quito de encima.
Boyhood comenzó a rodarse hace doce años. Richard Linklater, guionista y director, quería contar la historia de un chico desde que era un niño pequeño hasta su marcha a la universidad, y convertir sus aventuras en un reflejo de la vida. Y para ello, en lugar de recurrir a diversos actores o a poco efectivos maquillajes, decidió rodar la película en tiempo real, reuniéndose con los intérpretes unas pocos días cada año hasta llegar a la culminación en 2014.
Y dicho esto, y sin dejar de maravillarme por tan peligrosa y valiente idea, voy a tratar de olvidarlo pues me parece injusto que se hable más de como se hizo la película que de sus valores propios.
Y es que Boyhood es una película deliciosa. Quizá no me he dejado cegar tanto por ella como otros colegas que la califican como una absoluta obra maestra (algunos momentos resultan algo tediosos y el peligro de querer identificar a todos los adolescentes en los rasgos del protagonistas puede llegar a molestarme) pero no voy a poner en duda lo magistral que es, cómo Linklater ha conseguido hacernos partícipes de los pensamientos y los deseos y frustraciones de un niño y cómo una parte de nosotros ha aprendido a crecer a su ritmo.
Uno de los peligros a los que se enfrentó Linklater en su epopeya fue la de trabajar con niños que, quizá, no tuviesen las mieles del éxito y la fama como aspiraciones futuras (eso precisamente le sucedió con Lorelei Linklater, la hermana del protagonista, que no ha seguido su carrera como actriz y que de no ser hija del director quizá los hubiese dejado en la estacada) o, simplemente, al crecer, no diesen la talla como actores. Por eso, la interpretación de Ellar Coltrane en el papel de Mason, el protagonista, es correcta pero no especialmente destacable, y muestra de ello es lo poco activo que ha estado en los últimos años.
Por fortuna, para compensar estas debilidades, Linklater recurrió a dos apuestas seguras para interpretar a los padres separados de Mason, Patricia Arquette y Ethan Hawke, viejo conocido del director con quien ya ha participado en otro experimento menos arriesgado como fue describir la vida de una pareja a lo largo de tres películas (Antes del amanecer, Antes del atardecer y Antes del anochecer).
Pero en realidad, los actores son casi lo de menos. La vida es, permítanme la cursilería, la gran protagonista de la película. Los sueños, las aspiraciones, las dudas y temores… Todo aquello a lo que se debe enfrentar un adolescente al llegar a esa maravillosa/terrible edad en la quede alzar el vuelo y alejarse del nido y cuyos resultados de sus aciertos/errores pueden verse reflejados en las vidas de sus propios padres.
Esa búsqueda de la identidad, ese primer amor, ese sueño artístico… Todas las facetas por las que pasa Mason están perfectamente definidas alrededor de casi tres horas de películas durante las cuales el chico creará un universo propio que, por mucho que pretenda mantener cerrado en una burbuja, se verá constantemente afectado por elementos externos (la relación casi a distancia padre-hijo, las diversas parejas de su madre, las mudanzas continuas…).
Pero Boyhood no solo es una obra de guion, sino que Linklater se luce tras las cámaras, con una fotografía maravillosa en las que consigue que el paisaje forme parte de la historia, contribuyendo a la soledad, alegría, emoción… que pueda sentir el protagonista.
Utilizando de manera sutil la tecnología para demostrarnos el paso de los años y no desorientar demasiado con tanta elipsis (la mejor manera de situarse en el tiempo es viendo con que consola juegan los niños si hablan sobre Facebook o utilizan washapp), lo que más se echa de menos en pos a esta unión con la realidad de la que nunca quiere desprenderse la película es el destino de algunos personajes secundarios que, como en la vida, desaparecen de la historia dejándonos con un extraño sabor de boca. Eso y algunos diálogos algo pedantes del Mason más adulto, son los pocos detalles negativos de un film para disfrutar que invita a salir de la sala con una sonrisa en el rostro y e incluso invita a la reflexión a todos aquellos que, a lo largo de la vida, hemos actuado como padres o como hijos.

