Poco
amante de esta vertiente del cine de ¿terror? que nos azota los últimos años
con patochadas que piensan que van a vender más (y lo triste es que lo
consiguen) simplemente por poner un exorcismo en su título o tráiler y por
anotar en su poster la manida frase de “basada en hechos reales” (si en todos
los casos en los que lo dicen fuese literalmente cierto, habría ya por ahí más
demonios que seres vivos) o de los efectivos (pero para mí gastados) productos
de James Wan y sus amiguetes, de vez en cuando reconforta encontrar con un
director capaz de retorcer un poco las variantes del género y no seguir los
esquemas al pie de la letra.
Supuestamente
basada en las peripecias reales del sargento de policía Ralph Sarchie que requiere
la ayuda del padre Mendoza para resolver una serie de extraños casos
aparentemente aislados (un hombre que maltrata a su esposa, una mujer que
arroja a su hijo a una jaula de leones…) que resultarán tener un elemento
demoníaco en común cuyo origen data de un hallazgo por parte de unos marines
americanos en unas cuevas de Afganistan (el tema arqueológico nos deriva de
nuevo a El Exorcista).

Sin
entrar en debates sobre mí me creo más o menos la supuesta historia real (que
no es, dejémoslo claro, una traslación literal de lo sucedido, ya que la labor
real de Sarchie fue especializarse en casos de exorcismo, sin tramas tan
complejas y elaboradas como las descritas en el film), Líbranos del mal, con una genial ambientación en el Bronx neoyorquino
(no todo van a ser cabañas en el bosque y pueblos abandonados), consigue
inquietar e invita a pasar un mal rato, sabiendo en que momentos debe recurrir
a los tópicos y cuando alejarse de ellos.
Por
una vez, y esto es raro en mí, salgo satisfecho de una peli de exorcismos. Ver
para creer…
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