Posiblemente,
sería muy diferente la apreciación de esta película si hace apenas unos meses
no hubiésemos sufrido esa aberración que era: Hércules, el origen de la leyenda.

Pues
bien, tras el enfrentamiento hercúleo entre estos dos realizadores, está claro quién
es el vencedor, lo mismo que podríamos asegurar que Kellan Lutz no le llega a
la altura de los zapatos a Dwayne Johnson.
Hércules, además, no parte de la mitología griega en sí, como
es habitual en este tipo de péplums, sino que bebe de las fuentes del comic de
Steve Moore, y eso se nota durante todo el rodaje, no ya sólo en su argumento
sino en su planificación artística. Así, esta desmitificación del héroe viene
definida por la unión (profesional y emotiva) con sus compañeros de equipo,
casi convertidos en unos Vengadores clásicos y cuyas influencias son evidentes
en las escenas de lucha.

Pero
no nos dejemos engañar. Todo lo que pueda oler a seriedad y dramatismo termina
aquí ya que en el fondo Hércules es
casi una comedia de acción, con momentos francamente divertidos (generalmente
relacionados con el gran Ian McShane) y donde lo que prima es la
espectacularidad. Y ahí Retner se siente en sus anchas y hace suyo el carisma
de Johnson para conseguir un
divertimento digno y refrescante, una apuesta palomitera plagada de diversión y
buenos efectos especiales y con un aroma a serie B clásica (ahí están la Furia de Titanes original) que nada
tiene que ver con los pseudopéplums modernetes que nos trataban de vender
últimamente con tonterías como las de Percy
Jackson o los titanes de Sam Worthington y compañía.
Johnson
no vale (como se dice en un momento del film) su peso en oro, pero su carisma y
simpatía lo convierten en un Hércules perfecto y eso, para una película que no
aspira más que a ofrecernos un buen rato de entretenimiento, es más que
suficiente.
Y
como colofón, la música de Fernando Velázquez. Para qué pedir más…
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