EL HOMBRE MÁS BUSCADO (7d10)

John Le Carré siempre ha sido un autor difícil de adaptar al cine. Mucho más que, por ejemplo Tom Clancy, por más que ambos traten tramas relativamente similares. Pero mientras el americano siempre se ha decantado por aventuras más adrenalíticas, sobre todo las centradas en las andanzas de Jack Ryan, el británico ha apostado más por tramas elaboradas centradas en el espionaje, de protagonistas de carácter duro y giros tan intrincados que en ocasiones resultan complicados de seguir.
La Casa Rusia, El Sastre de Panamá o El jardinero fiel son ejemplos de títulos interesantes pero que no llegaron a la redondez precisamente por esos motivos y El Topo, película sobre la que la crítica se deshizo en elogios, a mí me aburrió soberanamente.
El hombre más buscado cuenta, de entrada, con una ventaja sobre sus predecesoras, y es lo bien que se sigue el argumento. Quizá influenciada en exceso por producciones televisivas como Homeland, la trama es bastante lineal y el hecho de repartir el peso de la misma en diversos protagonistas, algunos de los cuales (como la abogada Annabel que interpreta Rachel McAdams –deliciosa y brillante, como siempre- o el banquero Tommy Brue al que da vida Willem Dafoe) no tienen nada que ver con el servicio de inteligencia, ayuda a hacer más comprensible la trama.
El hombre más buscado es una de esas historias post 11S que inciden en el miedo y el desconcierto que surgió tras descubrir los Estados Unidos que no eran tan invulnerables como se creían. Debido a que gran parte del atentado se gestó en Hamburgo, esa ciudad alemana sigue siendo foco de atención para los servicios de inteligencia de medio mundo, y allí se encuentra Günther Bachmann, controlando a cualquier sospechoso que se separe lo más mínimo del rebaño. Por eso, cuando aparece de la nada un chico de religión musulmana que resulta ser hijo de un déspota ruso, saltan todas las alarmas. Pero el joven asegura que está huyendo de las torturas que sufrió en su Rusia natal y, siendo heredero de una importante cantidad de dinero, lo único que desea es limpiar su nombre y contacta para ello con una abogada joven e idealista que se enfrentará a Bachmann hasta convertir el asunto en algo personal si es necesario.
Evidentemente, se trata de un film basado en el miedo y la desconfianza en el que nunca se sabe quien es el verdadero enemigo y que se apoya, sobre todo, en unas magníficas interpretaciones gracias a un espectacular reparto que completan Robin Wright, Daniel Brühl, Nina Hoss, Grigoriy Dobrygin como el torturado/presunto terrorista y Homayoun Ershadi como Abdullah, un respetado empresario que se considera sospechoso de subministrar dinero para armas a grupos terroristas y verdadero objeto de la investigación del equipo de Bachmann, que, por si fuera poco, deberá lidiar también contra el propio servicio de espionaje alemán y contra los americanos.
Eficientemente dirigida por Anton Corbijn, quien ya despuntará con El Americano, con George Clooney, el único punto débil de la película, a mi entender, es que todo sucede con relativa facilidad. Los inconvenientes que se encuentra por su camino Günther Bachmann son resueltos sin mayores problemas y echo en falta algún obstáculo o giro inesperado que me invite a pensar en la posibilidad de un fracaso de la operación. Es, sin embargo, una pega menor y bastante personal que no se debe tener en cuenta ante una película inteligente, entretenida y muy emocionante que, sin embargo, pasará a la historia del cine por un motivo muy diferente.
Y es que El hombre más buscado es el testamento cinematográfico de Philip Seymour Hoffman, verdadera alma del film, que compone aquí su último trabajo completo (nos queda por ver de él las dos partes de Los Juegos del Hambre: Sinsajo) con la composición de un antihéroe que bien podría representar su propio estado de ánimo (bebedor, fumador y derrotista) en una terrible premonición de su precipitado final.
Tristezas aparte, debemos quedarnos con la parte positiva, y es una interpretación grandiosa que debe recordarnos, hasta las últimas consecuencias, lo gran actor que era, quizá de los mejores de su generación.
La película está dedicada a él. No es para menos.

LES DOY UN AÑO (5d10)

Cuando una película se publicita con la frase: “de los productores de Love Actually y El diario de Bridget Jones” uno ya puede hacerse una idea de lo que va a ver. Se trata casi de un subgénero dentro de las comedias románticas, un estilo propio dentro del cine británico en las antípodas de otras comedias románticas también “con etiquetas” como las de “Judd Apatow”.
Sin embargo, pese a contener todas las señas de identidad necesarias (historias sencillas y tiernas, personajes interesantes, secundarios divertidos, diálogos chispeantes y banda sonora brillante) algo falla en esta apuesta de Dan Mazer  (que como director sólo había hecho episodios sueltos de Ali G y ha producido todas las tontadas cinematográficas de Sacha Baron cohen) en la que pretende burlarse de todos los tópicos del matrimonio y sus consecuencias con momentos inicialmente irreverentes pero que termina naufragando en la más absoluta simpleza, tornándose previsible y facilona.
Nat y Josh son dos jóvenes que se conoce, se gustan y empiezan a salir, pasándoselo realmente bien y creyendo que eso es el amor. Así que, en consecuencia, se casan y descubren que compartir una vida es algo más que viajar juntos y retozar en hoteles durante las vacaciones. Algo falla en ellos desde el principio, y ya se lo huelen tanto los respectivos padres como los amigos comunes,  que ya el mismo día de la boda comentan entre ellos eso tan drástico de: “les doy un año” que sirve como título del film.
Efectivamente, justo al cumplir el año los problemas entre ellos son aparentemente abismales (antiguas novias y clientes atractivos tienen la culpa de ello) y la pareja busca ayuda desesperada en una consejera matrimonial. Así es, de hecho, como arranca el film, conociendo a través de saltos en el tiempo, los problemas que han causado el distanciamiento en esos fatídicos meses.
Aunque Rose Byrne no haya sido nunca una de mis actrices preferidas ni Rafe Spall desprenda precisamente mucho carisma, no se puede culpar a ellos de cómo se desinfla la película, la cual (eso hay que reconocerlo) gana enteros con la presencia en pantalla del magnético Simon Baker, por más que se limite a poner la sonrisa encantadora (y algo cínica) de siempre.
Les doy un año no es una película nefasta. Es tierna y sensible y tiene momentos verdaderamente divertidos (como suele suceder, los gags más tronchantes suelen ir de la mano del amigo friki de turno), pero no son suficientes para compensar otros momentos casi irrisorios, una trama que avanza sin ritmo y un final tan previsible como edulcorado.
No hay, en toda la película, un solo giro de guion, una sola sorpresa, una sola trampa, que invite a pensar que las consecuencias pueden ser diferentes a las que resultan, lo cual provoca desinterés antes de tiempo. Y si alguien quiere ver algo de moralina en el tema (el error de creerse enamorado antes de tiempo, por ejemplo) esta se deshace cuando el final del personaje de Rose Byrne podría invitar a pensar que no ha aprendido de sus errores y que todo puede volver a comenzar (tema económico aparte) pata ella.
Quizá analizada independientemente no esté mal del todo e invite a evadirse un rato con simpatía, pero querer que la comparemos a títulos como Notting Hill, Love Actually o la reciente Una cuestión de tiempo supone tirarse piedras sobre su propio tejado.

lunes, 15 de septiembre de 2014

BELLE * (7d10)

Exquisita recreación de la historia real de Dido Elizabeth Belle, la hija bastarda de un aristócrata en el Londres del siglo XVIII que pese a ser de raza negra recibe, tras la muerte de sus padres, la educación y consideraciones dignas de su clase social, aunque con ciertas restricciones.  
Educada tras la muerte de sus padres por sus tíos Lord y Lady Mansfield y considerada como una hermana por su prima Elizabeth Murray, Belle y Elizabeth crecen en la comodidad y el lujo de estar acogidas por Lord Mansfield, juez de las Cortes Supremas y, tal y como comenta alguien en la película, posiblemente la persona más poderosa de Inglaterra después del rey. Se da la ironía de que, llegadas a la edad de buscar marido, Dido es heredera de una gran fortuna, mientras que Elizabeth es repudiada por su propio padre, con lo que la chica negra, por más que sea considerada como alguien inferior en esa época, es la que consigue más pretendientes.
La historia de Dido fue impactante no solo por la aceptación que se ganó a pesar de su color de piel sino por la in fluencia que tuvo en su tío a la hora de dictar una sentencia en referencia a la esclavitud. Independiente y revolucionaria, la vida de Dido es como un caramelo para Hollywood que la británica Amma Asante ha aprovechado para construir una narración de época con toques de drama y romance pero cuyas verdaderas intenciones están en un alegato en contra de la discriminación racial (no en vano la propia directora es de color) aprovechando de paso para hacer una burla de la aristocracia que no duda en poner los intereses económicos por encima de cualquier sentimiento. Aun sin tener rasgos de comedia, resulta cruelmente divertida la secuencia en que las madres buscan desesperadas mujeres con buenas dotes para casar como sea con sus hijos.
Posiblemente, todo y la buena mano de Asante como realizadora, una de las bazas del film está en su reparto, encabezado por los siempre excelentes Tom Wilkinson y Emily Watson y que tiene en Gugu Mbatha-Raw y Sarah Gordon  en el papel de las jóvenes primas sus mejores armas, con una caracterización y química entre ellas impecable y que logra que sus actuaciones convenzan y emocionen.
En ocasiones el cine histórico o de época puede resultar anodino o incluso pedante, pero Belle nos descubre un pedacito de historia imprescindible y con una sencillez y elegancia muy de agradecer.
Y sin necesitar de tres interminables horas como hacen otras.

LOCKE * (6d10)

Ivan Locke (un Tom Hardy en las antípodas del Bane de El Caballero Oscuro: La leyenda renace) es un eficiente capataz de obra cuya vida le sonríe. 
Es feliz con su mujer y sus dos hijos y está a punto de dirigir el volcado de hormigón más importante de Europa (sí, ya sé que así dicho parece una chorrada, pero por lo visto es una obra muy importante y delicada). Pero un desliz cometido hace siete meses va a provocar un vuelco en su organizada y agradable existencia, provocando que en una sola noche (en una hora y media, concretamente, exactamente lo que dura la película) todo lo que ha conocido se le pueda escurrir de entre los dedos.
Así a bote pronto este podría ser el argumente de un drama convencional, una película de interpretaciones sólidas y brillantes diálogos, con miradas de reproche y giros de acontecimientos. Pero la cosa cambia si explico que Tom Hardy es el único actor que aparece en el film (hay algún intérprete más, pero solo sus voces hacen acto de presencia) y que toda la acción acontece en el interior de un coche, durante el trayecto que hay desde la obra en la que trabaja Locke hasta Londres. Y es que Locke es en realidad una película casi experimental, un invento de Steven Knight (con Redención de Jason Statham como única película en su haber aunque un amplio currículo como guionista), que explora las limitaciones de un argumento basado exclusivamente en conversaciones telefónicas y con el rostro de Hardy como única arma.
Comparable a nivel conceptual con el Buried de Rodrigo Cortés, ambas comparten la sensación de claustrofobia que aprisiona y asfixia a los protagonistas, aunque en el caso de Locke la opresión es más a nivel psicológico y emocional y la angustia no traspasa barreras y atormenta al espectador ya que, si bien el protagonista no sale en ningún momento del vehículo, sí hay planos exteriores de la autopista, panorámicas con las luces del tráfico, coches adelantando… cosa que no se encontraba en la agónica obra de Cortés.
Knight consigue con mérito hacer interesante una historia narrada a fragmentos y sólo mediante conversaciones a tres bandas (con su familia, con la gente de su trabajo y con el hospital al que se dirige), aunque también es cierto que pasada la primera media hora el experimento empieza a perder gracia y, aparte de la curiosidad que pueda provocar saber si va a ser capaz de mantener el interés de la historia hasta el final, cansa ligeramente, dando la sensación de que la película es algo larga aunque su metraje real no alcance los noventa minutos.
Tiene el mérito, eso sí, que las constantes llamadas telefónicas presionan tanto al protagonista como al espectador invitándonos a participar en la trama sin tener apenas un segundo de respiro que nos permitan juzgar a Locke, dejando tales consideraciones para reflexionar sobre ello una vez concluido el film, aunque en su contra hay que señalar que los momentos de relleno (en los que se intenta justificar la actuación del protagonista mediante los traumas causados por su difunto padre) no terminan de convencer.
Interesante por su propuesta original, Hardy aguanta bien el tipo, pero ello no impide que esté lejos de la maestría que se le supone y el recurso narrativo, aún curioso, no alcanza a ser revolucionario.
Aceptable y entretenida, pero no para echar cohetes.

BARBACOA DE AMIGOS * (6d10)

Simpática producción francesa sobre un grupo de amigos que mantienen su relación desde hace décadas, con lo que las manías y tics de cada uno no son ningún secreto para los demás. Acostumbrados a reunirse con la más mínima excusa, desde comidas ocasionales hasta vacaciones completas, el infarto de Antoine, epicentro espiritual del grupo, provocará un ligero cambio de actitudes entre ellos. Los problemas se acumulan (dos de ellos se divorcian, otro tiene graves problemas económicos), poniendo a prueba la supuestamente férrea amistad.
Bebedora de cintas como Los amigos de Peter o la reciente Pequeñas mentiras sin importancia, la película de Eric Lavaine es un relato más o menos coral sobre la crisis de los cincuenta, decorada (como buena cinta gala) de casas espectaculares, comidas generosas y vinos caros. No estamos, ni mucho menos, ante una película que revolucionará el cine ni saldremos de la sala con la sensación  de haber sido testigos de ninguna revelación vital (aunque en algún momento parece la pretensión del director), pero al menos habremos disfrutado de una dramedia que, pese a recurrir a todos los tópicos posibles y seguir casi textualmente los esquemas establecidos, resulta entretenida y agradable, con unos personajes que, pese a sus muchos defectos, empatizan bien con el espectador y provocan una envidia sana ante el estilo de vida y camaradería que, incluso con los secretos que se ocultan, desprenden alegría y buen rollo.
Quizá ese buen rollo sea el punto más negativo ante un exceso de concesiones que abocan a todos y cada uno de los protagonistas (y en esto es donde más se distancia de la magnífica obra de Kenneth Branagh) hacia un final exageradamente dulcificado y benévolo.
En conclusión, agradable comedia veraniega que invita a sonreír e invita a disfrutar de la vida y de la amistad de los que nos rodean y de su compañía. Otra cosa es que seamos capaces de hacerlo…

miércoles, 10 de septiembre de 2014

JERSEY BOYS (4d10)

Os voy a contar una historia:
Había una vez un joven y guapete actor que empezó a darse a conocer a base de participar en peliculillas de vaqueros (spaghetti-westerns, se llamaban) cuya calidad eran muy dudosas pero no así su popularidad. 
Algo cayó en gracia del actorcillo que más a base de carisma que de talento se labró una fama de tío duro que le llevó a protagonizar desde comedias incomprensiblemente exitosas (como esas en las que su compañero es un mono) a clásicos de la acción como la saga de Harry el Sucio. Pero hete aquí que el tipo tenía su corazoncito, y decidió mostrarlo al mundo como director con un pseudomusical llamado Bird. El joven y guapete actor se hacía mayor y se auto homenajeó en la crepuscular Sin Perdón, que junto con la ñoña e insufrible Los Puentes de Madison lo encumbraron en lo más alto del Olimpo Hollywoodiense.  Consciente de su gran sensibilidad (y quizá muy pagado de sí mismo) el ya no tan joven ni tan guapete actor se dedicó a repetir una y otra vez la misma película (dramas crepusculares y trascendentales) aunque cambiándoles el disfraz hasta que se le empezó a ver el plumero. Ahora, convertido en un ancianito como por arte de magia, el trovador de los perdedores ha intentado cambiar de registro, y ni siquiera sus palmeros más fieles parecen querer tragar. Más allá de la vida pasó sin pena ni gloria y con J. Edgar logró el inmenso mérito de no saber aprovechar el gran talento de Leonardo Di Caprio.
Y así llegamos al momento actual, en el que, ya demasiado arrugado para actuar, la espantada de Belloncé para protagonizar su remake (Dios nos coja confesados) de Ha nacido una estrella le ha dado la oportunidad de contar, a su estilo, la historia del grupo de soul cargado de “falsettes” The four seasons.
Jersey boys no es una película original, ya que se basa en el musical de Broadway orquestado por el propio Frankie Valli, líder del cuarteto, con las limitaciones que ello conlleva. No voy a juzgar un musical que no he podido ver, pero está claro que no es un musical al uso, con grandes coreografías y donde la música es lo predominante. En Jersey boys (los chicos de Jersey del título es una clara referencia a que se quiere hablar más de los orígenes del grupo en esa población vecina a Nueva York que de sus grandes éxitos) se da un repaso a los orígenes del grupo, sus contactos con la mafia y sus difíciles relaciones entre ellos, pero Clint Eastwood (que es el actor joven y guapete convertido en ancianito, por si se le había escapado a alguien) no sabe en ningún momento imprimir la emoción y carisma necesario a sus personajes en una película que quiere parecerse a un Scorsese en horas bajas con cancioncillas de por medio.
Quizá la primera media hora sea la que mejor funciona, dejando más o menos claro la postura de cada uno de los protagonistas, pero a medida que el grupo se desvincula de Jersey y la fama los aclama la historia se diluye entre elipsis más conseguidas y datos amontonados sin mucho criterio, llegando a ser terriblemente aburrida  y reclamando solo la atención del respetable durante las interpretaciones musicales (de hecho, el momento álgido llega con el tema Can't take my eyes off you, que corresponde ya a su carrera en solitario), que al carecer del más mínimo rastro de espectacularidad no alcanzan a regalar la vista tanto como al oído.
Demasiado larga e insípida, es fácil perder el interés en estos chicos cantores cuyas personalidades quedan muy difusas y a quienes no ayuda para nada la elección de unos actores de muy limitados talentos. John Lloyd Young es ganador del premio Tony por su interpretación de Frankie Valli en Broadway y sin duda su voz y sus “falsettes” serán muy parecidos a la del cantante original, pero esto es cine, amigo mío, y aquí los primeros planos obligan a una expresividad y un trabajo interpretativo para los que el chico (debutante en la pantalla grande) no está preparado. La cosa no mejora demasiado a su alrededor y hasta el estupendo Christopher Walker parece aquí una caricatura de sí mismo, con alguna escena de vergüenza ajena en la que el talentoso actor tiene que rebajarse al ridículo más chusco.
Decepcionante a todas luces (y eso que a mi es difícil que el jinete pálido del cine me decepcione), Jersey boys es anodina y superficial, como si se tratara de un producto de encargo, y no aporta nada sobre el grupo que no se obtenga ya con comprarse simplemente un CD de sus grandes éxitos (entre los que se incluye Grease que Eastwood ignora en su película) y, si pica la curiosidad, pasarse por la Wikipedia.
Y es que Jersey boys tiene una gran música, pero arece de alma.

martes, 9 de septiembre de 2014

LÍBRANOS DEL MAL (7d10)

Poco amante de esta vertiente del cine de ¿terror? que nos azota los últimos años con patochadas que piensan que van a vender más (y lo triste es que lo consiguen) simplemente por poner un exorcismo en su título o tráiler y por anotar en su poster la manida frase de “basada en hechos reales” (si en todos los casos en los que lo dicen fuese literalmente cierto, habría ya por ahí más demonios que seres vivos) o de los efectivos (pero para mí gastados) productos de James Wan y sus amiguetes, de vez en cuando reconforta encontrar con un director capaz de retorcer un poco las variantes del género y no seguir los esquemas al pie de la letra.
Ya me convenció Scott Derrickson en El exorcismo de Emily Rose, una reconstrucción de un posible caso de posesión demoníaca que al final resultaba ser casi más una película de juicios que simplemente de sustos. Tras la floja Ultimátum a la Tierra y la exitosa Sinister (y antes de que se embarque en su mayor aventura cinematográfica con Doctor Extraño, de la mano de Marvel), Derrickson vuelve a jugar con las directrices de un género que nos conocemos de memoria y lo mezcla con unos tintes policíacos que la acercan más a la atmósfera insana y malrollera de Seven que a cualquier tontería del tipo El último exorcismo, ya que si hay que emparejarla con algún referente de terror sin duda sus influencias más claras están en el clásico El Exorcista, de William Friedkin que en cualquier apuesta de los últimos años ( o incluso décadas).
Supuestamente basada en las peripecias reales del sargento de policía Ralph Sarchie que requiere la ayuda del padre Mendoza para resolver una serie de extraños casos aparentemente aislados (un hombre que maltrata a su esposa, una mujer que arroja a su hijo a una jaula de leones…) que resultarán tener un elemento demoníaco en común cuyo origen data de un hallazgo por parte de unos marines americanos en unas cuevas de Afganistan (el tema arqueológico nos deriva de nuevo a El Exorcista).
No es que Líbranos del mal sea una película perfecta, ni mucho menos, y en ocasiones se ve obligada a hacer ciertas concesiones a la industria (como los arañazos y peluches que aterrorizan por la noche a la hija del policía, que no vienen mucho a cuento), pero por lo general mantiene muy bien el ritmo, logrando ser angustiosa por momentos, con los obligados sustos y alteraciones musicales, pero haciendo casi más hincapié (al menos hasta llegar al exorcismo final) a la trama policíaca que la la terrorífica, siendo por momentos más una buddy movie protagonizada de entrada por Eric Bana y Joel Mchale y por Bana y Édgar Ramírez más adelante. Y ahí, aparte del buen hacer del director, se encuentra la principal baza de líbranos del mal, en la presencia de unos actores de talento que (como sucediera con Ethan Hawke en Sinister) se toman muy en serio a sus personajes y consiguen unas interpretaciones ciertamente convincentes.
Sin entrar en debates sobre mí me creo más o menos la supuesta historia real (que no es, dejémoslo claro, una traslación literal de lo sucedido, ya que la labor real de Sarchie fue especializarse en casos de exorcismo, sin tramas tan complejas y elaboradas como las descritas en el film), Líbranos del mal, con una genial ambientación en el Bronx neoyorquino (no todo van a ser cabañas en el bosque y pueblos abandonados), consigue inquietar e invita a pasar un mal rato, sabiendo en que momentos debe recurrir a los tópicos y cuando alejarse de ellos.
Por una vez, y esto es raro en mí, salgo satisfecho de una peli de exorcismos. Ver para creer…

HÉRCULES (6d10)

Posiblemente, sería muy diferente la apreciación de esta película si hace apenas unos meses no hubiésemos sufrido esa aberración que era: Hércules, el origen de la leyenda
Y es que sin ser una gran película, el nuevo título de Brett Ratner sería casi una obra maestra al lado del bodrio que Renny Harlin. Y eso que ambos directores podrían ser comparados por sus filmografías, ambos artesanos del cine de acción y espectacular que, sin dotar a sus obras de una personalidad propia, sí conseguían transmitir al público el sentido del espectáculo y la diversión pretendidas. Harlin, del cual hablo en pasado porque ciertamente su carrera está en peligroso declive, ha pasado por la saga de Jungla de Cristal, cuya secuela (La jungla 2: Alerta Roja) era evidentemente inferior a su predecesora pero suficientemente digna, mientras que a Ratner nunca le perdonaran su paso por X men: la decisión final, cuyo delito no era ya el hacer una película mala (que no lo era) sino competir con un pasado cargado por dos títulos realmente brillantes.
Pues bien, tras el enfrentamiento hercúleo entre estos dos realizadores, está claro quién es el vencedor, lo mismo que podríamos asegurar que Kellan Lutz no le llega a la altura de los zapatos a Dwayne Johnson.
Hércules, además, no parte de la mitología griega en sí, como es habitual en este tipo de péplums, sino que bebe de las fuentes del comic de Steve Moore, y eso se nota durante todo el rodaje, no ya sólo en su argumento sino en su planificación artística. Así, esta desmitificación del héroe viene definida por la unión (profesional y emotiva) con sus compañeros de equipo, casi convertidos en unos Vengadores clásicos y cuyas influencias son evidentes en las escenas de lucha.
Hércules no es un semidiós. Todo es una argucia publicitaria para crear un mito a partir de un (con todo) impresionante mercenario (influencias también del Conan de Howard) que vendía sus servicios al mejor postor hasta que una traición (no la revelaré aquí, pero tienen relación con la aparición fugaz –y aun así excesiva por sus limitadísimas dotes interpretativas- de la exageradamente publicitada Irina Shayk, con lo que se pretende relatar una especie de caída a los infiernos y resurrección de Hércules en un camino sin retorno de redención y olvido.
Pero no nos dejemos engañar. Todo lo que pueda oler a seriedad y dramatismo termina aquí ya que en el fondo Hércules es casi una comedia de acción, con momentos francamente divertidos (generalmente relacionados con el gran Ian McShane) y donde lo que prima es la espectacularidad. Y ahí Retner se siente en sus anchas y hace suyo el carisma de  Johnson para conseguir un divertimento digno y refrescante, una apuesta palomitera plagada de diversión y buenos efectos especiales y con un aroma a serie B clásica (ahí están la Furia de Titanes original) que nada tiene que ver con los pseudopéplums modernetes que nos trataban de vender últimamente con tonterías como las de Percy Jackson o los titanes de Sam Worthington y compañía.
Johnson no vale (como se dice en un momento del film) su peso en oro, pero su carisma y simpatía lo convierten en un Hércules perfecto y eso, para una película que no aspira más que a ofrecernos un buen rato de entretenimiento, es más que suficiente.
Y como colofón, la música de Fernando Velázquez. Para qué pedir más…

L'ENDEMÀ (3d10)

Vaya por delante que soy totalmente contrario a las películas que, disfrazadas tanto de documental como de obras de ficción, convierten el espectáculo del cine en un panfleto propagandístico para expresar (imponer) las ideas de sus productores o director, ya sea de corte político, religioso o moral, lo cual –huelga decirlo- no es imperativo del noble intento de ilustrar o aleccionar.
Dicho esto, me aproximé al cine a ver este documental tratando de abrir mi mente y dejar mis ideales en la puerta para ver que me podía ofrecer la señora Isona Passola:
Lo que se ve: Una pareja discute en la intimidad de su dormitorio. Ella está harta de no sentirse valorada y lo abandona, ignorando los ruegos de él que insiste en que estarían mejor juntos. Correcta metáfora del (supuesto) deseo de separatismo de Cataluña en referencia al estado español que se entiende con simpatía hasta que se insiste más adelante recargando ya la obviedad. A partir de ahí, se nos muestra un proceso de casting que invita ya a desconectar de la película (para ver Operación Triunfo me quedo en mi casa) hasta que por fin se llega a los títulos de crédito (curioso que una película que se supone trata sobre la identidad arranque con una canción en inglés –que será, será- por más que lo intenten arreglar en la escena final) y comienza la función adoctrinando al respetable mediante tres recursos: la participación de reconocidas personalidades hablando directamente a cámara, la escenificación de supuestas conversaciones entre otros tantos expertos con cuatro jovenzuelos que simbolizan a los indecisos ante la postura del Independentismo y, finalmente, varios esquetches a modo de teatrillo en el que esos cuatro chavales representan escenas cotidianas pretendiendo repetir la metáfora inicial sin el mismo grado de acierto.
Es loable que el deseo de Passola sea permitir la identificación de todos aquellos catalanes recelosos con los protagonistas, por lo que se ha recurrido a cuatro actores elegidos mediante el mencionado casting, lo cual ayuda en algunos momentos a conseguir esa identificación pero lastra demasiado en otros por las escasas dotes interpretativas de alguno de ellos, mientras que las pantomimas que les obligan a hacer caen, en algunos momentos, en el ridículo más absurdo, como en el momento del tren de juguete.
Finalmente, Passola recurre a una última y definitiva metáfora al comparar el proceso de creación de una nueva Cataluña con un montaje de andamiajes en una nave vacía, metáfora que no termina de funcionar tampoco demasiado bien pues el desarrollo visual de la misma no es suficientemente clarificador.
Lo que se dice: Cataluña ha de ser independiente. Será lo mejor para todos y viviremos más cómodos, con menos impuestos y en constante progresión. Y además, cogiditos de la mano del resto de España que, superada la pataleta inicial, serán nuestros amistosos vecinos y nos querremos mucho y viviremos felices para siempre… Este es el resumen del panfleto este que, por más que digan que va dirigido a los indecisos y que pretende plantear las realidades de la situación, obvian por completo la postura contraria. Nadie, por supuesto, aparece en pantalla para defender el NO a la Independencia ni explicar todos los perjudicios que tendría esa supuesta separación de España, por más que es por todos conocidos que muchos empresarios, políticos, artistas… catalanes (tan validos como los que aparecen opinando en el film) sean de esa opinión. No es que la película mienta, que supongo que no lo hace, pero manipula, tal y como si la Gestapo hubiese hecho una película defendiendo la aniquilación de los judíos o si la Warner hiciera una serie de documentales argumentando que Linterna Verde es mejor que Guardianes de la Galaxia. Sin duda en ambos casos se plantearían argumentos reales para demostrar sus puntos de vista, pero si no se muestra el lado contrario no se está invitando al debate, sino a la imposición.
Finalmente, lo que más me ha molestado de L’endemà, es la insistencia que se hace en todo momento en que se debe respetar la opinión de los catalanes y que España no puede poner traba a lo que todo un pueblo desea. Independientemente de que el día nueve de noviembre se celebre o no una consulta (y no voy a entrar en ello ni a dar mi punto de vista porque este es un foro de cine y no de política), hasta que ello no suceda no se puede dar por segura la opinión de los catalanes. Así que una cosa es que (como espectador y como catalán) me quieran imponer unas ideas (si no me gusta me bastaría con no haber ido al cine) y otra muy diferente es que tengan la osadía de hablar en mi nombre. Y por eso sí que no paso.
En definitiva, una larga (y por momentos aburrida) colección de opinadores hablando a la cámara (algunos, como Sala i Martí, son un gran acierto, otros le hacen un flaco favor a la causa con sus interpretaciones o puestas en escena), unos episodios simpáticos pero olvidables con cuatro (imagino) aspirantes a actores (sólo Anna Gonzalvo tiene algo de bagaje) a los que les queda mucho camino por delante  y alguna que otra mentira (o maquillaje de la realidad, que para el caso es lo mismo) para definir un documental manipulador y cansino y que encima pretende tener un aire reconciliador para con el resto de España que ni siquiera le otorga la valentía de polemizar a fondo como si de una patochada de Michael Moore se tratase.
Pienso, sinceramente, que decepcionará a los independentistas. Los no independentistas, simplemente, la ignorarán.